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Encerrados y vulnerables en el CIE de la Zona Franca

José cuenta las condiciones médicas del CIE

Caralp Mariné

“Le expliqué al doctor que tenia un dolor muy fuerte de dientes, pedí que me mandaran al dentista. Yo pensaba que lo harían pero nunca lo hicieron, solo me iban dando calmantes para el dolor”. Esto le pasó a Taliou Khayar cuando lo llevaron al Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Zona Franca en Barcelona por primera vez. Era el 25 de julio de este año, tras ser detenido en Lleida por encontrarse en situación irregular. Llevaba desde 2006 en España, pero no había sido detenido antes. Estuvo 50 días en el centro y apenas recibió ayuda médica.

El Ministerio del Interior ha informado de que el CIE de Barcelona cerrará hasta febrero para llevar a cabo una serie de reformas. Desde la plataforma Tanquem els CIEs han convocado una concentración en la plaza Sant Jaume de Barcelona este viernes para pedir que no se vuelva a reabrir. Entre los motivos de este cierre está el de rehabilitar algunos servicios tras un auto del juez de Barcelona que pedía mejorar parte de las instalaciones, y que describía las condiciones de “poco humanitarias”.

“Hay momentos de gran vulnerabilidad a la hora de garantizar la atención sanitaria”, así lo constataba la médica Nani Vall-llosera, colaboradora de MigraStudium que a través de unas visitas al centro de internamiento de Barcelona escribió en 2014 parte de un informe que habla sobre la situación de estos centros. Según explica esta doctora a Catalunya Plural, a pesar de que algunos aspectos hayan mejorado en los últimos meses, las deficiencias en la atención médica y la atención global por abordar la situación de cada interno hacen que el estado termine por no garantizar la atención a los internos.

Para Vall-llosera la prioridad pasa por disponer de una enfermería que tenga servicio médico las 24 horas y un espacio físico donde poder tener a los enfermos. Un servicio que hasta ahora no existe. “Más allá de que no queremos que existan los CIEs y de que creo que un enfermo no debería estar en el centro, debe haber un servicio médico continuo y un espacio con dos o tres camas donde poder tener a los enfermos”, explica.

En el centro de Barcelona hay un solo médico que trabaja cinco días a la semana de 8 a 3 de la tarde. Después de esa hora, como constatan en el estudio, solo hay servicio de enfermería y por las noches el centro queda desamparado de atención, igual que los fines de semana. Es en estos momentos cuando la policía debe decidir si un interno con problemas puede esperar al día siguiente a recibir atención sanitaria o no. “La policía no debería asumir este responsabilidad”, dice Vall-llosera a Catalunya Plural. Y explica que hay cosas que pueden esperar pero otros no, y recuerda el caso de Idrissa Diallo, un joven senegalés que el seis de enero de 2012, estando en el centro de Barcelona, tras pedir sucesivas veces atención durante la noche terminó muriendo.

“Un compañero tenía dolor de estómago y tenía necesidad de ir al baño cada dos por tres, no estaba bien. Informé a los policías pero tuvo que esperar hasta la mañana siguiente que llegara el medico”, se queja Taliou. Con una voz que se va quebrantando a medida que va recordando su paso por el centro, quiere dejar constancia repetidas veces de que estar allí “no es como estar en tu casa”, y reivindica: “no puedes sobrellevar el dolor”.

José Manuel Cálix lo sabe muy bien. Ingresó en el CIE de Barcelona el 29 de julio de este año después de que en 2010 le hubieran entregado una orden de expulsión y él decidiera quedarse. Había llegado en enero de 2007 a Barcelona desde Honduras, de la mano de dos hermanos que ya vivían aquí. Se juntó con una chica española y tuvieron un hijo. Cuando ya había formado una familia le detuvieron y lo llevaron al centro de internamiento. “Estar en el CIE es peor que estar en la cárcel, porque psicológicamente estas todo el rato pensando: me van a expulsar, me van a separar de mi familia”, denuncia desesperado a este diario.

La doctora Vall-llosera lo ha podido constatar en sus visitas al centro de Barcelona y por eso confirma que “es peor que estar en la cárcel”. “Si tienes 210 hombres viviendo con una tensión brutal, en un espacio pequeño, sin poder hacer ejercicio, tanta angustia termina siendo un polvorín”, relata ella. “Esto provoca que acaben todos con ansiolíticos, porque no pueden dormir, la convivencia no es fácil y no reciben ningún apoyo psicológico”, explica.

Medicalización en lugar de ayuda psicológica

Ingresar en el CIE, como explican en el informe, supone una ruptura biográfica para el interno, que se ve privado de libertad por una falta administrativa, no tener papeles, y que por tanto es arrancado de una vida normal. Esto hace que la tensión sea inmensa, explican, y que la desesperación este a flor de piel y muchos tengan en la cabeza la idea del suicidio. Hombres como José han pasado de tener una vida más o menos normal, formar una familia, intentar sobrevivir, a estar encerados en un centro bajo la amenaza de ser expulsados del país y separados de sus familias.

