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Anne Holt: “La realidad es dura y hay que contarla así”

Anne Holt, el miércoles, en Barcelona./Carmen Secanella.

Toni Polo

Barcelona —

Anne Holt vuelve a poner el dedo en la llaga. Sin compasión por el lector, narra una historia cruel, dura, dramática en la que, manejando con maestría la intriga, a través de personajes cuidadosamente trazados, plasma una serie de problemas que la preocupan y que preocupan a la sociedad occidental. Habla de abuso de menores, de racismo, de tráfico de influencias. La novela Lo que esconden las nubes oscuras (Roca Editorial) es la quinta y última de la serie protagonizada por la psicóloga Inger Johanne Vik y el policía Yngvar Stubø.

Es una lectura muy dura. ¿Es necesaria esa dureza para que la gente tome conciencia del problema?

La intención no es escribir de esta manera tan dura para conmocionar, lo que pasa es que la realidad es dura y hay que contarla así. Me alegra que la sensación que le queda al lector sea esta porque es así. Lo que pasa es así de duro.

El problema de los abusos infantiles es, como explica en el libro, mucho mayor que el que puedan reflejar los números…

No conocemos los números reales, sólo hay aproximaciones. Pero es seguro que hablamos de cifras enormes. Y es así porque todos tenemos un respeto absoluto por la vida privada de los demás, con lo cual no sabemos lo que hay detrás de cada uno.

¿En Escandinavia, países modelo en temas sociales, sucede igual que en otros lugares?

Es igual en todo el mundo. No tengo razones para pensar que Escandinavia tenga que ser especial en estos casos.

Tendemos siempre a mirar hacia otro lado…

Todos sentimos la necesidad de identificarnos con los padres cuando alguien los acusa de algo terrible, como puede ser el abuso de menores, porque pensamos que puede ser una acusación errónea. Pero nunca nos ponemos del lado de los niños. ¿Qué pasa cuando un niño es maltratado y uno no lo ve? La criatura está completamente indefensa ante eso. Hay que ahondar en el problema para poder localizar esos abusos. Además hay que tener en cuenta que los niños son extremadamente leales a los padres. Incluso en casos de abuso.

Tiene experiencia en temas parecidos…

Trabajé como abogada en Sanidad infantil durante seis años y vi muchos casos de niños maltratados que seguían siendo leales a los padres, porque el amor es una cosa muy complicada, que tiene muchas aristas. Un niño no acusa a sus propios padres.

¿El niño es consciente de que sufre maltrato o lo puede ver como lo normal?

Puede creer que es lo que le toca. Y otras veces no sólo es una cuestión de lealtad sino que son amenazados para que no digan nada. Hay un caso muy famoso de hace ocho años, al que hago referencia en el epílogo de la novela, de un niño cuya madre todavía está siendo juzgada por malos tratos. Ese niño iba a la escuela amoratado, lesionado, con un brazo roto… Y cuando le preguntaban los compañeros decía que no era nada…

Ellen, la madre de Sander, el niño que muere en su novela, encubre a su marido destrozando el ordenador donde ha descubierto documentos de pornografía infantil. ¿Se tiende a proteger al amigo, al compañero, al marido…?

Ellen no sólo encubre a Jon sino que comete uno de los principales errores, que es pensar que un hijo tiene que ser como sus padres, que es una prolongación de su padre o de su madre y tiene que ser como el padre cuando era pequeño. Yo no soporto los comentarios del tipo “¡Oh, es igual que tú cuando eras pequeño!” No, un niño tiene derecho a ser único, un propio individuo, su propia personalidad. Eso es lo que Ellen no entiende. Y eso genera frustración.

¿Somos padres irresponsables, entonces?

Cuando uno tiene un hijo, lo que debe hacer es acompañarlo en su propio camino. Muchas cometen el error de pensar que el hijo tiene que acompañarlos a ellos. Y no, creo que el niño tiene su propio camino y su propia individualidad y el padre tiene la suerte y el placer de acompañarlo.

Usted está casada con una mujer y tiene una hija de 10 años. ¿Ha notado ese tipo de problemas?

