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Òscar Mateos: “Que la gente no esté ocupando las plazas no quiere decir que esté desmovilizada”

Òscar Mateos, responsable del área social de Cristianisme i Justícia.

Siscu Baiges

Barcelona —

¿Cambio de época, cambio de rumbo? Aportaciones y propuestas de los movimientos sociales. Este es el título del Cuaderno que acaba de presentar la entidad Cristianisme i Justícia, y que ha sido elaborado por el profesor de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid, Jesús Sanz, y el responsable del área social de Cristianisme i Justícia, Òscar Mateos, profesor de Cooperación y Desarrollo de la Universidad Ramon Llull. Analizan el papel de los movimientos sociales en los momentos de cambio que vive no sólo nuestra sociedad sino, prácticamente, todo el planeta. Hablamos con Òscar Mateos.

¿Estamos ante una época de cambios o un cambio de época?

Recogemos las ideas de muchos autores, sociólogos, politólogos que, en los últimos tiempos, vienen sugiriendo la idea de cambio de época. Desde el sociólogo Zygmunt Bauman hasta el politólogo Joan Subirats en nuestra casa. Cambio de época significa que las coordenadas políticas, económicas, sociales, culturales que se han alcanzado, de alguna manera, durante las últimas décadas, han cambiado sustancialmente.

La crisis ha acelerado un proceso que venía produciéndose desde los años sesenta. Si intentamos entender la historia de los últimos cincuenta, sesenta años, veremos que tenemos dos etapas fundamentalmente. Una etapa que va del año 1945 al 1975, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años setenta, que los franceses llamaron los treinta gloriosos años y que son el desarrollo y despliegue de lo que llamamos Estado del bienestar. Son aquellos treinta años en que se hace una inversión en materia de políticas sociales, orientadas a la plena ocupación, verdaderamente extraordinaria.

En el contexto de finalización de la Segunda Guerra Mundial existe un clima excepcional que permite un pacto tácito, un contrato social entre capital y trabajo. Es lo que llamamos consenso keynesiano, tomando el nombre del economista que planteaba la intervención del Estado como regulador de la economía de libre mercado.

La segunda etapa, desde mediados de los setenta, impulsa la erosión de este contrato social, de ese consenso keynesiano, y, por diversos motivos, lleva al contexto actual de crisis, donde se aceleran muchos procesos.

¿Por qué se produce esta aceleración, este desmantelamiento de los avances sociales conseguidos?

Porque se producen una serie de condiciones que lapidan el consenso keynesiano. La primera tiene que ver con la globalización. El proceso de globalización provoca, en palabras de Zigmunt Bauman, un divorcio entre poder y política. Los treinta años gloriosos se habían fundamentado sobre la idea del papel regulador del Estado. En el contexto de globalización, este poder se evapora o se traslada hacia los poderes financieros, hacia los mercados. El papel del Estado va quedando arrinconado y pierde relevancia.

Un segundo aspecto importantísimo es la mutación que sufre el trabajo. El trabajo se va deslocalizando, se produce la industrialización de la periferia y la desindustrialización de los países occidentales. Vemos y sufrimos la precarización del trabajo, porque tenemos que competir con la política de salarios muy bajos que se empieza a hacer en los países del Sur donde las multinacionales se han desplegado para intentar vender productos de manera muy competitiva en el Norte.

Un elemento fundamental es el que tiene que ver con el plano ideológico y cultural. Muchos autores -la propia Susan George en El pensamiento secuestrado o de otros autores, haciendo referencia a la idea de Gramsci-hablan de la hegemonía cultural del neoliberalismo. El neoliberalismo ha ido conquistando espacios de poder y pensamiento, desde las propias universidades, las escuelas de negocios, que han jugado un papel fundamental, hasta los medios de comunicación de masas, que han respondido a sus inversores y, por tanto, se han convertido en defensores de una determinada manera de pensar, y, evidentemente, los núcleos de poder político.

El poder político adopta el pensamiento neoliberal.

