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El juego de Ripper

Joan Estruch

La astróloga más famosa de San Francisco anuncia que en la ciudad va a producirse un baño de sangre. Una sucesión de extraños asesinatos parece confirmar el pronóstico. La investigación policial apenas avanza, al contrario de la que siguen en paralelo un grupo de adolescentes aficionados a un juego de rol en línea, llamado Ripper. Serán estos adolescentes los que descubran el hilo que conecta todos los asesinatos.

Isabel Allende es una escritora chilena sobradamente conocida desde que en 1982 se dio a conocer con La casa de los espíritus, novela que la consagró como joven continuadora de la narrativa latinoamericana que había dominado el panorama literario hispánico durante la década de los 70. Después se ha consolidado con un conjunto de obras con personalidad propia y de gran éxito de público. Sin embargo, El juego de Ripper no es una típica obra de Isabel Allende. Contiene, sin duda, muchas de las características de sus novelas anteriores, pero presenta la novedad de ser su primera incursión en el género policial.

En declaraciones periodísticas, la autora ha manifestado que su intención ha sido parodiar la novela policial, igual que el Quijote parodió los libros de caballerías. Pero la referencia cervantina sirve para confirmar que los escritores no suelen ser los mejores críticos de sus propias obras, del mismo modo que los padres no suelen valorar a sus hijos con objetividad. Cervantes murió convencido de que su mejor obra era Los trabajos de Persiles y Sigismunda, juicio tan respetable como desacertado.

No ponemos en duda que Isabel Allende tuviera la intención de parodiar los tópicos de la novela policial. Así parece indicarlo el título escogido, que desplaza la atención del lector hacia una línea argumental secundaria, la de unos quinceañeros aficionados a juegos de rol detectivescos. Pero creemos que pocos lectores compartirán la afirmación de que la novela es una parodia. Y es que en El juego de Ripper contiene escasas dosis del ingrediente fundamental de la parodia: la imitación exagerada y burlesca de un referente claro y conocido. En la novela de Isabel Allende no hay situaciones ni personajes ridículos, risibles, ni exageraciones burlescas basadas en los clásicos del género: Poe, Conan Doyle, Hammett, etc.

Por lo que se refiere a los crímenes, son descritos con dramatismo, sin la más mínima concesión al humor negro. Y respecto a los personajes, Ryan Miller es una especie de Rambo que encarna a la perfección el arquetipo de héroe solitario, pero sin asomo de exageración risible. Bob Martín no es un inspector típico ni modélico, pero no podemos considerarlo como un Quijote de los detectives de la novela negra. Es verdad que roza el ridículo cuando, saltándose alegremente todas las normas, proporciona informes confidenciales a los quinceañeros aprendices de detective, amigos de su hija Amanda.

Más que personajes sometidos a parodia, estos quinceañeros son personajes mal trazados, inverosímiles y del todo prescindibles. Sin embargo, hay que reconocer que, si esta novela, que tiene muchos elementos cinematográficos, se llevara al cine, no se podría convertir en guión de una de esas penosas comedias adolescentes, en las que resulta imposible distinguir entre el que parodia y el que es parodiado. Y esto es así porque los quinceañeros de la novela no parecen ser más que una disculpable concesión, quizá destinada a ganar audiencia juvenil, pero que en ningún caso tienen suficiente peso como para cuestionar la indudable calidad artística global de la obra.

Existen, sin embargo, algunas incoherencias argumentales. La más importante es que la bien trabada explicación de los móviles y los rituales que intervienen en los diversos asesinatos se venga abajo en el último de los casos. Resulta que un psicópata se dedica a preparar durante años unos asesinatos muy concretos, todos motivados por la venganza contra personas que lo habían perjudicado cruelmente. Sin embargo, una vez cumplida su misión muy satisfactoriamente, añade a esa serie otro crimen, esta vez motivado por los celos y la frustración amorosa, aunque haya sido causada sin ninguna intencionalidad. Pero el asesino aplica en este último caso un cruel ritual de inspiración cristiana que no viene al caso y que nada tiene que ver con los rituales que ha utilizado en los crímenes anteriores.

Podrá alegarse que se trata de un psicópata, pero ya Cervantes nos demostró que los locos actúan con lógica, con su lógica, que no coincide con la nuestra, la de la mayoría supuestamente cuerda. En el caso de la novela que nos ocupa, los investigadores pueden descubrir al asesino gracias a que logran entenderlo y conocer sus motivaciones, muy coherentes y muy justas para él. Por eso mata a unas personas determinadas y de una manera determinada. Esas son, precisamente, las características que definen a un asesino en serie. Por eso nadie achacaría a Jack el Destripador el asesinato de un albañil mediante cianuro.

Sin embargo, creemos que este desajuste argumental no es fruto del descuido ni del capricho. Preferimos pensar que una autora tan experimentada como Isabel Allende lo ha utilizado como peaje necesario para proporcionar al desenlace de la novela muchas ventajas narrativas, destinadas a atrapar fácilmente el interés del lector. La principal es que la protagonista, hasta entonces mera observadora, se convierte en víctima. Además, el final de la novela se sitúa en una siniestra ambientación gótica y adquiere un ritmo y un suspense muy cinematográficos, al modo de los rescates contrarreloj de las películas de Bruce Willis.

Hay otros detalles de escasa verosimilitud, como el de que el asesino, nada corpulento, sea capaz de levantar un cadáver y colgarlo del cuello en un ventilador instalado en el techo de una habitación. Aunque carecemos de toda experiencia al respecto, suponemos que debe de ser un trasiego bastante complicado, y más teniendo en cuenta que la víctima tiene el cuello medio roto por haber sido previamente estrangulada.

Dicho esto, ahora ya podemos afirmar que, lejos de ser una parodia de la novela policial, El juego de Ripper se convierte en una interesante aportación a ese género narrativo. Isabel Allende no subvierte las normas y los tópicos del género, que sigue con fidelidad y buen dominio. Lo que hace es servirse con sutil maestría de la estructura formal de la novela policial para encajarla en su propia, larga y madura tradición narrativa.

Por eso los aficionados a sus novelas encontrarán en esta los componentes típicos del mundo narrativo de Isabel Allende: multitud de personajes bien trazados (especialmente los femeninos), que van buscando el amor de su vida; que se sirven de recursos esotéricos; que cultivan los vínculos familiares; que se relacionan intercambiando amistad y emociones sinceras; que rehúyen la agresividad, el poder, la prepotencia, el dinero… Y todo ello bien contado, con un arte narrativo muy controlado y que, sin embargo, parece espontáneo. Esos son los valores nucleares de El juego de Ripper, todavía más atractivos porque vienen envueltos con una seductora intriga policial.

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