Mi esposa y yo de pequeñas éramos muy ‘marimachos’, nos gustaban las construcciones, subirnos a árboles, juegos de este tipo. Nuestra hija, en cambio, juega con barbies, se viste de rosa, es muy femenina. Odia el Lego. Bueno, pues nos consideramos testigos privilegiados de la individualidad de la niña y la acompañamos en su camino. Y si quiere una barbie, pues le compramos una barbie… A mí me gusta mucho el fútbol, lo vivo en directo [es ferviente seguidora del Tottemham, “a pesar de que me da pocas alegrías…”]. Mi hija, a los tres años, se sentó a ver un partido del Mundial y no le gustó: se levantó, dijo que no le gustaban nada los uniformes de los equipos ni los pantalones cortos, y se fue. Luego, a los seis años, nos preguntó que por qué no le daban una pelota a cada jugador, así no se peleaban…

¿Sander era un niño incomprendido?

Las personas tenemos intereses muy dispares y busquem les aficions que tengamos en común con otros. Con los niños pasa igual. A mi hija le interesan las barbies y a mí no, pero a las dos nos encantan los animales… Siempre hay que encontrar ese punto en común. En la novela, con Sander, ocurre lo opuesto. Intentan que encaje en las vidas de sus padres. Se ve desde el principio que es muy buen dibujante y que tiene talento. Todos los padres tienen dibujos de sus hijos en las paredes. Los de Sander no, no quieren reconocer esa parte que podría ser un terreno común e intentan constantemente ubicarlo en algo que no es.

La novela empieza el día de los atentados de Utoya y se comenta que si hubiesen sido obra de musulmanes, como se pensó en un principio, no se habría visto tanta solidaridad. ¿Hasta qué punto el libro es un alegato contra el racismo?

En todas mis novelas hay un componente de denuncia contra el racismo. Durante las tres horas posteriores al atentado, cuando todavía no se sabe quién era el responsable y se pensaba que podía ser un acto de terroristas musulmanes, hubo incidentes contra niños de otras razas (negros, musulmanes…). Cuando se supo que había sido un noruego rubio de ojos azules fue un shock. Fue algo muy fuerte. Si hubiera sido un extremista islámico las siguientes semanas habrían sido muy diferentes en Noruega.

El retrato psicológico es clave en sus novelas. Dice que el animal más peligroso es un policía convencido de algo…

Eso es lo que piensa el padre de Sander porque ya ha sido investigado por cuestiones económicas. Yo creo que las investigaciones modernas deben mantener siempre la mente abierta a todas las posibilidades. El caso de Utoya es claro, porque pese a tener al culpable confeso, siempre se mantuvieron abiertas las investigaciones para controlar si pertenecía a una red, si había más implicados, si había conexiones con el extranjero… Entonces el lector acaba identificándose con Henrik [el joven policía que investiga el caso de la muerte de Sander], que está tan convencido de lo que busca, porque sabemos que tiene razón. Pero ¿qué pasaría si no la tuviera? Creo que Henrik, cuando sea un poco mayor [tiene 26 años], se dará cuenta de que no puede estar convencido de algo como lo está, que eso es un error.

Pero la serie de Inge Johanne e Yngvar acaba con esta novela. ¿No veremos a Henrik hacerse mayor?

Él volverá. De una manera u otra volverá porque le he cogido cariño.

La otra denuncia en la novela es el tráfico de influencias… ¿Nos hemos acostumbrado demasiado a aprovecharnos de tener a un amigo político o famoso…?

Lo básico para una sociedad es la transparencia. El mundo político tiene que ser transparente, pero el financiero, que acumula tanto dinero, tanto poder, tiene que serlo igual. Cuando hay puentes entre el mundo político y el financiero, la opacidad es total y ahí es donde empiezan los problemas.

Palabra de ex ministra de Justicia…

No lo digo como ex ministra sino como persona socialdemócrata. El dinero es el que acaba hablando. Necesitamos control político del dinero, porque si no campa a sus anchas. Lo estamos viendo cada día.

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