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El Diari de la Cultura forma parte de un proyecto de periodismo independiente y crítico comprometido con las expresions más avanzadas del teatro, la música, la literatura y el cine. Si quieres participar ponte en contacto con nosotros en  fundacio@catalunyaplural.cat.

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El buen trabajo del Tantarantana y una lección magistral en la Muntaner

Carles Alberola y Elena Fortuny en la obra./Jordi pla

Toni Polo

Es imperdonable no haber escrito todavía sobre Midsummer, que se está en el Tantarantana (sólo, ya...) hasta el domingo, 17 de febrero. Es un claro ejemplo de las cosas bien hechas que está haciendo esta sala. Fiel a su filosofía de tender puentes entre el teatro catalán y el de otras comunidades de España, la sala cerró el mes pasado su ciclo de teatro valenciano, donde nos abrió una ventana a lo que se está haciendo al sur de Cataluña, con obras de las compañías L'Horta Teatre (Eufòria), Oscura Teatre (Todas muertas y Canciones y amor con queso) y Albena Teatre, que abrió el ciclo con Que tinguem sort!, una magistral lección de humanidad interpretada por Alfred Picó y Carles Alberola en que hablan sin tapujos, con claridad y con sensatez de la sociedad, de la vida y de la muerte. Todo en boca de dos actores que están a punto de salir a escena por última vez. Una visión muy ‘ovidiana’ de la vida.

Ahora Alberola ha vuelto con Elena Fortuny, con quien representa Midsummer, espectáculo que fue revelación del Festival Fringe de Edimburgo en 2009, del escocés David Greig, una coproducción a tres bandas del Tantarantana, Albena Teatre y Tanttaka Teatroa. Una noche de verano en Edimburgo Elena, mujer desengañada que ha entrado en los 40, pide a un tal Bob, un tipo marginal que lee Dostoievski en un bar, si la ayuda a terminar una botella de vino. Entre líneas (no tantas): que si quiere echar un polvo. Una coincidencia a partir de la cual, con una narración muy bien incorporada en la escena, a veces a través de canciones, los dos protagonistas descubren cómo salir de una rutina que los tiene atrapados, quizá, irremediablemente. Todo, con ganas de mirar la vida con una sonrisa.

No podemos olvidar que sigue en cartel (prorrogado hasta el 26 de febrero, los lunes y martes) una inmensa Carme Sansa, dirigida por Xavier Albertí, en el monólogo sobre el mito de Orfeo Vostè ja ho entendrà, de Claudio Magris. Todo un recital intenso y emotivo de la actriz, Premio Nacional de Teatro 2012. También es parte del buen trabajo del Tantarantana, al igual que la inminente estreno de Si no nos pagan, no pagamos, del premio Nobel italiano Dario Fo, una nueva versión actualizada por el mismo autor y Franca Rame de su texto original Aquí no paga ni Dios . Teatro comprometido, teatro actual, teatro inconformista. Teatro necesario. Teatro.

Un duelo de personalidades

En la Muntaner (hasta el 24 de febrero), Lluís Soler no sorprende a nadie con su magistral interpretación del irritante, maleducado, irreverente y despiadadamente sincero Texel, Textor Texel, en Cosmètica de l’enemic, la adaptación que ha hecho Pablo Ley de la novela de la belga Amélie Nothomb y que dirige Magda Puyo.

Un texto difícil (“me asustó”, admite Ley) de lenguaje muy elevado que Soler y el joven Xavier Ripoll, digno contrincante en un combate dramatúrgico de altos vuelos, consiguen acercarnos haciéndolo totalmente suyo y, por tanto, nuestro. “Una obra que combina la comedia y la tragedia”, tal como avisaba Magda Puyo, en la que “la ironía va aumentando hasta convertirse en crueldad”.

La escena transcurre en una sala de un aeropuerto (¿existe algún lugar más impersonal que un aeropuerto?). Jerome, joven ejecutivo agresivo, elegante, seguro de sí mismo, triunfador, espera un vuelo cuando se le acerca un hombretón grande, despreocupado, tranquilo, insolente, inquietantemente pesado, que quiere charlar con él. El combate está servido. El escenario es un ring (rodeado por el público) donde se enfrentan el discurso puro de la verdad y la emoción pura de las apariencias. El torrente verbal e incontitnente de Textor Texel tratará de poner contra las cuerdas la culpabilidad escondida en las entrañas de Jerome, que, no pudiendo huir del juego que le plantea el desconocido, irá mudando su semblante educado, su seguridad, su elegancia hasta convertirse en una especie de reflejo de su interlocutor. Una metáfora de la dualidad entre el bien y el mal, un combate entre “el Fausto y el Mefisto que todo ser humano lleva dentro”, tal como definió la directora la obra.

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