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Cómo los estudiantes llevaron la democracia a la universidad franquista

Imagen de 'La Capuchinada'

Jordi Mir Garcia

A finales de febrero de 1966 se convocó lo que sería la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Tendría lugar el 9 de marzo en el Convento de los Padres Capuchinos de Sarrià, en Barcelona. Ya hacía unos cursos que una parte del estudiantado, más, menos, o nada politizado, participante o no en organizaciones políticas clandestinas, de familia de ganadores o perdedores de la guerra, con ideas de un tipo u otro, se había organizado con una voluntad compartida de cambiar su universidad y su sociedad.

Nada surgió por generación espontánea. El movimiento universitario, principalmente estudiantil, hacía unos cuantos cursos que había desarrollado una capacidad de actuación y extensión no vista hasta el momento. La universidad había vivido episodios de contestación en la década de los cincuenta. Pero no será hasta los inicios de la década de los sesenta cuando encontraremos un trabajo continuado y sostenido centrado en la creación de alternativas a lo existente.

El curso 1963-4 es de gran relevancia en la construcción de una alternativa a la organización universitaria franquista. Durante ese curso en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona tiene lugar la tercera edición de la revista oral Siega. Consistía en la preparación de unas ponencias para su exposición y discusión entre los estudiantes que después se pasaban a papel y eran extensamente distribuidas. La primera edición fue en 1962. En la de 1963 se expuso que los problemas universitarios no eran más que una consecuencia de los problemas que afectaban a la sociedad del país. El régimen político existente no reconocía los métodos habituales para asegurar la representatividad de los cargos, su renovación... A la vez, el mismo régimen, era generador de una ideología, un conjunto de normas que afectaban de manera negativa muchos campos de la vida. Como consecuencia directa de esta ideología se producía la inexistencia de la libertad de pensamiento; lo que suponía enormes dificultades para la formación intelectual. Los universitarios insistían, también, en la aguda división en clases de la sociedad española.

Entendían que la universidad era un centro reservado a unos pocos y en el que los métodos de selección del profesorado no eran forzosamente eficaces. Eso, en su opinión, permitía a los catedráticos mantener una línea ideológica que consideraban no deseable o que pudieran ser incompetentes. Además creían que los planes de estudio no estaban bien elaborados, por dos motivos principales: porque los catedráticos competentes eran los menos y porque los estudiantes no tenían ni voz ni voto. Los estudiantes, pese a sus críticas, podían aceptar que su competencia científica tal vez no fuera del todo suficiente, pero pedían poder opinar y decidir. Sus conclusiones: bajísimo nivel intelectual en la universidad, esterilidad de la enseñanza impartida en las cátedras; desarrollo del espíritu de competencia e individualismo en los estudiantes y los catedráticos.

“Características de un sindicato” fue el título de otra de las ponencias que se vieron en Siega. Se definía con precisión y detalle qué debería ser algo digno del nombre de “sindicato”. En la siguiente se presentaba con la misma precisión y el mismo detalle porque el SEU (Sindicato Español Universitario), el sindicato oficial, no lo era. El SEU no era independiente, porque estaba controlado por el Gobierno. No era representativo, no se preocupa por la resolución de los problemas de los estudiantes. No era democrático, porque los órganos de dirección no se elegían libremente y porque no se vinculaban a los estudiantes. El SEU tampoco podía ser un sindicato porque no había libertad de sindicación, la libertad para la elección del grupo que podía representar mejor los intereses de los estudiantes estaba totalmente coaccionada. Finalmente, y como consecuencia de todo lo anterior, no podía ser considerado un sindicato por su ineficacia.

La quinta ponencia se dedicó a “La ayuda al universitario” y continuaba profundizando sobre las funciones de un sindicato. La ponencia partía de la constatación de la casi insignificante presencia en la universidad de 1965 de estudiantes procedentes de familias obreras y campesinas, un 2%. A eso se añadía, también, el desequilibrio existente entre el medio rural y la ciudad. Se destacaba, como ya se había hecho en la primera, la pérdida de capacidades que ello suponía. De los estudiantes surge un discurso crítico contra la universidad por una cuestión de clase y de capacitación. Son enormemente duros con aquellos que tienen el privilegio de la formación universitaria pero no les acompaña la responsabilidad correspondiente. Ven en el incremento de las ayudas al estudiante un medio para contribuir a eliminar esta situación (matrículas gratuitas, becas y pensiones de estudio, alojamiento universitario, comedores, seguro escolar, préstamos de libros y apuntes, etc...).

