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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Aquellos maravillosos pueblos a los que sólo se puede ir en temporada baja

Víctor Saura

Fuera de temporada, el turismo se disfruta el doble, esto es una verdad prácticamente matemática, pero por desgracia la mayoría de los mortales nos tenemos que resignar a colgarnos la cámara de fotos al mismo tiempo. Casi siempre esta circunstancia es un inconveniente soportable, pero hay desgraciadas excepciones, localidades donde la elevadísima densidad de turista por metro cuadrado convierte un lugar excepcional en un infierno donde querrías no haber metido nunca las pezuñas. Cada país receptor de turismo tiene los suyos, pero en Europa sobresalen tres destinos que se deben visitar obligatoriamente en temporada baja si no se quieren perder los nervios en el intento.

Mont Saint-Michel

Debe de ser uno de los rincones más bellos de Francia, y a la vez uno de los lugares más agobiantes bajo la capa del sol si se comete la temeridad de ir en verano. Una antigua abadía situada sobre un promontorio rocoso en las costas de la Baja Normandía, cerca de Bretaña, donde dicen que cada año acuden más de tres millones de turistas. Con la marea baja se llega en coche, pero a partir de una determinada hora hay que largarse para no quedar engullido por el Atlántico. De lejos, la postal es preciosa, en la cima de la colina las vistas son increíbles, el flujo oceánico es un fenómeno natural digno de ser contemplado, y todo el envoltorio arquitectónico transporta al visitante a los tiempos del poder feudal.

Pero en agosto la multitud es tal que hay momentos de colapso viario (por calles peatonales!), se avanza a paso de caracol y quien se despista un momento es atropellado por los de atrás, uno tiene la sensación de encontrarse en una manifestación sin saber de qué va la protesta, mientras que a uno y otro lado de la calle la inevitable sucesión de heladerías, restaurantes y tiendas de souvenirs llenas a reventar acaban de romper la poca magia que quedaba. Parece como si los tres millones hubieran elegido el mismo día que tú; una experiencia sólo recomendable para carteristas y gente muy entrenada en sanfermines y fiestas similares.

Francia es, de largo, el país que más turistas recibe del mundo, y no son pocos los lugares de los que hay que huir en temporada alta. El Palacio de Versalles sería otro caso. Después de dos horas de cola en el exterior, una vez dentro el enjambre enloquecido de turistas sólo deja ganas para fijarse en las señales de salida. Pero nada es comparable a la imprudencia de meterse en el Mont Saint-Michel un día cualquiera del mes de agosto.

San Gimignano

La llaman la Manhattan Mediaval de la Toscana, por sus características torres medievales, visibles desde muy lejos, y que convierten este pequeño pueblo en una parada fija de todos los autocares, caravanas y coches de turistas que circulan por la región. Que no son pocos, puesto que Florencia es un poderoso polo de atracción de turismo mundial. Las 15 torres que se mantienen en pie (de las 72 que llegó a haber) conforman otra estampa idílica. Las vistas desde cualquiera de ellas son igualmente formidables. Pero esta es otra visita obligada de la que más vale prescindir si se produce durante las fatídicas ocho semanas de julio y agosto.

La principal diferencia de San Gimignano respecto al Mont Saint-Michel es que el perímetro amurallado es superior y las calles son más anchas, o sea que se puede caminar y la sensación de ahogo no llega a ser tan intensa, pero la superabundancia de comercios exclusivamente orientados al turismo, reflejo de la superabundancia de turistas, única especie humana perceptible de día, termina haciendo añicos todo el encanto. Uno acaba teniendo la sensación de encontrarse en un parque temático de cartón piedra y no en un pueblo medieval perfectamente conservado, que es lo que es, e incluso sospecha si tenderos y restauradores no son en realidad actores haciéndose pasar por autóctonos.

En Italia hay muchos más lugares que en temporada alta son totalmente desaconsejables. Sin salir de la Toscana, Pisa sería otro caso. Nadie quiere perderse la foto haciendo ver que aguanta la mundialmente famosa torre inclinada (subir pide unas cuantas horas de espera), pero al menos la aglomeración queda concentrada en el conjunto monumental, del que se puede escapar con cierta facilidad. Más al norte, en las costas de la Liguria, las Cinque Terre (cinco pequeños pueblos de pescadores que escalan por la cordillera litoral) son una delicia que también vale la pena evitar en verano, puesto que nuevamente se mezclan calles estrechas con alta densidad de fotógrafos amateurs, si bien aquí como mínimo los autóctonos tienen pinta de ser auténticos.

Santorini

En verano, las islas griegas son un hormigueo constante de turistas, y la volcánica Santorini es la que más especímenes atrae. Cientos de cruceros liberan cada día decenas de miles de hormigas, que vuelven a la madriguera al atardecer. A pesar de tratarse de una isla pequeñita (73 km2), si se quiere ver bien hay que alquilar un coche o una moto, lo que no es difícil dado que las oficinas de rent-a-car son legión. Los autobuses de línea y los taxis son las otras opciones para ir descubriendo los mil rincones de excepcional belleza que ofrece la isla. Pocos lugares hay en el mundo de donde puedan salir tantas postales.

Afortunadamente, las distancias son cortas, ya que en verano el tráfico es intenso, justo lo contrario de lo que se supone que uno huye cuando elige un destino de connotaciones paradisíacas como Santorini. Y los callejones estrechos y empinados de los diferentes pueblos, y en especial de Oia, famosa por sus acantilados y sus preciosas puestas de sol, la aglomeración de turistas roza a menudo el punto de saturación.

Obviamente, el conjunto de la Acrópolis es el otro punto de la geografía griega donde en verano las riadas humanas se suman al calor sofocante (agorafóbicos, abstenerse), pero al menos aquí uno va prevenido, al fin y al cabo Atenas es una capital y no un pueblecito con encanto, y a ver el Partenón no se va en busca de relax sino atraído por el magnífico legado artístico que dejaron los antiguos griegos hace 2.500 años.

Mont Saint-Michel, San Gimignano y Santorini son tres lugares fabulosos, merecidamente catalogados como patrimonio de la humanidad, que cualquier terrícola amante de los viajes debe visitar. Pero en la buena época, que por ejemplo es ahora.

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