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¡Quemad Barcelona!

Miquel Serra i Pàmies en su despacho

Oriol Puig

Enero de 1939. La República agoniza y las tropas de Franco cercan Barcelona. Todo el mundo daba por perdida la Guerra Civil. Los máximos dirigentes políticos republicanos comenzaron a emprender el camino del exilio, pero en Barcelona se preparaba una defensa feroz. Los líderes políticos y militares pronto vieron que la población, desanimada y exhausta por la falta de alimento, no respondería a las llamadas a la resistencia que hacía el presidente del Gobierno, Juan Negrín. La situación tomó un cariz dramático y, cegados por la rabia y por sus eslóganes de “victoria o muerte”, los comunistas decidieron destruir todo aquello que no pudieran mantener bajo control. Las órdenes de Moscú eran claras: tierra quemada.

Se disponía de unos cuantos miles de toneladas de trilita y de grandes cantidades de munición de artillería para destruir una cuarta parte de Barcelona. También se hicieron cálculos sobre los cientos de muertos, más de 100.000, que estas explosiones ocasionarían y se concluyó que eran daños colaterales aceptables. El Komintern soviético da la orden de arrasar la ciudad condal a Miquel Serra i Pàmies, conseller de Obras Públicas de la Generalitat y tesorero del Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). Estaciones, puentes, fábricas, centrales eléctricas, vías de comunicación, infraestructuras, iglesias y mansiones debían ser borradas del mapa, según un plan trazado por Enrique Líster. Pero Serra i Pàmies, héroe invisible y olvidado, se las ingenia para retrasar la ejecución de la orden de arrasar la ciudad.

Con la ayuda de un sargento veterano del Ejército Republicano y jugándose la vida, Serra i Pàmies boicotea los planes soviéticos y evita la voladura de la ciudad. “Mientras me jugaba la vida no se destruía nada o poco, los nacionales no acababan de entrar nunca, hasta que por fin llegaron. Cuando aparecieron por la plaza Catalunya nosotros estábamos todavía en el Ritz. Barcelona no era destruida”, escribió en 1949 a su hermano Josep. La prueba más importante que testimonia su heroicidad es esta carta escrita desde México en la que expresa que seguramente no tendrá el reconocimiento debido porque “los pueblos olvidan los peligros que han pasado y viven el presente. Si algunas gestas recuerdan son las bárbaras y no las humanas”. Serra i Pàmies dedicó todos sus esfuerzos a evitar que aquel monstruoso proyecto llegara a buen puerto. Convocaba reuniones constantemente, inducía a confusiones en la hora y lugar de encuentro, facilitaba contactos erróneos y creaba todo tipo de dilaciones. Mientras él se jugaba el cuello, Barcelona seguía intacta. Era una carrera contra reloj esperando con ansia la entrada de los nacionales en Barcelona antes de que su sabotaje fuera descubierto.

Guillem Martí es bisnieto del hermano del desconocido salvador de Barcelona y rescata la peripecia de su familiar en ¡Quemad Barcelona! (Destino). La novela se centra en los diez días antes de la caída de la ciudad, en donde imagina todo ese juego de dilaciones, de errores de los transportes que debían llevar los explosivos, de cómo los espías soviéticos estaban encima de él, hasta que consumó la traición. Miquel Serra i Pàmies era considerado un traidor por los estalinistas y por los suyos. Una persona borrada de la historia interesadamente tras jugar un papel crucial que pagó muy caro. Toda su vida intentó pasar desapercibido y no dejó memorias. El exilio en Francia y la posterior detención en Moscú como víctima de las purgas estalinistas. Mientras esperaba un juicio del que hacía tiempo que se había dictado sentencia, Serra i Pàmies era sometido a brutales interrogatorios y torturas en los gélidos sótanos de la Lubianka, la sede de la NKVD, los servicios secretos estalinistas. El juicio comenzó el 14 de agosto de 1939 y el proceso se dio por cerrado seis días después. Fue exculpado de haber incumplido la orden de volar Barcelona, pero declarado culpable del resto de cargos, incluyendo el de ser el principal responsable de la derrota militar. Su compañero José del Barrio también fue declarado culpable, pero de delitos menos graves. Serra i Pàmies sería enviado al gulag. Escapó cruzando Siberia para llegar al Japón imperialista. De allí, a Los Ángeles y Chile.

En ¡Quemad Barcelona! la realidad se entreverá con la ficción y con la conmovedora historia de amor entre Miquel y Teresa. Poco después de que Serra i Pàmies marchara hacia Moscú, Teresa Puig había recibido una carta de la capital soviética donde le explicaban que su marido había muerto heroicamente luchando por la causa comunista. También Serra i Pàmies creía que su mujer y su hija, que aún no había conocido, eran muertas. Leyó en un diario que una bomba alemana había caído dentro de un refugio antiaéreo de Orleans, donde vivían, y había causado un enorme número de víctimas. A pesar de las adversidades, los tres seguían vivos. Fue gracias a los programas de reagrupamiento de familias refugiadas impulsados por la Cruz Roja que la familia pudo recuperar el contacto. Hasta seis veces los servicios secretos franquistas impidieron a Teresa y su hija coger un barco desde Francia en dirección a América; las estaban vigilando con la esperanza de que Miquel Serra i Pàmies volviera a Francia a buscarlas para detenerlo y procesarlo. Finalmente, consiguieron documentación falsa, que les permitió abandonar Francia en barco para ir a Nueva York. De allí marcharon a México en autobús, donde pudieron reencontrarse con Miquel. La familia se instaló en Guadalajara, donde aún hoy residen sus nietos y bisnietos. Miquel Serra i Pàmies no volvió nunca a Barcelona. Pasó el resto de su vida en México, donde murió de una neumonía el 14 de junio de 1968, a la edad de sesenta y seis años. Su historia no se difundió nunca.

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