Hay un documental excepcional, Inside Job, donde se ve perfectamente esta connivencia, esta puerta giratoria entre el poder político y económico y como el poder económico y financiero ha colonizado, ha cooptado al poder político. Esta hegemonía cultural del neoliberalismo ha creado, ha ido construyendo en los últimos treinta, cuarenta años, un sentido común que la propia socialdemocracia ha terminado comprando. Es la idea de Margaret Thatcher que no hay alternativa: desregulación, privatización, arrinconamiento del papel del Estado... Son mantras que han ido calando en la sociedad, en los ámbitos políticos, mediáticos, universitarios, sociales...

Esto ha posibilitado un proceso de desmovilización social brutal, muy ligado a la individualización social. La sociedad de consumo nos ha hecho personas y sociedades más atomizadas, individualizadas, fragmentadas... Nos hemos despolitizado, desmovilizado, y no hemos sabido reaccionar a lo que nos estaba pasando los últimos treinta, cuarenta años.

La crisis ha agilizado estos procesos. En los últimos cinco años, hemos visto la aplicación acelerada de una serie de políticas que ya se venían viendo a lo largo de las últimas décadas, pero de manera mucho más rápida y, sobre todo, en un momento en que la sociedad está desconcertada y sufriendo las consecuencias de una crisis extraordinaria.

¿Y qué puede hacer pensar que esta lógica cambiará?

Este es el contexto político, económico, cultural en que nos encontramos. No lo identificamos nosotros solamente. Lo hacen un montón de autores, desde Josep Fontana a Tony Judt, voces que apuntan en esta dirección. Nosotros citamos un autor que nos parece muy relevante, Karl Polany, y una obra suya de 1944: La gran transformación. Una obra como ésta, que tiene casi 70 años, está en boga. Plantea una idea muy sugerente e interesante, que es el doble movimiento. En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, dice que la historia de la Humanidad, en este caso de Occidente, nos enseña que siempre que hay un exceso del poder neoliberal acaban surgiendo sujetos políticos que hacen de contrapeso, de contrapoder.

En un momento como el que estamos, de dominio tan clarísimo de hegemonía de los poderes financieros y la ideología neoliberal, hay que pensar que no es el fin de la historia. No estamos abocados históricamente a ello.

Las protestas sociales que se producen en diferentes países no parecen estar coordinadas entre ellas.

Queremos ver si las protestas que se han producido desde 2011, las de la primavera árabe, las de los países del mundo occidental, Grecia, España, Portugal, hasta el movimiento Occupy en Estados Unidos y las más recientes de Brasil o Turquía son esencialmente aisladas, responden a coordenadas sociopolíticas y culturales internas o bien son la expresión de un malestar global que utiliza un repertorio de acción y unas maneras de hacer interconectadas. Nos inclinamos más por esta segunda hipótesis y que podríamos estar ante la emergencia de una forma de protesta que está denunciando la falta de democracia que existe en todos los países, sea en el mundo árabe, aquí o en el mundo emergente, y que reivindica mayores cuotas de justicia social en un momento en que nuestras sociedades, al norte y el sur, se caracterizan por la desigualdad interna y donde una minoría, ese 1% del que nos habla Joseph Stiglitz, ha ido acumulando cada vez más riqueza y más renta en contraposición de una sociedad cada vez más precarizada, más despojada.

Entendemos todas estas protestas y las nuevas maneras de manifestarse como un elemento esperanzador y que debe verse en clave de proceso histórico. No se pueden entender de manera cortoplacista, resultadista; no podemos esperar resultados inmediatos, en un par de años.

¿Son movimientos coordinados o cada uno tira por su lado?

La coordinación en clave de agenda política unificada, de coordinar y articular un sujeto político homogéneo no existe. Lo que sí se está produciendo es una sincronización de luchas, de formas de hacer. Hay un contagio de un contexto a otro. Está clarísimo que el 15M replica muchas de las formas y lemas de la primavera árabe; que Occupy Wall Street hace lo mismo a partir del 15M, o Brasil con Turquía.

