Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La independencia de Gramsci

La Via Catalana en la playa de Barcelona. / Enric Català

Marc Andreu

Historiador i periodista —

Desde el punto de vista del análisis de los movimientos sociales, no hay duda de que la Vía Catalana por la Independencia, incluso ya antes de las 17:14 horas del 11 de septiembre de 2013, ha sido un gran éxito. Por lo que significa de capacidad de organización y movilización de cientos de miles de personas en todo el país y, simbólicamente, en ciudades de todo el mundo. Pero, sobre todo, por la capacidad de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) a la hora de marcar la agenda política, social y mediática y de contribuir a consolidar y ampliar una realidad relativamente nueva en Cataluña: la hegemonía cultural del discurso (¿o sólo mensaje?) independentista. Un hecho que Enrique Marín califica, con instrumental gramsciano, de “movimiento popular” y “revuelta democrática” que “sistemáticamente desborda la política institucional y el sistema mediático convencional” (El Periódico, 10/9/2013).

Pero también es cierto que, revestida ideológicamente de neutralidad, esta nueva hegemonía la capitaliza políticamente, hasta ahora, una derecha apoyada en el progresismo liberal catalanista. Hecho que ocurre ante la perplejidad, cuando no la parálisis, de la izquierda de raíz marxista habituada, desde los tiempos del antifranquismo y la transición, a ser ella quien dirigía (en pugna con el pujolismo, es cierto) la hegemonía cultural emanada de los movimientos sociales y de buena parte de la intelectualidad con tribuna universitaria o mediática. Y esto vale tanto para aquellas asociaciones de vecinos y las Comisiones Obreras de los años 70 como por las múltiples y minoritarias expresiones de la izquierda independentista de los años 80 y 90. Es decir, vale para los viejos rockers del PSUC y Bandera Roja, muchos de ellos reciclados después en el PSC (y algunos en las filas de la derecha nacionalista, catalana o española), pero vale igualmente para los jóvenes cachorros del PSAN, Nacionalistes d'Esquerra, la Crida y el MDT, muchos de ellos alineados hoy con ERC o CDC.

Actualizando las siglas, pues, la lección de este cambio de hegemonía cultural es dura o difícil de digerir por los militantes de ICV y EUiA, los socialistas catalanistas que todavía hay en el PSC, por la pequeña pero activa diáspora trotskista, por no poca gente de la CUP y, a buen seguro, incluso por algún izquierdista de ERC. Y, por supuesto, por CCOO, UGT, USOC ... y hasta por la CGT que podría reivindicar ese discurso del Noi del Sucre en Madrid, en 1919, en que el líder de la CNT dijo: “Nosotros, los trabajadores, como sea que con una Cataluña independiente no perderíamos nada, al contrario, ganaríamos mucho, la independencia de nuestra tierra no nos da miedo. [...] Sin pecar de exagerado, puedo aseguraros que si algún día Cataluña conquista su libertad nacional, los primeros, si no los únicos, que le pondrán obstáculos, serán los hombres de la Lliga Regionalista, porque en Cataluña como en todas partes, el capitalismo carece de ideología”. De ideología con contenido social, se entiende. Porque detrás de la consigna primero la independencia, luego ya decidiremos si derecha o izquierda es claro que hay ideología.

En definitiva, y recapitulando, la nueva hegemonía cultural independentista interpela a toda aquella amplia izquierda que en 2012, sorprendida y esperanzada aún por el efecto 15-M, fue a la huelga general antes (29-M) y después (14-N) de manifestarse con (o al lado de) la ANC bajo el lema Cataluña, nuevo estado de Europa. Pero que, en voz baja –e incluso escribiéndolo incluso en blogs cupaires–, admitía que no se acababa de reconocer, que se sentía un poco pez fuera del agua entre aquella multitud transversal que el Once de Septiembre del 2012 llenó Barcelona de banderas con más triángulos azules que estrellas rojas. Y que entrevía, quizás, un riesgo de populismo tal y como lo advierte Xavier Casals en comparar el caso catalán con la “secesión ligera” de la Liga Norte que se alzó contra “Roma ladrona” (Tinta Libre, núm. 6, septiembre 2013).

