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Barcelona entra en un momento clave de su historia

Ilustración. /Pol Rius

Jordi Borja

Barcelona, una ciudad que se hace querer. Una ciudad que facilita la convivencia y la mixtura, una ciudadanía popular y trabajadora, una historia de libertad y de tolerancia. Barcelona es la gente en la calle. Gente de todos colores y de todo tipo, gente que lucha para vivir y para progresar. Una ciudad que nunca ha soportado las dictaduras y las injusticias. El historiador Hobsbawm la calificó de la ciudad más revolucionaria de Europa desde finales del siglo XVIII. El pueblo de Barcelona ha hecho que hoy amemos nuestra ciudad.

La Barcelona moderna nace de un sueño: la “ciudad igualitaria” que proyectó Cerdà. La construcción de la ciudad iniciada a mediados del siglo XIX generó especulación, ocupó los espacios colectivos en el interior de las manzanas, orientó la ciudad de calidad hacia el oeste como territorio de las minorías privilegiadas, se abandonar el centro histórico y los barrios populares de la periferia, la ciudad no fue igualitaria.

Pero resistió y la gente con su trabajo y su coraje hicieron ciudad, precaria y deficitaria, pero digna, en todas partes. Salvador Seguí decía a Victor Serge en 1916: “Esta ciudad la han hecho los trabajadores y los burgueses se la han apropiado. Pero un día será nuestra”. A principios del siglo XX se inició un ciclo de lucha popular paralela a la lucha sindical. El boom económico favorecido por la neutralidad en la primera guerra mundial y el nuevo marco político debido a un Ayuntamiento más activo y a la creación de la Mancomunidad facilitaron la movilización social que reivindicaba unas condiciones de vida dignas, principalmente la vivienda y los servicios básicos. Lo que prometía el Plan Cerdà y que los poderes políticos y económicos les negaban.

La proclamación de la República fue el resultado de unas elecciones municipales. Y se proclamó primero en Barcelona. El nuevo Ayuntamiento republicano asumió el reto de responder a la demanda urbana popular. Emergió el GATCPAC que representó al Movimiento moderno y la Carta de Atenas, el urbanismo que pretendía ciudades integradoras que ofrecieran calidad de vida al conjunto de la población. Lo lideraban los jóvenes arquitectos Josep Torres Clavé y Josep Lluís Sert, el primero murió en el frente de Lleida cuando la guerra terminaba, el segundo se exilió en América. Promovieron la vivienda obrera (el prototipo de la casa-bloque), la Ciudad del Reposo y Vacaciones y el Plan Macià o Le Corbusier que los asesoró. La guerra terminó con el GATCPAC y con el urbanismo con vocación social. Este espíritu lo recuperó el Grupo I (Bohigas, Ribas Piera, etc) a mediados de los años 50.

La Barcelona de los años 60 se caracterizó por un urbanismo “desarrollista” que se identificó como el “porciolismo”. El urbanismo municipal se puso al servicio de la especulación, de promover la ciudad de “ferias y congresos”, el abandono de los barrios populares y las operaciones inmobiliarias de viviendas para la población trabajadora, de mala calidad y sin servicios ni equipamientos . Pero también hubo otro “desarrollo” que se manifestó con fuerza a partir de finales de los 60 y que acabó paralizando los proyectos del “porciolismo”. Emergieron las luchas urbanas en los barrios, la crítica de los sectores profesionales, la confluencia entre los conflictos social y las denuncias y propuestas del urbanismo ciudadano. Las AA de Vecinos y la FAVB, los Colegios profesionales, la prensa local, el CEUMT, el LUB, incluso el Círculo de Economía, fueron expresiones de un movimiento ciudadano crítico y alternativo. Se consolidó una cultura urbana democrática que sirvió de base a los programas de los partidos y movimientos progresistas que ganaron las primeras elecciones municipales (1979).

El periodo democrático ha sido caracterizado primero como un momento histórico glorioso y más adelante se le ha satanizado. Ciertamente Barcelona se transformó en los años 80 y 90 y hay que reconocer que la mayoría de la ciudadanía lo reconoció y celebró. Los medios de comunicación lo exageraron y la proyección internacional lo confirmó. Muchas actuaciones de la época mejoraron la ciudad y las condiciones de vida de la gran mayoría de los ciudadanos. Espacios públicos y equipamientos, regeneración de barrios degradados y marginales, infraestructuras ciudadanas y no como las que proyectaba el “porciolismo”, nuevas centralidades entre otros. Se redujeron las desigualdades sociales y mejoró la calidad de vida de la ciudadanía. Pero hay la otra cara, la falta de una política de vivienda, la insuficiencia de los transporte públicos, la falta de una política metropolitana. El éxito de la Barcelona del 92 atrajo a los promotores y constructores y los capitales financieros locales e internacionales. Se desató la especulación urbana, el planeamiento público fue sustituido por los proyectos de los privados, la arquitectura se impuso al urbanismo. Se desató el boom inmobiliario hasta que estalló la crisis. Hace 7 años que dura.

La Barcelona soñada en los años 70 comenzó a ser realidad en los años 80. O así nos lo pareció. Los años 90 la tendencia cambió de dirección gradualement y a inicios del siglo XXI era evidente que el urbanismo ciudadano había quedado sumergido por el urbanismo especulativo. Con el cambio de mayoría (CiU sustituye al PSC, aliado con ICV-EUiA y ERC) lo que antes se hacía con cierta mala conciencia ahora se hace con cinismo y triunfalismo: privatización de los espacios públicos incluso las aceras, oferta de zonas enteras y bien posicionadas en los capitales financieros internacionales como en la zona del Puerto y Monjuic, favorecer el turismo de todo tipo en detrimento de los residentes como la Barceloneta, proyecto de hacer del pie de Collserola una vasta operación especulativa, permitir a los bancos y propietarios que continúen a desahuciar y hacer gestos caritativos para algunos casos dramáticos, etc.

El resultado es un sentimiento de desposesión de la ciudadanía, una creciente tendencia a aumentar las desigualdades sociales, una degradación de la imagen internacional de Barcelona, una pérdida de valor de la capital de Cataluña.

La resistencia social sin embargo es cada día más fuerte y el hecho mismo de la existencia de Guanyem es un indicador. Es suficiente seguir la revista de la FAVB para comprobar la dinámica conflictiva en los barrios. Y como cada día hay una crítica al no-urbanismo de Barcelona mientras que la alcaldía vende “smart humo”.

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