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Los desahucios, tan traumáticos como los accidentes de tráfico

Una protesta de la PAH en Barcelona. /CARMEN SECANELLA

Noelia Román

Barcelona —

Cuando una persona entra en un proceso de desahucio se sube a una montaña rusa emocional que, en la mayoría de los casos, concluirá con una situación de estrés postraumático muy similar a la que padecen las personas que han sufrido un accidente de tráfico. Así lo constata un estudio elaborado por la escuela de negocios de Esade y la Fundación Innovación, acción y conocimiento, en colaboración con Cáritas, bajo la dirección de Joan Ramis-Pujol, profesor del departamento de Dirección de Operaciones e Innovación de Esade.

Analizando los sentimientos y las emociones de ocho personas desahuciadas, Ramis-Pujol ha observado que los afectados sufren un colapso emocional tal que dificulta la toma de decisiones y el encontrar salidas a su situación. “Se les derrumba el mundo, los puntos de enclaje se les caen y es casi imposible que alguien pueda salir de allí sin ayuda”, señala el director del estudio, presentado hoy.

Y las ayudas, critica Ramis-Pujol, son más bien pocas. “Si los agentes del entorno y la administración estuvieran atentos a estos indicadores y ayudaran en los momentos clave, se podría evitar el efecto dominó de este tipo de procesos que arrastra a todos los implicados a un callejón sin salida”, asevera.

Así, los desahuciados -apunta el trabajo- viajan en una montaña rusa que va desde la alegría por la hipoteca concedida hasta la preocupación por la pérdida del empleo, pasando por la sorpresa ante las primeras cartas de aviso del banco, la rabia tras las primeras amenazas y el pánico al desalojo inminente.

Estos no son los únicos sentimientos que experimentan los afectados. También sienten vergüenza, culpabilidad y abatimiento en un proceso que, en los casos más extremos, concluye con pensamientos suicidas o con el suicidio mismo. Todo depende de la resolución del caso: no es lo mismo conseguir la dación en pago o un alquiler social que verse en la calle sin solución alguna y una deuda asfixiante.

“Vivir durante siete u ocho años con la espada de Damocles encima resulta agónico”, afirma el profesor Ramis-Pujol. “Todos los entrevistados han cambiado su modo de ver la vida y de vivirla tras la experiencia. Cambian desde sus hábitos alimentarios y rutinas diarias hasta sus prioridades y objetivos vitales”, añade.

Administración ineficiente

No les queda otro remedio. Las administraciones públicas y el resto de agentes, denuncia el informe, no les sirven de apoyo ni de ayuda. Las empresas de suministros para el hogar resultan “lentas e ineficientes” a la hora de resolver los problemas que les competen. “Y esto contribuye a crear más desigualdades y a destruir la clase media”, asegura Ramis-Pujol.

“Si una persona cualquiera va al Inem o a un hospital y son ineficientes, lo lleva bien; pero si está en una situación de desahucio, es un gran problema”, ejemplifica el director del estudio. “El entorno laboral y hasta personal en muchos casos también da la espalda al afectado por un desahucio”, abunda. Organismos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o Cáritas son, a menudo, los únicos apoyos que encuentran estas personas.

“Hay un doble fallo del sistema: un fallo de mercado y otro de la administración pública”, denuncia Ramis-Pujol. Una posición dominante de la banca y un entorno empresarial hostil se suman a una administración pública que no corrige estos fallos de mercado y que se muestra incapaz de paliar sus efectos y de ayudar a los afectados a buscar salidas a su situación”, explica el profesor del departamento de Dirección de Operaciones e Innovación de Esade.

Tampoco el nuevo marco legal será “la panacea”, advierte Ramis-Pujol, para paliar este drama. El Gobierno, considera, debería implicarse en los procesos de mediación y contribuir a la creación de puestos de trabajo: el paro aparece como el gran problema de los desahuciados. El profesor solicita una atención prefrente para los desahuciados en las oficinas de trabajo, hospitales y juzgados; y condonaciones parciales de deuda o aplazamientos de la hipoteca a un tipo de interés simbólico mientras los afectados encuentran un empleo que les permita pagar las cuotas con normalidad.

“Todo el mundo merece un castigo proprocional a su responsabilidad y aquí hemos visto que el castigo ha sido excesivo, fuera de lo normal, y mal repartido por cuestiones de distribución de poder en la sociedad”, concluye Ramis-Pujol.

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