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Una Barcelona distópica donde la vida nunca supera la ficción

Cristina Carbonell

Edicions del Periscopi sigue apostando por autores catalanes inéditos, y esta vez nos propone una novela de ciencia ficción con atmósfera apocalíptica del barcelonés Maiol de Gràcia. La peixera reproduce un mundo sometido a un régimen totalitario para explicarnos dónde estamos y por qué, si podemos hacer algo para cambiarlo y para hacernos reflexionar sobre el peso de nuestras decisiones y el grado de nuestras implicaciones.

“Obro els ulls: davant meu, una paret de totxanes mal arrebossada.” Sin saber por qué, Josep E., el protagonista de La peixera, se despierta inmovilizado en un lugar desconocido, y a partir de ahí se desarrolla una acción angustiosa, con poca acción física, pero mucha de psicológica. La primera parte de la novela es una larga suspensión inquietante sobre cómo José E., un profesor de inglés y escritor que respira literatura, sobrevive a días interminables de torturas sin saber la causa. Una atmósfera inquietante en la que el lector se sumerge inmediatamente y de la que no sale de manera fácil. Ayuda un estilo conciso, muy directo, frases cortas cerca de la piel y de la mente.

Así como Josep E. no sabe cómo ha llegado a estar recluido en una habitación, de repente un día se despierta de nuevo y se encuentra en un piso de Gràcia. Va vestido de marrón y le han organizado su función en la vida. Hacer traducciones del inglés y tragarse pastillas. Sólo puede salir para ir a comprar comida y a la farmacia. Barcelona se ha transformado en una especie de sociedad carcelaria, con zonas de exclusión, donde mujeres y hombres viven separados y automatizados a base de estupefacientes, sometidos a un sistema productivo sólo encarado a llevar a cabo tareas para el régimen. La sensación de angustia aún continúa. Quizás más suave, quizá más de inquietud. Pero ya estamos enganchados, a la novela, al suspense que genera.

Mientras, se va desarrollando toda una acción contenida, con pocos sucesos pero con mucha tensión expectante. Todo a medias se dice, todo a medias se hace. Las descripciones de una Barcelona futurista nos hacen imaginar la ciudad de cielo y ambiente gris de películas de ciencia ficción apocalípticas, como Blade Runner, por ejemplo , pero sin lluvia.

Josep E., el protagonista, ha sido elegido por la resistencia para ayudar en la lucha contra el régimen. Su misión, escribir una novela que ayude a transformar las almas de la sociedad para rebelarlas contra el sistema que las somete a una vida sin vida. La literatura, pues, se erige como el medio salvífico y liberador, el único lugar desde el que se puede volver a la vida. “Ja aleshores tot semblava confirmar el que ara sento des de la soledat: que la vida mai supera la ficció, que només t’evadeixes de la realitat submergit en històries que, paradoxalment, te la confirmen. És així com sobrevius i t’aniquiles a la vegada, com et reconfortes i desgastes permanentment. És un viure sense cap raó de viure. I és aquesta confirmació en si la que et manté lligat a la vida.”

La peixera se construye como toda una parábola para hacer una crítica bastante directa a las estructuras capitalistas, que queda bien tejida en una segunda capa de la novela. Una tela fina hecha de reflexiones sobre la manera en que vivimos, cómo nos enfrentamos a las realidades más evidentes y cotidianas, como, en definitiva, encaramos la vida que nos ha tocado vivir. “Mentre pujo cap a casa em fixo en la multitud que em rodeja. Tots, sense excepció, fan el mateix que feien ahir i abans-d’ahir, fa dos mesos i fa dos anys. Tots van i vénen i tornen i se’n tornen a anar i mengen i defequen i juguen i fins a cert punt semblen satisfets de poder-ho fer sense ser molestats ni destorbar ningú, de manera que el trajecte fins al cementiri se’ls faci menys aterridor. A tot arreu on miro veig exactament això.”

El existencialismo que transpira la novela busca ligar con la atmósfera apocalíptica que se describe. Esperamos que Barcelona no se acabe convirtiendo en la ciudad distópica que nos dibuja Maiol de Gràcia, pero si lo miramos bien, y si quitamos toda la parafernalia de escaparate de algunas zonas (de exclusión?), quién dice que no falte muy poco para se convierta en eso.

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