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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

A Luis Solano

Rafael Reig

Hace unos años tuve la suerte de ser invitado a uno de los encuentros de Verines, en una playa asturiana, a un coloquio sobre el libro electrónico. Me lo han recordado las declaraciones de Antonio María Ávila, con quien compartí muy a gusto unos cuantos whiskies allí, cuando nos fugábamos de alguna conferencia.

Se hablaba de los “soportes” y los “contenidos”, y recuerdo que dije que eso era un engaño: que el “soporte” era el texto literario, porque lo que de verdad importaba era vender cacharros electrónicos, usando para ello como “soporte” las novedades editoriales y el siempre oportuno escudo de “defensa de la cultura” (en cuyo nombre se cometen las mayores tropelías y, sobre todo, se puede ganar mucha pasta y exigir otro tanto en subvenciones). Pura ferretería con obsolescencia programada para multiplicar los beneficios.

Se me echaron encima, dando voces de “tecnófobo” y repitiendo mantras aprendidos en la electro-catequesis: no se puede luchar contra el futuro, la gente de tu edad tiene alergia a las nuevas tecnologías, el libro electrónico no ha hecho más que empezar, la resistencia a la novedad típica de los reaccionarios y otras letanías de beatas.

Lo cierto es que para mí esas tecnologías no eran nuevas. Ni mucho menos: ya había publicado hacia 1999 una novela por entregas en internet y había puesto en marcha el blog de una editorial (escrito con la voz de la limpiadora de la sede). Había participado en un start-up de nueva tecnología (que se fue al garete con la explosión de la burbuja, después de salir a la Bolsa de Nueva York y luego de Madrid) y en una empresa de software de traducción (junto con algunos estrambóticos y divertidísimos lingüistas locos), y había enseñado en universidades norteamericanas, con una intranet para cada curso en la que había salas de chat, bibliografía y otras muchas cosas útiles. Nada de alergia ni resistencia ni miedo. Simplemente no me lo creía y todos los datos a mi alcance desmentían la interesada presión de los medios a favor del libro electrónico. Me parecía, sinceramente, la vieja historia del rey desnudo: todo el mundo podía ver que sólo se trataba de vender unos cuantos cacharros y a mí me parecía que era un ingrato papel el de tonto útil para ayudar a los ferreteros a hacer cuartos con sus carísimos chismes de lectura electrónica.

El ambiente en aquel encuentro era productivo y relajado. Estábamos una docena de personas, durante dos o tres días, en un aislado hotel en la playa de la Franca, en un ambiente de excursión escolar. Durante el día, sin público, nos reuníamos en sesiones de trabajo asestándonos conferencias unos a otros. El resto eran peleas de almohadas, baños nocturnos en el mar, cambio de habitaciones de madrugada, monstruosas resacas a la mesa del desayuno y amoríos y trapisondas en general. Un día o dos nos venía a ver el director general, el buen amigo Rogelio, que nos hacía el favor de traernos tabaco del pueblo más cercano (ya he dicho que estábamos tan aislados como en una película de Stephen King).

Recuerdo haber hablado de la Teoría de la Yogurtera. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais, dije, he visto cómo iba a cambiar de un día para otro nuestra forma de comer yogures, gracias a la novedosa e imparable yogurtera; y he visto luego una yogurtera abandonada en todos los altillos de los armarios de todos los hogares, porque nadie tenía malditas las ganas de usar aquel cacharro para hacerse un yogur. No tengo nada contra las novedades, pero me consta que hay novedades que no funcionan. Os digo que esos e-readers que habéis comprado acabarán en el altillo, junto con las yogurteras, el Scalextric, el Electro-L y la colección minerales.

¿Por qué? Porque a nadie le hacen falta. Como dijo Umberto Eco, hay inventos, como la rueda, la cuchara o el libro, que no se pueden mejorar.

Mi opinión, igual que hace ya más de diez años, es que el libro electrónico no tiene futuro, al menos para la ficción narrativa. Sin duda puede ser de mucha utilidad para otras cosas, desde suscripciones a revistas profesionales a libros de texto.

Invariablemente oigo el “argumento” del transporte público, como en este artículo. No me lo creo. Los libros electrónicos en el metro son como las embarazadas: muy fáciles de ver cuando una está embarazada. No tengo ni carnet de conducir y jamás veo a nadie leer nada en cacharros electrónicos en el metro o en el autobús. También se habla de la piratería y tampoco puedo darle mucho crédito. Por puro sentido común: me acuso de ver pelis en el ordenador, de forma ilegal. Que me aspen si son películas que, de no poder verlas en internet, iría a ver a un cine. Ni hablar. Por mí no se deja de vender ni una sola entrada, porque si no estuvieran ilegalmente en internet, sencillamente no las vería. Ni se me ocurriría ir a una sala a verlas. Por otra parte, ¿cuántos de los libros que se venden se compran para regalar? Diría yo, a ojo de buen cubero, que más de la mitad. ¿Quién va a regalarle a su cuñada una descarga? Si es que suena hasta obsceno.

¿Por qué se apoya entonces tanto el libro digital? ¿A qué intereses responde ese apoyo?

Porque lo cierto es que parece que haya que “apostar” por el libro digital. ¿Por qué? ¿Por las mismas razones por las que había que apostar por la yogurtera?

Luis Solano declara que las causas de que no haya interés en el libro digital son dos: una es la piratería y la otra que: “no hay tanta demanda como nos pensábamos que habría, es decir, que los lectores siguen prefiriendo leer en papel”.

De acuerdo, aunque no creo que la piratería tenga importancia.

Mis preguntas se dirigen a Luis Solano y a los periodistas que tanto apoyan lo digital: ¿y si los lectores tuviéramos razón? A lo mejor es que no necesitamos libros digitales, como no necesitábamos yogurteras. ¿Por qué demonios tendríamos entonces que apoyar a los vendedores de ferretería electrónica y leer en un soporte incómodo, caro, inhóspito y que tendremos que renovar cada pocos años para sustituirlo por uno nuevo y más caro, como ya hemos aprendido de los ordenadores? ¿Cuánto vamos a tardar en admitir que el rey está desnudo o que el libro electrónico no era ninguna buena idea (salvo que vendas lectores electrónicos y te forres, claro)? ¿Por qué seguimos riéndoles la gracia a los vendedores de cacharros?

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