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Y la zona alta de Barcelona también salió a la calle para defender la unidad de España

El autobús turístico de Barcelona pasa ante un edificio del barrio de Sarriá con banderas esteladas y constitucionales.

José Precedo

Si la prensa de papel sirve como termómetro de algo, en el día después de la gigantesca manifestación por el no, el quiosco de la Plaza de Sarriá, zona noble de la ciudad, ha recibido 118 Vanguardias –65 en castellano, 53 en catalán– 33 ejemplares de El País, 24 del Ara, 20 de El Mundo y 14 del ABC. También 39 de El Punt, pero “porque el distribuidor se ha pasado, no se van a vender ni de broma”, asegura tras el mostrador una mujer de unos 50 años que evita dar su nombre “para no tener líos”.

Todos los periódicos llevan la multitudinaria manifestación por el no a la independencia en sus primeras con abundante despliegue en páginas interiores. Y por primera vez los vecinos del barrio pueden reconocerse en las fotos de una manifestación. En el último domingo de fiestas, riadas de gente de esa clase media desahogada que no pinta pancartas bajaron de la Barcelona Alta al centro para erigirse en minoría ruidosa.

Jorge Gimeno acaba de hojear varios diarios pero mete bajo el brazo el Marca y El País: “Otros es mejor ni leerlos”. Es economista especializado en gestión deportiva, tiene 41 años, tres hijos, unos ingresos familiares de 100.000 euros anuales y lleva viviendo en Sarrià desde 1981.

Entonces llegó con seis años junto a sus padres desde Zaragoza. “Fui del Zaragoza hasta que el colegio me obligó a hacerme del Espanyol. De la maravillosa minoría”, como llama él y muchos en el barrio al rival del Barça que según su propia leyenda es “más que un club”.

Gimeno asegura que esto ya lo había vivido antes, que fue primero el fútbol que la política. “Es un buen reflejo de cómo nos han hecho sentir los independentistas en los últimos años. Jamás he disfrutado tanto de las victorias del Real Madrid que en los últimos años. Y eso que siempre me habían dado igual. Los del Espanyol y los no independentistas no existimos. Pues ayer decidimos hacernos ver. Yo fui con una bandera que representaba a la senyera, la española y los escudos del Espanyol y de la ciudad de Barcelona”.

Como buena parte de su parroquia este ejecutivo no había salido a protestar a la calle últimamente. Su anterior marcha fue tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco hace más de dos décadas. Gimeno es pesimista: “Están destruyendo nuestra sociedad y nuestro país, sentí mucho orgullo el domingo al ver que la sociedad no es lo que pintan pero esto no tiene buena solución. La concordia puede tardar más de una generación en recuperarse. En cuanto al problema, creo que la única solución es el bloqueo económico por parte del Gobierno a la Generalitat. El problema es que pagarían justos por pecadores, funcionarios, trabajadores públicos... Pero es que hay mucha gente viviendo del independentismo. Estarían un mes en la calle o dos pero después...”

Callejeando por Sarrià salta a la vista que la densidad de esteladas no puede competir con otras zonas de la ciudad. Y en los escasos bloques donde asoman, vecinos del otro lado responden atando banderas españolas. Hay tramos del Paseo de Bonanova donde mandan las rojigualdas. Pero el conflicto aquí no ha pasado de las discusiones de barra de bar y los frecuentes enfados familiares cada vez que asoma el monotema.

Semanas atrás corrieron por los teléfonos móviles imágenes de una pelea entre quinceañeros que portaban esteladas frente a otros con españolas en la calle Amigó. También llegaron al smartphone de Sergio, ingeniero industrial de 40 años. “Aquí se polariza todo y es muy difícil, pero yo le preguntaría a esos chavales si saben por qué se pegaron. No me interesa este lenguaje de sordos, aunque sí vivo la política, pero he optado por desinformarme, y no, no voy a ninguna manifestación de ninguno de estos”, dice mientras tira de la correa de un labrador de color marrón clarito.

Calle abajo, camino del Paseo de Bonanova, Lila, consultora de 31 años, apura el paso para llegar al dentista. Ella también bajó a la manifestación por la unidad de España del 8 de octubre. No debuta ahora, ya había estado en otros actos de Sociedad Civil y Democracia. “Creo que fue un día histórico, no se habían visto tantas banderas constitucionales por aquí. Junts pel Sí seguirá adelante con su plan para la independencia, pero es necesario que se nos vea en las calles”. Lila es “partidaria de un referéndum en toda España, si lo que se quiere es conocer los resultados de Catalunya. Pero para eso los dos Gobiernos tienen que dar marcha atrás y yo creo que deberían empezar los de aquí”. 

El taxi de José Miguel, un catalán con acento de Johan Cruyff y unos ojos azulísimos, hizo ocho viajes hacia la manifestación el domingo: “Estaban contentos, bajé a gente mayor y joven, incluido un matrimonio formado por dos chavales de 20 años y de todos los extractos sociales”.

