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Catalunya en Comú: cómo pasar la pantalla del 21D y construirse como proyecto de futuro

Xavier Domènech, flanqueado pro Ada Colau, Elisenda Alamany y el resto de la candidatura de Catalunya en Comú.

Aitor Riveiro

Las elecciones del 21 de diciembre tienen un doble análisis para los comunes que lidera Xavier Domènech. La obvia, la inmediata, es la constatación de un fracaso. Catalunya en Comú-Podem ha naufragado, como antes lo hicieron otros, en la tormenta perfecta del processisme. Sus resultados son malos y, salvo implosión del bloque independentista, su papel en la futura gobernabilidad de Catalunya será irrelevante. El reverso de esta visión es que podrán mantener un perfil bajo en el Parlament y centrarse en la construcción de un proyecto político que mantiene un hilo con el pasado de las distintas partes que lo componen pero que, casi de forma imperceptible incluso para ellos, ha mutado.

Los comunes llegaron tarde a la campaña del 21D. Les pilló, como a todos, a contrapié. Pero, a diferencia de otros, su relato estaba sin construir y sufrieron, sin poder intervenir, la tumultuosa quiebra que sufrió Catalunya Sí que es POT, su precedente formal, que no político.

En la candidatura de 2015 participaban los mismos partidos, pero ni la ICV ni, sobre todo, el Podem de entonces son la ICV y el Podem de hoy. El mando del nuevo proyecto lo ha cogido Barcelona en Comú, bajo el manto de la alcaldesa Ada Colau y con un liderazgo incuestionado, el de Xavier Domènech.

Catalunya en Comú no comenzó a caminar hasta abril de este mismo 2017. El proyecto debía cocinarse a fuego lento. Establecerse en los territorios. Ganar espacio comarca a comarca, pueblo a pueblo y barrio a barrio. Engordar por abajo para llegar a las elecciones autonómicas con la capacidad de influir en el marco discursivo de la campaña. Pero la velocidad histórica del procés aceleró y en unos meses todo se precipitó. A la vuelta del verano se toparon con una deriva que, como en 2015, les dejaba fuera de fuego. 

Frente al discurso social, los porcentajes del paro, los colegios hechos de barracones y la pobreza infantil se impuso la emocionalidad de la independencia, la declaración (simbólica, pero potente) de una República catalana. Los encarcelamientos. El 155. La intervención del autogobierno. Y el exilio de la mitad del Govern, con el president a la cabeza.

Sembrar hoy el votante de mañana

El paralelismo con 2015 es inevitable. Y, como entonces, los estrategas del partido confían en haber conquistado a un buen número de votantes que el 21D se vio atrapado en la emocionalidad de la “excepcionalidad” promovida por el Gobierno del PP con el respaldo de Ciudadanos y el PSOE. Una excepcionalidad que, según han reiterado en campaña, es también responsabilidad del unilateralismo de ERC, PDeCAT y CUP.

Esa posición intermedia, “equidistante” para algunos dentro y fuera del partido, les ha dejado al  albur de un relato que colocaba a los comunes como valedores del bloque independentista y, cinco minutos después, como promotores de la aplicación del artículo 155 en Catalunya. 

En realidad, sostienen tanto líderes como cuadros, simplemente era imposible hacer nada más en este momento. El zarandeo de unos y otros acogotó en el inicio de campaña a los comunes, que solo cogieron fuerza en la segunda semana, cuando Ada Colau abandonó su calculada semiausencia y cuando Domènech y demás protavoces perdieron dejaron de tener miedo a la reacción que sus mensajes generaban en redes sociales tanto entre los indepes como entre los “unionistas”.

En el documental sobre Podemos de Fernando León de Aranoa el cineasta se detiene en aquellas elecciones del 27 se septiembre de 2015. La noche electoral es un fiasco. Carolina Bescansa, por entonces dirigente del partido y responsable de análisis electoral, asegura: “Hoy no nos ha votado gente que nos votará en diciembre”, en sus primeras generales.

Fue así. El 20D, los comunes ganaron en Catalunya. Y el 26J. 

Dos años después, hay una sensación similar. El convencimiento de que el procés no puede copar constantemente la actualidad política permite albergar la esperanza de que vendrán tiempos mejores. El partido, mientras tanto, debe comenzar un doble trabajo que hasta ahora no se ha hecho.

Primero, crecer en el territorio. Implantarse. Salir de Barcelona y su área metropolitana. Su feudo y donde este 21D han logrado casi todos sus votos. Es un labor lenta y complicada en un país con sobreabundancia de partidos políticos se mida sobre el eje que se mida.

Segundo, aprender. El equipo de Catalunya en Comú es joven y en ciertos aspectos conserva las dinámicas partidistas de las clásicas coaliciones de partidos. Si el liderazgo de Xavier Domènech consigue superar finalmente este escollo, los comunes tendrán una oportunidad. Las elecciones municipales de 2019, con la Alcaldía de Barcelona como principal baluarte, son fundamentales. Quedan 18 meses.

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