Hay una interconexión. No hay un programa consensuado porque son luchas muy capilarizadas pero sí existe una doble demanda transversal: una demanda de mayor democracia y una mayor demanda de justicia social.

Todos estos movimientos tienen en su génesis el impacto que tuvo el Foro Social Mundial y el movimiento altermundialista y recogen su experiencia. Incorporan propuestas concretas que el movimiento altermundialista había planteado, desde la tasa Tobin hasta la Renta Básica.

Si no se consiguen metas concretas, ¿hay riesgo de desmovilización social?

En el contexto de mayor precarización, de gran despojo social, donde la música que viene es la de la recuperación y la creación de empleo, pero de una ocupación muy precaria, incluso en condiciones de pobreza, es improbable que las protestas mermen porque el conflicto social está creciendo.

No vamos hacia un proceso de desmovilización. Más bien al contrario, vamos hacia una repolitización social. Que la gente no esté ocupando las plazas no indica que no se esté movilizando. En la calle, cada vez más, la gente habla de política, de los horizontes de futuro, de cómo se quiere organizar social, política y económicamente, del papel que deberían tener los partidos políticos.

La propia experiencia de las plataformas de afectados por las hipotecas, en Cataluña y el conjunto del Estado, dejan una experiencia extraordinaria de repolitización social. Gente que nunca se había planteado la situación social ha empezado a organizarse y a pedir cuestiones concretas, como es la dación en pago.

No hay que dejarse llevar por el desánimo de no ver mucha gente en la calle. La protesta adquiere nuevas formas y se produce un proceso de toma de repolitización, de conciencia de ser sujetos políticos ante una sociedad injusta.

¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia donde apunta el rumbo en este cambio de época?

Hay muchos riesgos. Estamos en un escenario muy incierto. Poca gente se atreve a hacer escenarios de futuro. Está claro que no estamos en una situación cíclica, donde volveremos a un punto cero de 2006, cuando todo parecía ir bien pero vivíamos en una burbuja inmobiliaria. Parece que vamos hacia un capitalismo que quiere acelerar la idea de recrear en forma de burbujas, de especulación y un proceso constante de crisis.

Hay un escenario preocupante, que es Grecia, con el peligro del populismo, de movimientos que canalizan el desconcierto y la incertidumbre buscando chivos expiatorios concretos, como la población inmigrante. En los años treinta pasaba algo similar. Entonces, se canalizó a través de diferentes escenarios, tras la crisis de 1929. Uno de ellos fue la emergencia y la consolidación del fascismo. Y otro fue la consolidación de proyectos políticos como el estado del bienestar, el New Deal en Estados Unidos, como algunos proyectos en clave más social al conjunto de las sociedades occidentales.

Depende de nosotros, de cómo seamos capaces de canalizar esa frustración y esta rabia. Se puede convertir en un empoderamiento social más grande, haciendo ver a la gente que tiene poder social y puede cambiar las cosas. Este es el camino hacia donde tenemos que ir.

Y los papeles políticos ¿qué papel deben jugar en este cambio de época?

Deben seguir jugando un papel fundamental. Los partidos políticos se han sentido interpelados por una sociedad en la que hay una gran desafección política. Lo señalan las encuestas del CIS o los gritos de “No nos representan” del 15-M. Hay una gran brecha entre los partidos políticos y la sociedad. Algunos partidos políticos han tomado nota de ello y están haciendo un proceso de introspección interna para ver cómo se pueden acercar más a la sociedad.

Las instituciones siguen siendo un espacio fundamental donde los movimientos van teniendo cada vez más presencia y es importante que sea así. Sería deseable la complementariedad entre unos partidos políticos que se están replanteando muchas cosas que no han funcionado en los últimos años y la sociedad civil, los movimientos sociales, que hacen una apuesta mucho más exigente, por propuestas diferentes de las que se venían haciendo.

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