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Unas ‘vacaciones’ en la Antártida

La médico cántabra Isabel Incera durante su estancia en la Antártida.

Laro García

“Cuando era pequeña mi sueño era ser médico, y es algo que se ha cumplido: estudié Medicina y tengo la suerte de trabajar en Urgencias. Luego he podido unir el trabajo que me gusta con una de mis pasiones, la montaña. Pero ir a la Antártida, ni siquiera era un sueño. A veces la vida te da oportunidades increíbles”. La persona que se expresa con tal entusiasmo es Isabel Incera, una doctora cántabra de 39 años que regresó hace unas semanas del continente helado. Durante dos meses ha sido la encargada de cuidar de la salud y de la seguridad de la expedición internacional que habita cada verano austral en la Base Antártica Española Juan Carlos I, uno de los dos campamentos que tiene nuestro país en los confines del mundo.

Así, a más de 15.000 kilómetros de distancia de su casa, en unos barracones instalados en el corazón de la isla Livingston, en el archipiélago de las Shetland del Sur, Isabel Incera ha disfrutado de unas vacaciones que van a ser difíciles de olvidar para ella. “Haciendo espeleología o escalando he podido disfrutar de paisajes que no todo el mundo puede ver, pero poder estar como médico en la Base Juan Carlos I me ha permitido conocer un lugar increíble. No creo que haya sabido explicar lo bonita que es la bahía que he visto durante estos dos meses, con su frente glaciar que cambia de color con la luz, con sus ballenas, su playa llena de los hielos del brash, sus pingüinos... espero que las fotos que te mando lo ilustren mejor”, explica a través de un correo electrónico.

Un mail que llega tras una larga conversación en la que recuerda cada detalle de su estancia en la Antártida, una posibilidad que llegó “un poco por casualidad”, que no entraba dentro de sus planes. Cumplía las características que estaba buscando el jefe de la base: es médico de familia, está especializada en urgencias y tiene una amplia experiencia en rescate, dado que también está integrada en el equipo del helicóptero del 112 del Gobierno de Cantabria. “Allí el trabajo es como médico de la base, por lo que la mayor parte de la patología que tratas es la que atiende un médico de familia. Pero si pasa algo en el glaciar, necesitas una formación en rescate. Además, tienes que saber que estás muy solo. Necesitas experiencia o asimilar que estás en un lugar muy aislado”, apunta durante la charla.

Como la llamada para incorporarse a esta aventura llegó “bastante tarde”, tuvo que organizar su partida a última hora. En septiembre recibió la confirmación, dedicó el mes de octubre a cuadrar guardias y solicitar el permiso en el hospital y en noviembre cogió su mochila para cruzar el mundo. “La doctora que estuvo el año pasado me puso al día del material que había disponible. Yo no hice siquiera el pedido, que es lo normal, por los cambios de última hora”, dice. El 1 de diciembre de 2014 estaba 'abriendo' la base.

“En el campamento hay un consultorio médico y lo primero que tienes que hacer cuando llegas allí es acondicionar la base, cavar la nieve y habilitar la zona”. El viaje con el resto de la expedición lo hizo en el Hespérides, el barco oceanográfico español, que no zarpa de nuevo hasta que todo el material médico está preparado.

Entre las 16 personas que celebraron las navidades y las 27 que habitaron la base en su pico más alto no ha habido grandes problemas. Como 'anécdota', una epidemia de gripe causada por un viajero que contagió a media base. Alguna intervención quirúrgica menor, heridas superficiales y guías de emergencia contra la congelación, la hipotermia o prácticas de sutura, para que todos estuvieran preparados ante una posible urgencia, han sido los cometidos habituales de la doctora Incera.

