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El derrumbe del pujolismo y el ‘factor Ferrusola’

Jordi Pujol y Marta Ferrusola siempre han formado un tándem compenetrado

Víctor Saura

En los primeros ochenta, Marta Ferrusola era la Evita catalana. Una parte de la sociedad catalana la puso en el pedestal. Era sencilla y discreta, no mostraba ínfulas de primera dama pese a serlo, era la esposa abnegada que había aceptado sin reproches compartir a su marido con la patria, era sobre todo la madre entregada a la educación de sus siete hijos, todos buenos muchachos, es decir, cristianos y catalanistas, y aún tenía tiempo de dedicarse a la floristería que había fundado años antes con dos buenas amigas, lo que reforzaba su imagen de humilde tendera, menestral y trabajadora. Una más. “Me dicen a menudo que represento a la mujer catalana”, explicaba en una entrevista en Avui en abril de 1984, antes de las elecciones que darían la primera mayoría absoluta a Pujol. “Això és una dona!” (¡esto es una mujer!), gritarían las masas enardecidas unas semanas después, en la famosa manifestación de apoyo a su marido por la querella de Banca Catalana. En la Cataluña de los ochenta, Marta era la prueba viviente de que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer.

Por algún motivo, esta austeridad espartana que exhibía y practicaba no arraigó en la siguiente generación. La cultura del esfuerzo de la que tanto ha gustado hablar siempre a Jordi Pujol, como un valor en peligro, era la que lógicamente habían querido transmitir a sus hijos. Pero a medida que éstos se fueron haciendo mayores y empezaron a volar solos se fue viendo que la luz que guiaría sus pasos no sería precisamente la del calvinismo paterno, tal vez más aparente que real. A mediados de los noventa, varios de ellos ya hacían negocios que si no rozaban la ilegalidad como mínimo entraban de pleno en el terreno de lo antiestético. Y la tienda se había reconvertido en un negocio floreciente que contaba entre sus mejores clientes a la administración catalana, a un buen número de ayuntamientos convergentes y a grandes empresas y entidades del entorno.

Todo el mundo lo veía, pero pocos lo decían, porque lo que más irritaba a Pujol, y aún más a la Marta, era que criticaran a sus hijos. En una entrevista en Catalunya Ràdio a finales de 1995, Ferrusola denunciaba “ataques y mentiras que han aparecido en los medios de comunicación sobre las actividades empresariales de mis hijos”. “Mis hijos –añadía- no pueden tener ni una empresa de zapatos, ni de televisores, ni de limpiacristales, porque los potenciales clientes pueden ser acusados de cierto favoritismo”. Se refería, seguramente, a algún reportaje aparecido en la prensa de Madrid, ya que en Cataluña (a excepción de El Triangle) ningún medio quiso nunca meterse en este jardín. Cuando no quieres ver, lo mejor es no mirar. Y, de hecho, los de referencia no han empezado a pisar este terreno hasta el 25 de julio de 2014. El día de la confesión.

A finales de los noventa, los rumores y las evidencias sobre las actividades potencialmente explosivas de los hijos Pujol, y muy especialmente del mayor, eran tan clamorosas que era imposible no ver ni oír. Todo aquel que estaba más o menos metido en la intriga política sabía que en la calle Ganduxer había un despacho privado muy frecuentado por contratistas de obra pública. Todo el mundo sabía que firmas vinculadas a la familia eran proveedoras habituales de la administración catalana (¡la Ferrusola defendía su derecho a serlo!). Y aún más todos sabían del poder en Cataluña del sector negocios de CDC, feliz pero fugaz expresión acuñada por Miquel Sellarès, el primer convergente purgado por no comulgar con los compatriotas que, como Prenafeta o Sumarroca, bajo la bandera ocultaban la cartera. Pero la gran prensa de aquí seguía muda, y la de allí, que ocasionalmente sí podía hablar, tampoco conseguía hacer mella en la opinión pública. ¿Cuántas veces la tertulia radiofónica más escuchada en Cataluña dedicó un solo minuto a charlar sobre los nenes? ¿Cuántas el diario más leído les dedicó media columna o un breve? Y en las decenas y decenas de entrevistas televisivas que le hicieron a Pujol en horas de máxima audiencia ¿cuántas veces se le preguntó por las actividades mercantiles de la mujer y los chavales?

En la respuesta a estas preguntas es donde radica todo, porque no se hablaba pero se sabía. Sólo esto permite comprender la drástica reacción del partido ante la confesión. Convergencia ha renegado del padre fundador con una dureza insólita en relación al pecado confesado. Treinta años con una herencia sin declarar en el extranjero es feo, sobre todo para alguien Muy Honorable, pero lo que automáticamente todos en la calle Córcega han comprendido es que ojalá fuera eso, o que ojalá fuera sólo eso. Si el sismo ha sido tremendo, las réplicas, que ya han comenzado, serán aún más fuertes. Y así, en pocos días hemos sabido que Emte, Copisa y FCC han pagado importes de escándalo al consultor-conseguidor Jordi Pujol Ferrusola, y que al benjamín Oleguer le investiga también la fiscalía anticorrupción, mientras en la prensa madrileña la suma presuntamente evadida por la familia escala día a día hasta cifras de locura. Y si hacemos caso a lo que se va publicando, parece que los Pujol han operado en todos los paraísos fiscales imaginables. Hará falta mucho tiempo para que el volcán escupa toda la porquería acumulada.

