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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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Apuntes sobre un legado

J. J. Caballero

La Fundació Catalunya-Europa estudiará el pensamiento y la acción de Pasqual Maragall. Sin ánimo de dictar doctrina, aquí van unos modestos apuntes.

Federalismo.

Cuando nadie hablaba de federalismo, Pasqual Maragall ya lo hacía. Eso sí, ante la mirada condescendiente, cuando no abiertamente hostil, de algunos compañeros del PSOE. De eso hace ya al menos veinte años y hoy algunos de ellos se afanan en buscar en el diccionario el significado de la palabra federal. Los socialistas han descubierto el federalismo cuando ya es demasiado tarde. Algunos deberían haber tomado apuntes en aquellas sesiones en que Maragall trataba de explicarles una nueva concepción de España.

Barcelona.

Pasqual Maragall ha sido el mejor alcalde de Barcelona de la historia contemporánea. Bajo su mandato, y gracias al aliento de los Juegos Olímpicos, la ciudad experimentó la mayor transformación urbana de los últimos cien años. Pasqual Maragall tenía una idea de Barcelona y la transformó en realidad. Su concepto de la ciudad era la Barcelona de las Barcelonas. Dignificó los barrios y les dio vida propia. Lo hizo con la complicidad de Oriol Bohigas, el arquitecto que mejor ha repensado Barcelona. Y para salir airoso en el complicado trance olímpico escogió a Josep Miquel Abad, antiguo dirigente del PSUC con quien había coincidido, ambos como tenientes de alcalde, en el primer Ayuntamiento democrático. Esa Barcelona fue posible también gracias a la visión de futuro de Josep Maria Socías Humbert, alcalde predemocrático que abrió el Ayuntamiento a los ciudadanos, y de su delegado de Urbanismo, Joan Antoni Solans, que supo ganar para la ciudad y hurtárselos a los especuladores, terrenos donde los ayuntamientos democráticos asentaron los nuevos equipamientos.

Catalunya

Cuando Maragall dejó de hacer de Maragall es cuando llegaron los problemas. Accedió a la presidencia de la Generalitat con la legitimidad democrática de ser la lista más votada (aunque por caprichos de la ley d’Hondt, la lista con más escaños fue CiU), pero necesitó la alianza con ERC e ICV para resultar elegido President. Una mayoría de catalanes tenían la esperanza de que Maragall extrapolara a Catalunya la eficaz gestión que había desplegado como alcalde de Barcelona, en contraposición a un Govern recreado en cuestiones identitarias. Pero Maragall se vio enredado en la tela de araña que con tanta habilidad sabe desplegar ERC (Artur Mas lo constata ahora día a día). Lo que no había hecho Pujol en 23 años de gobierno intentó hacerlo en su primera legislatura. La reforma del Estatut era una posibilidad de dar forma a su España asimétrica, pero Maragall debería haber recordado las caras de escepticismo de sus propios compañeros de partido -tan cómodos con el modelo “café para todos”- cuando les hablaba de federalismo. Y tuvo enfrente la irresponsable actitud de un PP instalado en el todo vale para recuperar el poder. La utopía del Estatut acabó de mala manera, “cepillado” (Guerra dixit) por propios y extraños. Y con el agravante de que el ruido del Estatut tapó cualquier otra posibilidad de hacer llegar a los ciudadanos un mensaje distinto de su acción de gobierno.

El político

Después de ser nombrado ministro de Obras Públicas, Josep Borrell tuvo una conversación telefónica con Pasqual Maragall. El entonces alcalde se deshacía en elogios hacia Mercè Sala, con quien había compartido responsabilidades de gobierno en el Ayuntamiento de Barcelona y a la que Borrell llevó a la dirección de Renfe. En un momento de la conversación, ante los continuados elogios, Borrell le interrumpió y le dijo:

-Si tan buena es, ¿por qué la dejas escapar?

Maragall tenía una cierta fama de “quemar” equipos. De hecho, de los concejales con que empezó en el Ayuntamiento de Barcelona sólo uno, Enric Truñó, le acompañó hasta el final. No se trataba necesariamente de divergencias políticas o de gestión, sino más bien de cuestiones de afinidad o sintonía personal.

Y a pesar de ello, es difícil encontrar entre los “descolgados” gente que no reconozca la talla política de Pasqual Maragall. A medida que pasa el tiempo su figura se hace cada vez más incontestable. A eso se le llama legado.

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