Responder desde cuándo, cómo y por qué la izquierda lectora o discípulo de Gramsci ha dejado perder la hegemonía cultural en Cataluña (como en Italia) requiere tesis. Y remontarse, seguramente, a los tiempos en que Joaquim Sempere afirmaba: “El pujolismo [pruebe ahora con independentismo] juega a fondo la carta de aparecer como la expresión más pura del catalanismo, los intereses nacionales (por encima de las clases) de Cataluña, pero hay razones legítimas para dudarlo” (Nuevos Horizontes, núm. 34, 1977). Requiere también analizar el impacto sociológico de décadas de TV-3 y de un sistema educativo de exitosa inmersión lingüística hoy en peligro, por la Ley Wert y los recortes del Govern de Artur Mas. Necesita asimismo analizar a fondo lo que Joan B. Culla tacha de “asignatura pendiente” de los socialistas en España (El País, 6/9/2013) y también el fin de lo que Guillem Martínez define como Cultura de la Transición (CT). Quiere igualmente descubrir la secreta apuesta estratégica de algunos dirigentes de ERC, ya en el primer tripartito, dispuestos a todo para intentar jubilar (y simplifico, pero son ejemplos reales) el politólogo Joan Subirats en beneficio de Héctor López Bofill. O para entronizar los economistas Xavier Sala i Martín o Elisenda Paluzie mientras se acomodaba a Muriel Casals en Òmnium Cultural después de su larga marcha desde el PSUC.

Cabe también recordar, antes de que la gran manifestación contra la sentencia del Estatut del 2010, aquellas manifestaciones de la Plataforma por el Derecho a Decidir de 2006 y 2007 en las que, hasta por cuestiones tan terrenales como las infraestructuras y la Renfe, dejaron de ser vanguardia los sindicatos, últimas organizaciones de la izquierda clásica con capacidad real de movilización, a pesar de su esclerosis múltiple. Y, sin perder de vista los fenómenos del 15-M y la PAH, hay que destilar la lluvia de ideas que Jordi Borja, en una síntesis expresionista del caos y el desconcierto de las izquierdas, ha plasmado en las Cartes de lluny i de prop (L'Avenç, 2013). Y saber digerir, finalmente, el 'cocktail' indigesto que el filósofo Manuel Cruz (El País, 6/9/2013) sirvió el mismo día que el exalcalde comunista de Cornellà, Frederic Prieto, reflexionaba sobre Derecho a decidir, independencia y las izquierdas.

Prieto encuentra curioso y alarmante que las izquierdas, viejas y nuevas, “tengan tantos problemas para reconocer la realidad y para diferenciar los movimientos sociales de su posible manipulación” por parte del Gobierno o la derecha. Y para identificar los tiempos, las lógicas y las razones diferentes de partidos y movimientos sociales, como recuerda Josep Ramoneda (Distàncies, a Ara, 9/9/2013). El mismo Ramoneda que coincide con Prieto en definir la independencia como el único horizonte político que hoy ilusiona y es realmente movilizador. En un contexto, no lo olvidemos, de crisis económica y política globales, y cuando la socialdemocracia ha desaparecido (¿en combate?) Frente a un neoliberalismo que ya se sabía triunfante (¡pero no tanto!) Antes de la caída del comunismo. Pero Prieto va más allá. Y, como rumian Jordi Borja y Guillem Martínez (Tinta Libre, núm. 6, septiembre 2013) y, directamente, afirman Antonio Baños (La rebelión catalana, Grupo 62, 2013) y Jaume Asens y Gerardo Pisarello, sostiene que “el proceso para lograr la independencia puerta, en sí mismo, una fuerte carga revolucionaria, que habría liderar y canalizar, en lugar de marginarse”.