Si no hubiera tenido que trabajar, también el taxista nacido en Polonia, adonde emigró su madre cuando era joven, habría asistido: “Es todo una locura. Yo participé en la consulta del 9-N y voté sí y no, por la República y contra la monarquía. Fui a la huelga del 3 de marzo para denunciar los abusos policiales. Pero esto es una locura y Europa no va a permitirlo. Está formada por regiones que se odian y tras la Segunda Guerra Mundial nació la UE para evitarlo. Sé de lo que hablo. Y alguien debería parar esto. El odio que se ha generado se multiplicó por 1.000 tras las cargas del 1-O. Deberían dar marcha atrás, pero Puigdemont no va a hacerlo porque ha llegado demasiado lejos y Rajoy tampoco, porque Rajoy es... Rajoy”.  

A media mañana el mercado de Sarriá está casi desierto, con todas las pescaderías cerradas como cada lunes. En una mesa terminan sus cafés tres jubilados hablando de lo único antes de ir a nadar a la piscina. Josep desarrrolló una dilatada carrera como ingeniero textil. Hoy tiene 80 años. Ni se le ocurriría pisar la manifestación “unionista”. “También aquí la gente está hasta el gorro, desde que impugnaron el Estatut. Puede que los ricos tengan miedo al procès de forma injustificada, creo yo. Pero yo llevo 40 años viviendo en Sarriá y no me siento en minoría”. Y eso a pesar de vivir en un distrito donde el PP logró porcentajes del 52% en algunas mesas de las últimas generales y en el que Ciudadanos tiene todas las papeletas para ganar esas autonómicas que tanto reclama Albert Rivera.  

José Martí Gómez está de acuerdo con que Sarriá no es un feudo monolítico. Lo asegura uno de los periodistas con más kilómetros de Barelona que ha retratado en sus crónicas desde los tiempos del semanario Por Favor en el tardofranquismo. En democracia fue cronista estrella de La Vanguardia. Una institución en el periodismo barcelonés.

Martí defiende que Sarriá es un barrio complejo en el que convive clase media trabajadora que se mudó allí a mediados del siglo pasado y una burguesía que hizo mucho dinero con las torres de viviendas. “Y luego están los ricos de verdad, que dudo que hayan bajado a ninguna manifestación”, afirma.

“Apoyo al no, mezclado con españolismo rancio”

Para él, la manifestación del domingo evidencia “la necesidad de expresarse que tiene un sector de la ciudadanía que existe y que no es independentista. Se mezcló el apoyo al no con un españolismo rancio y esos cánticos horrorosos, pero el balance positivo. Y el que se sorprenda de lo que dijo Mario Vargas Llosa, es porque no lo conoce. Yo lo traté mucho y siempre fue antinacionalista”.

Ana y Elena caminan rápido con sus chandals y zapatillas de marca (cara) “para llegar al banco antes de que cierre”. Son las 13:30 y el tráfico por las avenidas de Sarriá se ha animado cerca de los colegios. Ellas también estuvieron en la marcha del domingo. “Porque sí, porque esto nos afecta económicamente, se han parado las inversiones, el turismo se resiente y las empresas se van. Si la Generalitat quería pedir más dinero a Madrid que lo haga de otra forma”, dice Elena, que se dedica a la consultoría y tiene 43 años.

Su compañera de caminata, ama de casa de 57 años, aclara que Elena alquila pisos. Ella sostiene que Rajoy también es culpable de que se haya llegado hasta aquí. “Si quería permitir la votación, que legalizase el referéndum, y si no, todos a la cárcel”. Su compañera le interrumpe: “Incluidos los de Omnium y los de la ANC, ¿Qué hacían subiéndose a los coches incitando a la gente? ¿Puedo yo subirme a un coche ahora para gritar en las manifestaciones?”.

Ambas mujeres debaten sobre el reproche del exministro socialista Josep Borrell a las empresas que ahora se van y que no avisaron antes de que lo harían. Elena respeta que “los empresarios tomen sus decisiones cuando consideren oportuno. Pero Ana la corrige: ”Si hubieran amenazado antes, no estaríamos en esta situación. Y no te pillaría a ti ahora yendo al banco“. El periodista pregunta si han retirado fondos de La Caixa o el Sabadell, las entidades que se mudaron fuera de Cataluña la pasada semana.

Marta y Elena entran a una oficina de Santander Banca Privada. Un empleado las recibe e invita a sentarse. La puerta se cierra por dentro. En la calle empieza el bullicio de la hora de comer. El viejo reportero Martí Gómez descarta que la movilización del domingo en Sarrià implique que la burguesía de la zona noble de la ciudad vaya a a tomar las calles: “Esa gente ha salido un día pero volverá a sus casas. Yo creo que las manifestaciones y protestas serán cosa de la CUP”.

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