“El día a día se me pasaba volando. Hay horarios de comida fijos y todo está controlado por radio. Yo me levantaba muy temprano porque, siendo el médico, no podía alejarme mucho de la base salvo los domingos, cuando me daban un poco más de libertad para hacer montaña. Madrugaba para irme a la montaña y hacer esquí de travesía. Siempre hay algún traumatismo, alguna herida que curar. Solía aprovechar la tarde para irme con alguno de los equipos, que me enseñaban lo que hacían. El resto del tiempo lo podía dedicar a pasear, ver pingüinos, focas, ballenas... Es alucinante”, comenta.

Lejos de lo que pueda parecer, Incera asegura que físicamente no ha sido duro. “He subido al glaciar, he ayudado a los científicos, tienes que cavar, arrastrar cosas por la nieve, pero porque yo quería participar. Si hay un accidente, tienes que estar más preparado técnicamente que físicamente”. La temperatura, dado que era verano, oscila entre los cinco grados negativos y los cuatro grados positivos. “Yo he pasado más frío aquí, en Cantabria”, bromea. Otra cosa es el invierno, cuando se alcanzan los 60 grados negativos y la base queda desierta, imposible de habitar.

“Lo más duro… duro, duro… [se lo piensa] ¡Es que ha sido todo muy positivo! Yo iba con la idea de que allí estaba muy sola y muy aislada. Como médico, si hay un accidente, la situación es complicada. Lo peor me ha parecido la vuelta. Hemos tenido muchos problemas, hemos estado un montón de días… Ahí vuelves a pensar y te das cuenta de que si tienes a un herido grave, en ocho o nueve días no puedes salir de allí”, señala.

Este año, por primera vez, los habitantes de la Base Antártica Española Juan Carlos I disponían de WhatsApp. También podían consultar internet, hablar por teléfono a coste cero y mantener conversaciones a través de Skype, lo que reduce las distancias y la sensación de aislamiento. “Para mí era una maravilla poder hablar con la familia todos los días. No es lo mismo que estar aquí, pero facilita mucho las cosas. He charlado con mis sobrinas, con mi novio, con mis padres, con mi abuela… Sobre todo en Navidad. Mi novio es el que dice que ha sido más complicado, aunque le encanta la montaña y sabía que era una oportunidad grandísima ir a la Antártida. Es una experiencia profesional y personal muy fuerte”, confirma con una sonrisa.

La amenaza antes de partir era que los puestos de médico y de cocinero eran los más estresantes, aunque Incera no ha visto cumplirse los peores pronósticos. Entre otras cosas, porque siempre encuentra algo que le divierte. “Aunque simplemente sea sentarme al lado de un pingüino y ver cómo viven con sus crías”.

Las condiciones, comparadas con las de un refugio de montaña, son bastante buenas. La vida se hace en una especie de módulos de obra, pero que disponen de calefacción y de ciertas comodidades. “Al principio tienes comida fresca y a media campaña llevan de nuevo desde Argentina o Chile. Hemos comido hasta jamón serrano. Duermes caliente y puedes descansar. Tienes internet. La vivencia ha sido casi como la de unas vacaciones, por la tranquilidad, aunque siempre sabes que puede pasar algo. Pero he tenido una campaña tan tranquila que me he permitido algún que otro lujo”.

De regreso a Cantabria, a medio camino entre Puente San Miguel y Entrambasaguas, con una agenda apretada después de una ausencia tan larga, la médico atiende a eldiario.es Cantabria con un deseo: regresar a la Antártida. “Yo creo que hay posibilidades de volver, de reincorporarme más adelante. Están contentos con nuestra actuación y damos bien el perfil. A ellos les gusta que el médico conozca la base para evitar el periodo de adaptación”, sugiere.

Habla en plural porque su sustituta en el polo sur, en la segunda parte de la campaña de investigación ha sido una compañera y amiga. La doctora Irena Tkachuk está ahora en medio de su viaje de vuelta después de cerrar la base. Ella es de origen ucraniano, aunque cántabra de adopción, y ha coincidido durante 15 días con Isabel Incera en el campamento. Unas vacaciones que esperan repetir el año que viene.

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