Sobre todo si se quiere ir hacia un proceso constituyente que rebase, sumando, lo que ya proponen Arcadi Oliveres y Teresa Forcades o Itziar González y su Parlamento Ciudadano. Un proceso constituyente que, incluso, podría acabar contagiando al resto de los Països Catalans y todo el Estado español, como desea Isaac Rosa desde Madrid con tanta nostalgia pero más optimismo de la voluntad que el pesimismo de la razón del que hace gala Miguel González en “Catalunya, t'estimo” (El País, 15/8/2013). De poético optimismo de la voluntad tira también David Fernàndez: “Esto, así, es la autodeterminación. Criterio unidad popular: somos muchos y seremos muchos más. Cuando la pista de baile de la libertad y la justicia social es grande, el trabajo que queda por hacer es ingente y aquí no sobra a nadie”.

Más prosaico, y en guardia por un pesimismo de la razón también genuinamente gramsciano, Joan Herrera alerta de no confundir la nueva hegemonía cultural con “una inmensa minoría o una ajustada mayoría” electoral que pueda fracturar el país. Aquella “Cataluña, un solo pueblo” que el PSUC, y luego Pujol y el PSC, supieron mantener unida. El líder ecosocialista coincide con Joan Ignasi Elena y Laia Bonet (“Reiniciar las relaciones Cataluña-España”, en El País, 10/9/2013) en que el derecho a decidir es el punto de encuentro de federalistas, confederalistas e independentistas y el desatascador democrático de un callejón sin salida donde mantener el statu quo ya no es viable. Un mínimo común denominador, el de la consulta, que comparte un 80% del arco parlamentario y el amplio abanico que va del ciudadano expsuquero Francesc de Carreras (“La hora de la audacia”, en La Vanguardia, 31/7/ 2013) al independentista anticapitalista David Fernández, pasando por el brillante socialdemócrata confeso Jordi Gracia (“Una solución política para Cataluña”, en El País, 2/8/2013) con más convencimiento de que el último intelectual orgánico del PSC, Joaquim Coll (“Cataluña, democracia o populismo”, en El País, 09/09/2013).

Menos unanimidad a la izquierda merece la determinación de hacer “sí o sí” la consulta, sin aplazamientos tácticos. Forzando, si es necesario, la legalidad vigente. Una opción que Joan Herrera, citando Roger Palà, prefiere al “fraude” de las elecciones plebiscitarias. Lo expuso el 6 de septiembre en una conferencia de ICV silenciada prácticamente en todas partes –como mediáticamente silenciada está la CUP– por la larga mano de La Caixa, verdadero poder fáctico en Cataluña y España y que no ha tolerado otra éxito anunciado (en el silencio) de este Once de Septiembre: #EncerclemLaCaixa. De “automarginación” define Frederic Prieto esta acción paralela y complementaria a la gran cadena humana soberanista. Quizá. Pero menos marginal que la inacción del PSC para la Diada o el testimonialismo sindical del “ramal social” de la Via Catalana en la Via Laietana, entre Fomento del Trabajo y la conselleria de Gobernación. Y, en todo caso, valiente y morbosa acción, esta de señalar La Caixa, contraponiendo una monja benedictina y el presidente de Justicia y Paz al Opus Dei en el que profesa el presidente de la entidad bancaria, Isidre Fainé.

Otra discusión es si la reivindicación del Estado propio o el proceso constituyente necesitan vanguardias. O qué tipo de liderazgos necesitan los movimientos sociales. Un mesías, no, eso ya quedó claro en las elecciones del 25-N. Quizás tampoco, como dice Manuel Cruz, viejos camaradas resentidos ni jóvenes promesas con más ambición que compromiso colectivo, de base, y poca visión de la necesaria articulación política. David Fernàndez sostiene que “es la movilización social –la repolitización de la política– la que ha desbordado el régimen político; que es el empuje de la gente que no entiende de renuncias; que es un nosotros colectivo que desobedece nuestra propia historia”. Para cambiarlo o decidir todo, lema donde coinciden ICV y la CUP. Dos fuerzas enemistadas por sectarismos e internamente divididas –federalistas-independentistas, unos; frente nacional-frente de izquierdas, los otros– pero condenadas a entenderse entre ellas y con otros. Y a explicarse mejor. Si es que quieren decidirlo todo.