Según entendían los estudiantes, un sindicato debería ayudar a sus afiliados en un doble sentido. A través de organismos asistenciales propios y presionando al Ministerio de Educación Nacional, diputaciones, cámaras de industria... para aumentar sus presupuestos de ayuda para los estudiantes. Eso estaba lejos de lo que hacía el SEU, y lo ilustraban con el caso de las residencias universitarias o colegios mayores. En Barcelona solo había dos del SEU, el resto eran privados con lo que eso suponía para el precio. El problema no era sólo de escasez, también de la reglamentación impuesta en esos centros. Respondían a la ideología de la que participaba el SEU y eso afectaba a las solicitudes para las becas que estaban relacionadas.

La publicación termina con la exposición de la sexta ponencia, que sirve para desarrollar las conclusiones de las anteriores. En ella se hace explicita la reivindicación para la que trabaja el conjunto del movimiento universitario en este momento:

La conclusión, pues, no puede ser otra que la siguiente: necesitando un sindicato para la defensa de nuestros intereses, la solución de nuestros problemas y la representación de los universitarios en la sociedad y careciendo de un órgano que pueda llamarse sindicato, tal como ha sido definido anteriormente, tenemos la necesidad de conseguirlo por nuestra propia iniciativa, para lograr que nuestras dificultades sean expuestas y resueltas honradamente; y para conseguir una real participación en la vida del país.

Nada más y nada menos. Su objetivo es una propuesta de gran ambición, formulada abiertamente desde uno de los principales centros de poder de la sociedad franquista. Los propios estudiantes quieren crear y hacer funcionar unas estructuras para la representación de los universitarios frente a los poderes del régimen, sin jerarquías impuestas. Trabajan para un sindicalismo democrático, para que la vida democrática se diera en la universidad. No es una propuesta surgida de la nada. Los estudiantes llevaban unos años aprovechando las estructuras del SEU para poder desarrollar sus proyectos. Se habían infiltrado, habían ido ganando las elecciones a representantes. Pero consideraban que era el momento para dar el paso definitivo.

El SEU había entrado en crisis y el régimen buscó substituirlo por una nueva fórmula, las Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE). En Barcelona insistieron para convencer a los estudiantes. Pero ya los habían perdido. El curso 1965-66 en la Universidad de Barcelona, en contra de todos los poderes, se autoconvocaron “elecciones libres” por parte de los estudiantes y fueron mayoritarias. El SDEUB se constituiría el 9 de marzo de 1966, pero ya había tomado vida antes. Esta vida que emergía no lo hacía solo en Barcelona. En el 67 se constituiría el Sindicato Democrático de la Universidad de Madrid. La movilización se encontraba en muchas universidades. Estamos ante el crecimiento de una generación decidida que se sabe portadora de razones fundamentadas y que con ingenuidad, o no, se enfrentará abiertamente a una dictadura.

La asamblea constituyente del SDEUB se ha convertido en una fecha destacada de este periodo, popularizada con el termino 'Capuchinada'. Ahora que nos acercamos al cincuenta aniversario de la constitución sería buen momento para, más allá de hacer memoria y recordar anécdotas, historiar mejor que hasta ahora lo que fue el SDEUB y el movimiento estudiantil que le dio vida, recuperar sus objetivos, pensar en la universidad y en la sociedad que querían. Eran tiempos de la Nova cançó, del “Nuevo cine”… También de una manera de hacer política, que ellos no calificaron como nueva, pero que nos debería invitar a la reflexión.

Les podemos llamar antifranquistas, pero sobre todo convendría fijarse en su alterfranquismo. Es decir: en su trabajo cotidiano para construir alternativas al franquismo y superar ese régimen, esa universidad, esa sociedad, esa cultura… El General Franco moriría en la cama, la Transición no fue lo que muchas y muchos hubieran deseado, pero a estos jóvenes, junto con otros sectores de la sociedad, les debemos que el franquismo no pudiera continuar como sus defensores querían. Cincuenta años después todavía hay justicia e historia por hacer, memoria que recuperar y trabajo para quien quiera convertir en reales las utopías compartidas por generaciones que tal vez ni se han conocido.

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