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El derecho a la educación sexual y afectiva
Psicóloga clínica y sexólga. Codirectora del Institut de Sexologia de Barcelona —
En el año 1976, en plena transición política, una maestra gerundense fue despedida de una escuela por “incitación a la libertad sexual de los niños” y sólo por enseñar el libro “¿De dónde venimos?” de Peter Mayle a su alumnado. A pesar de que contó con informes favorables del sexólogo Frederic Boix y también del teólogo Pedro Torras, sobre la necesidad de la educación sexual en niños basada en la verdad objetiva, el Tribunal Central de Trabajo, con sede en Madrid, revocó la sentencia de Magistratura de Girona y calificó de procedente el despido.
De esto hace justo 37 años, y la anécdota puede causar una cierta incredulidad e incluso una media sonrisa, pero ¿cuál es el estado de la educación sexual en nuestro país en pleno siglo XXI? Pues, desgraciadamente, y siendo del todo realista, no mucho mejor.
A pesar del esfuerzo de algunos maestros, educadores y otros profesionales, en Catalunya no hemos conseguido implementar un programa oficial de educación sexual y afectiva en los centros educativos en todos estos años de democracia, y esto tiene sus consecuencias en la corta y también a la larga. De hecho, cuando a muchas personas adultas se les pregunta cuál es la educación sexual recibida, la mayoría comentan que poca, y a menudo obtenida de manera troceada e informal.
El concepto de sexualidad es ignorado o parece que todavía da miedo, no sólo a los responsables de las políticas educativas sino también a los de políticas sanitarias, ya que en la Encuesta de Salud de Cataluña no hay ninguna pregunta sobre la salud sexual de los catalanes y catalanas.
Parece increíble que en 2013 todavía haya que aclarar que la educación sexual debe incluir algo más que la información sobre cómo se coloca un preservativo: es preparar y dar competencia a niños, niñas y jóvenes a través de información, habilidades y valores positivos para que comprendan, disfruten de su sexualidad y de sus relaciones de manera segura y satisfactoria, responsabilizándose de su propia salud sexual y bienestar y la de otras personas. Y añadiendo, porque es fundamental en este mundo globalizado , que la educación sexual debe basarse en los derechos humanos internacionalmente aceptados.
Muchos de los problemas que actualmente tenemos respecto a disfunciones sexuales, embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual, conflictos de pareja, violencia de género... se podrían prevenir o minimizar con una educación sexual con rigor científico, actitudes democráticas y fomento del respeto y la responsabilidad individual y colectiva. E incluso ir más allá, añadiendo, como manifiestan organismos internacionales que “todos los niños, niñas y jóvenes tienen derecho a acceder a una educación sexual adecuada a su edad”.