Sólo a algún convergente de buena fe como mosén Ballarín le cuesta entender la dimensión de la pena infligida. “Los hombres tenemos algo de carnívoros y el caso Pujol, Dios me perdone, me recuerda a aquellos cachorros de león comiéndose las tripas de una cebra destripada, pero lo que me ha hecho más daño es el comportamiento de Convergencia, donde hay uno que al estilo de Zorobabel quiere refundar el partido”, ha escrito Ballarín, en clara alusión al nuevo número dos, Josep Rull. Pero el sagaz cura intuye que detrás de la asunción de culpa de Pujol hay un sacrificio que no le corresponde: “Estaría con mi amigo por gorda que la hubiera armado -continúa-, cosa que no es así y sin que le pregunte nada le adivino una grandeza de patricio romano dando la vida por la patria y por los suyos”. Por los suyos.

El problema, pues, no es la presunta herencia del abuelo Florenci, de la que ni la misma hermana de Pujol sabía nada y que según han apuntado varios juristas hubiera sido fácil de regularizar. Ojalá fuera eso. Lo más probable es que el origen de los males no sea ninguna herencia (Josep Manuel Novoa sospecha que el dinero del que habla Pujol sale de los fondos retirados por él de Banca Catalana poco antes de la intervención, en persona y a través de una donación a la Fundació Catalana de Comunicació). Pero todavía más probable es que tampoco sea este el problema, sino los business de los chicos, especialmente del comisionista, a quien parece que ahora tienen bien pillado. De ahí la ira de muchos convergentes de pro, que han vivido con inmenso dolor la inmolación de Pujol, al que adoraban (o adoran aún). No pueden dar crédito a este tristísimo final. Y el dolor es proporcional al rencor que alimentan contra la Marta, que según esta percepción es quién protegió a los chicos y quien impidió que nadie les parase los pies, empezando por Jordi. Piensan que esto es lo que ha llevado al president a dar un paso inimaginable: tirar por la borda todo el capital político acumulado durante tantos años en un intento desesperado (y posiblemente inútil) de salvar a su hijo de una temporada en la sombra. Y piensan que lo que realmente ha conseguido es hacer un daño irreparable, ergo imperdonable, al partido, al país y al procés. Por lo que él se ha visto obligado a hacer no la perdonan. A ella.

Hay una memorable y profética sabatina de Gregorio Morán escrita en octubre de 1999, en vísperas de las últimas elecciones que ganó Pujol (en escaños, no en votos), y que retrata con milimétrica precisión lo que se ha hecho evidente quince años después. Y digo memorable para los que la leímos publicada en El Triangle, ya que fue retirada de La Vanguardia cuando ya estaba puesta en página y sustituida por un insípido artículo de Joan Raventós. En plata, fue censurada. Se titula “Las trampas del redentor”, y en ella Morán desnuda la doble moral (la doblez, la llama) pujoliana. Los tres últimos párrafos son de antología pura:

“La doblez pujoliana es uno de los hallazgos de la historia contemporánea de este país. Ha conseguido hacer de la doblez una moral. Entre el personaje real y el que la gente se quiere creer hay tal diferencia que el resultado es un producto genuino; él es él y su doblez. No miente, sencillamente olvida decir la verdad. No tiene ningún apego al dinero, le basta con el que tiene su entorno. Le importa un comino la familia, pero con tal de estar tranquilo en su propia casa acepta todos los trágalas que le presentan. No es un hombre corrupto, sencillamente no pregunta de dónde salió el Lamborghini de su retoño, ni los éxitos empresariales de la floristería de su señora, por citar solo lo más vulgar y llamativo.

Y esta doblez pujoliana, que es el privilegio mejor guardado del olimpo, ha cimentado el denominado oasis catalán al que me referí en las anteriores elecciones autonómicas después de un par de desayunos personales con el president. En casi veinte años se ha creado un sindicato de intereses de tal envergadura, que al final se impone como moral social la propia doblez pujoliana: no somos como somos sinó como creemos que somos.

Jordi Pujol no tiene otro enemigo que la sociedad nueva, la que está emergiendo, ya que desconoce absolutamente la doblez sobre la que está construida la hegemonía política de este país. Y la desconoce por dos razones. Una, porque nosotros no se lo contamos y la otra porque para eso está el president Pujol“.

Comienza un proceso público al pujolismo que durará tantos o más años que el judicial a la familia Pujol-Ferrusola. Muchos de los que ejercieron de abogados defensores durante décadas ahora lo harán de fiscales. Y a pesar de la doblez que en el fondo todo el mundo sabía (y la mayor parte disculpaba), seguramente algún día Jordi Pujol volverá a ser reivindicado por los suyos, algo que no se puede augurar sobre su esposa.

Pero hoy por hoy la urgencia para quienes quieren salvar los muebles en Convergencia es abjurar del páter y refugiarse en un inexistente masismo. En colaboración con los principales medios catalanes, corren a construir este artificio sobre la figura de Artur Mas y a alejarlo del pasado tanto como puedan. Si lo consiguen (y no será fácil), aún deberán estar agradecidos a aquella anomalía denominada tripartito, a aquellos funestos siete años en los que sintieron que el sucursalismo les había usurpado injustamente el poder, y que ahora constituyen una brecha preciosa entre el pujolismo y lo que hasta ahora nadie había llamado masismo.

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