Además de esto, muchos de los internos llevan en las espaldas una mochila plagada de traumas personales que no han podido superar o abordar. El de Taliou es uno de estos casos. Llegó de Senegal a Tenerife en patera, tras un largo tiempo de reflexión en que no sabía si venir o no. No era una decisión fácil; dejó atrás una mujer y dos hijos, uno de ellos con problemas de salud. Su madre murió cuando él tenia nueve años y su padre terminó muriendo años más tarde “porque trabajaba mucho”, explica él muy triste. Siendo el hermano mayor de una familia de ocho hijos y padre de dos niños sintió la necesidad de ir a España en busca de un trabajo que pudiera ayudarles. Cuenta además que por problemas económicos le perseguían y le amenazaban en su país. Tras un complicado viaje terminó en un centro de extranjería de Tenerife y de allí lo mandaron a Madrid. Después de pasar por Madrid y Barcelona terminó trabajando en Jaén. “Ganaba 350 euros y podía mandar 100 o 150 a mi familia”, explica. Una familia que no ve desde que llegó, hace ya nueve años. Cuando le detuvieron en Lleida y lo internaron en el CIE pensó que lo iban a deportar.

“Estando allí –en el CIE– a veces sentía miedo y estaba triste pero solo me daban pastillas para que pudiera dormir”, lamenta Taliou. Vall-llosera denuncia que ante la desesperación de los internos la “única respuesta que pueden dar los servicios médicos sea farmacológica, con todos los riesgos de adicción, de anestesia de las propias capacidades de adaptación que esto comporta”. En el informe la doctora se mostraba preocupada por “el grado de medicalización de los internos del CIE”, tras comprobar que un gran número de internos tomaban ansiolíticos.

Sin revisiones previas al ingreso

El corto horario médico también comporta que aquellas personas que llegan al centro mientras el doctor no está deban esperar para pasar la revisión médica que se les hace nada más entrar. “Cuando llegan el médico les hace preguntas para la detección de posibles problemas, les pregunta si están siguiendo algún tratamiento, pero si es fin de semana o por la tarde los internos quedan pendientes de revisar”, explica Vall-llosera.

Cuando Taliou ingresó lo primero que hizo fue pedirle al médico una analítica, porque desde que llegó en 2006 no había tenido oportunidad de hacerse una, pero el médico estimó que no era necesario. “Durante el internamiento muchas personas pierden visitas médicas que tenían concertadas previamente, relevantes para el seguimiento y tratamiento de sus enfermedades”, señala también el informe.

Más allá de todo esto, el CIE, como constatan los investigadores del informe no ofrece atención especial para personas vulnerables, discapacitados intelectuales con dificultades añadidas que les ayude a sobrellevar el internamiento.

La atención médica: un servicio privado

Lo que se ofrece a nivel asistencial dentro del centro es todo aquello que un médico de familia puede hacer junto con la ayuda de las enfermeras. Cuando se trata de hacer algo a nivel intervencionista, como una radiografía u otro tipo de pruebas, los internos son enviados al Centre d’Atenció Primaria (CAP) de Manso o para cosas de más complejidad al Hospital Clínic.

Esto es así, en parte también, debido a que la atención sanitaria dentro del centro es llevada a cabo por una clínica privada y no por un médico trabajador de la administración pública. Se trata de la Clínica Madrid, quien se hizo con la concesión de este servicio para el centro de Barcelona. “No tiene ningún sentido, si el estado es el garante de la seguridad de los internos, debería ser el garante del derecho a la salud de estos”, reivindica Vall-llosera.

Un auto para garantizar atención médica a todos

En mayo de este año el juez de control del CIE de Barcelona emitió un auto en el que ordenaba una serie de medidas. Entre estas el juez pedía que cualquier interno pueda obtener atención médica aún cuando no disponga de tarjeta sanitaria. El magistrado de Instrucción número 1 de Barcelona ordenaba esto tras comprobar que a algunos internos se les había denegado la realización de pruebas médicas al carecer de esta tarjeta. Y decía que no disponer de tarjeta no “debe suponer ningún obstáculo para que la prueba médica se realice de manera inmediata, puesto que el estado tiene la obligación de velar por la salud de las personas que se hallan privadas de libertad, como son los presos por delitos comunes o los extranjeros que han de ser expulsados”.

Tas este auto y otro anterior que exigía una mejorara del estado de los baños y las duchas y otros cambios, el centro de Barcelona cierra de finales de octubre hasta febrero de 2016, según informó el Ministerio del Interior, por obras. Ante la posibilidad de una reapertura la plataforma Tanquem els CIEs ha convocado una concentración para que no vuelva a abrir el centro y para que no se repitan casos como los que vivieron los testimonios de esta información.

La historia de Taliou y José con el CIE terminó 50 días después. Taliou consiguió el asilo político y ahora anda de ciudad en ciudad en busca de un trabajo. Para José la situación es un poco más compleja. Salió del centro porque el estado no llegó a tiempo de comprarle unos billetes que le mandaran de vuelta, ahora su situación pende de un hilo y espera conseguir un contrato de trabajo que le permita quedarse y no separarse de su familia. “Camino con miedo por la calle, si me echan, ¿qué pasará con mi hijo?”, lamenta mientras mira a lado a lado de la calle esperando para volver al trabajo, uno que de momento solo puede hacer sin contrato y con mucha angustia.

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