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Nada sólido, nada perdurable, nada digno, puede construirse sobre la sangre de los inocentes, como no sea la memoria de la vergüenza y del horror.
Por eso el III Reich fue al final tan endeble, monstruo frío y duro que se hundió en su propio lodo, víctima de su propia violencia, de su propia inhumanidad.
Y esto lo saben bien muchos judíos que reniegan de los actos crueles del gobierno israelí, y denuncian ellos también la violencia indiscriminada, desproporcionada, contra niños, contra civiles, contra inocentes, que deja todo un reguero de muertos y de imágenes terribles, que los avergüenza y los hiere a ellos también en lo más profundo.
Crisis sucesivas, abusos reiterados, muertes repetidas, que ningún muro podrá ocultar.
Cadáveres de niños descabezados, ojos inocentes y abiertos pero ya sin vida, imágenes indelebles de asesinatos de civiles que podrían intercambiarse con las de las víctimas del bombardeo de Guernica, ejecutado por los nazis amigos y colaboradores de Franco.
No hay lógica ni geoestrategia que soporte las lágrimas, el grito unánime que inevitablemente provoca la crueldad inhumana contra los más débiles. Adolescentes eran los israelíes secuestrados y asesinados al principio de esta nueva crisis. Palestino era el niño secuestrado y quemado vivo, después. Y adultos los responsables de todo esto.
Los niños muertos, apaleados, torturados, asesinados, dejan a cualquiera sin argumentos e inevitablemente del lado de los verdugos.
Hay imágenes que son como satélites insomnes orbitando incansables la memoria humana, y trazan la ruta de la historia. Contra esto no hay geoestrategia ni misiles que valgan.
Son como estrellas sublunares que alumbran concepciones históricas y destrozan máscaras e imperios.
Por ejemplo la fusta de un oficial nazi sobre el cuello de una anciana. El llanto de una niña judía en una calle del gueto de Varsovia, acariciando desconsolada y sola a su hermanita moribunda. Unos soldados israelíes pateando la cabeza de un niño palestino ya inconsciente. Unos cobardes bombardeando a unos niños palestinos que juegan al fútbol en una playa de Gaza.
El sufrimiento, la persecución, la violencia irracional y sectaria contra el pueblo judío, ha trazado un profundo surco en la memoria y el devenir histórico de la humanidad, pero no ha logrado frenar ni oscurecer su vitalidad, sus talentos, sus logros en todos los campos (ético, artístico, religioso, literario, filosófico, científico), logros que todos compartimos y muchos admiramos.
La memoria de su sufrimiento y el ejemplo de sus mayores, convierte a muchos en indignados activistas contra la barbarie y la crueldad.
Los palestinos perseguidos, maltratados y asesinados de hoy en día, con sus grandes ojos negros, con su resistencia desvalida, nos recuerdan a aquellos judíos.
Los gerifaltes israelíes nos recuerdan a aquellos verdugos.