Ni agravios, ni celos, ni honor… Carcajadas
Al ritmo de un acordeón y con un tarareo hipnotizante que convocaba al público a vivir el mágico encuentro de la representación. Con esta emotiva puesta escena presentaba la Compañía Nacional de Teatro Clásico en el Hospital de San Juan su ‘Donde hay agravios no hay celos“.
No duró mucho esta atmósfera de entrañable lirismo. Tan pronto como los actores tomaron posesión del escenario y se sumergieron en sus papeles, la sonrisa, verdadera protagonista de la noche, hizo acto de presencia y ya no desaparecería hasta que, de nuevo el acordeón y la melodía inicial, cerraran el círculo de la representación.
Afortunadamente -y a pesar de las prolongaciones difuminadas que hayan podido llegar hasta nuestros días- todo el entramado argumental de la obra, construido a base de afrentas y agravios al honor, apenas nos permite más posibilidad que la de observar con cierta curiosidad arqueológica las actitudes que toman los personajes. Por eso en lugar de la trama, fue el humor, más intemporal que los principios sociales, el que tomó las riendas de la representación.
Doctos en el arte de hacer creíble un habla que resulta tan ajena a nuestros oídos, los actores de la Compañía Nacional volvieron a demostrar por qué lo son, con una naturalidad en la utilización del verso que conseguía hacernos obviar los cerca de 400 años que nos separan del texto de Rojas Zorrilla.
En medio de este buen nivel general de actuación, hay que resaltar el trabajo de David Lorente, que encarnando al criado Sancho, se echó a las espaldas todo el peso cómico de la representación. La obra ponía el foco en su personaje y desde luego que supo responder a la llamada, hasta el punto de que cuando no estaba en escena, uno buscaba entre las puertas a la esperando que su entrada le devolviera al rostro la carcajada.
En cuanto a la escenografía, algo más recatada que en montajes anteriores, también hay que resaltar el trabajo con las luces de Juan Gómez Cornejo, que fue capaz de dotar al espacio de verosimilitud y belleza al mismo tiempo.
La apuesta por la música en directo, que siempre consigue insuflar al teatro una viveza especial, tenía en esta ocasión un vínculo muy íntimo con la interpretación que se ponía especialmente de manifiesto cuando, en una especie de soliloquios corales, los actores mecían sus voces y sus cuerpos al ritmo marcado por el acordeón.
Una vez más, la conjunción de talento y trabajo que encarna la Compañía Nacional -aderezada con ese toque personal de Pimenta- vuelve a traernos a Almagro un magnífico espectáculo teatral o lo que es lo mismo, una agradable y risueña noche de verano, aunque ayer el verano fue el único que no quiso venir al Hospital de San Juan.