“El problema no es la capacidad de maniobra de los de arriba, sino la respuesta articulada desde abajo”, insiste con optimismo gramsciano David Fernàndez. “La oportunidad histórica está”, explica Joan Herrera que, pensando en el ejemplo griego de Syriza, reclama ambición, unidad y generosidad de las izquierdas más allá de intereses partidistas y en un momento social y económico especialmente duro para las clases populares. Pero la correlación de fuerzas y el contexto histórico es determinante. Y hoy hay riesgo de hacer una transición catalana al Estado propio más frustrante (¿y menos inclusiva?) que la que ya se hizo en la democracia española, hoy en fallo multiorgánico, y al débil Estado del bienestar, ahora en proceso de desguace por la vía de la doctrina del shock. Y eso que aquella primera transición –no toda negativa, que hoy hay tendencia a rasgar demasiado sábanas haciendo la necesaria colada– se hizo desde una hegemonía cultural mucho más escorada a la izquierda que la que hay ahora. Pero no por los riesgos e incertidumbres –“Demasiadas preguntas”, dice Fernàndez (Diagonal, 08/06/2013)– hay que desistir de los retos y quedarse en los campamentos base de la política, sean estos el municipalismo alternativo, el renovado dinamismo social, el nuevo cooperativismo o las posiciones ganadas en las instituciones. En otro caso, no salir a intentar hacer cumbre sería imponer el conservadurismo en la inteligencia y el optimismo gramscianos.

Últimas reflexiones, para terminar. Recuperar o ganar la hegemonía cultural es un proceso lento y complejo que, obviamente, es aún más difícil en tiempos de urgencias sociales, prisas emocionales y aceleración histórica. Pero es lo que hay. Y la izquierda haría (hace) bien de ponerse a ello con tanta voluntad como conciencia de la realidad. De lo que hay en Europa y en el mundo: América Latina es un laboratorio interesante; Grecia y Portugal son espejos temidos, la Italia que fue del PCI, la Alemania del SPD, Los Verdes o Die Linke y la Francia heredera del mayo del 68 no son precisamente hoy ejemplos de hegemonía de la izquierda, y los países nórdicos o el ejemplo de Islandia generan fuertes contradicciones. Encima, es todavía una incógnita qué irradiará del Vaticano, donde la Iglesia católica, exportadora secular de una hegemonía conservadora de valores comunitaristas pero abierta a experiencias liberadoras, no puede ocultar que también está en crisis.

Nos queda, pues, la vía catalana. En Cataluña y en España. Tan sugerente y compleja como aquella vía chilena al socialismo que lideró Salvador Allende hasta que cayó derribado por los poderes fácticos otro once de septiembre, 1973. En nuestro país, sin la hegemonía clara que tampoco tenía Allende, los movimientos sociales carecen referentes políticos –valientes, fuertes, innovadores, abiertos y unidos en la diversidad– que sean capaces de hacer frente a la derecha política, económica y social. Los poderes fácticos de la Troika y los bancos. Para revertir una hegemonía cultural que, en el mejor (¿o peor?) de los casos, lo es también de la no política o del autoritarismo posdemocrático que denuncia Josep Ramoneda. Hoy, es un hecho que Gramsci se ha independizado de la izquierda donde creció. Otros sacan provecho de su noción de hegemonía. Ya está bien, no deja de ser un triunfo. Pero él solo no volverá a casa. Si la izquierda quiere recuperar a Gramsci, y la hegemonía cultural, deberá ir a buscar a la calle. Con independencia de la independencia.

Etiquetas
stats