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La Barceloneta, o como ser expulsado de tu propio barrio

Los negocios del barrio se transforman progresivamente / CARMEN SECANELLA

J. J. Caballero

Tenía que ocurrir. Se veía venir. ¿Por qué el Ayuntamiento siempre va un millón de pasos por detrás de la realidad? El proceso que ha desencadenado la revuelta de la Barceloneta ha recibido múltiples denominaciones en los últimos años. El más benévolo podría ser el de morir de éxito, una forma amable de denominar la oleada imparable de visitantes que copan –y saturan- espacios públicos de la ciudad. El más reciente es mucho más preocupante: gentrificación. Esto es, el proceso que lleva a expulsar a los vecinos de sus barrios para sustituirlos por residentes de mayor poder adquisitivo. Y eso es lo que venían advirtiendo desde hace mucho tiempo las voces más sensatas. El Ayuntamiento –no sólo el actual, sino también el anterior- ha dejado en manos de la iniciativa privada la “gestión” de los usos urbanos que pueden propiciar, moderar o equilibrar estos procesos.

Y la iniciativa privada no se anda con tonterías. Los pisos turísticos son uno de los más claros exponentes de esa vía de sustitución de la iniciativa pública por la privada. Itziar González, concejal de Ciutat Vella con Jordi Hereu, sabe muy bien cómo se las gastan: seguimientos, amenazas, asalto a su domicilio, robo de ordenadores… y todo por querer poner orden en los pisos turísticos que ya proliferaban en su distrito. Itziar González tuvo que hacer frente a comportamientos auténticamente mafiosos. Al final, ya se ha visto quién ha ganado el pulso.

En este año de fastos Tricentenaris no está de más recordar que la Barceloneta fue un barrio levantado para acoger a una parte de la población de la Ribera, aquella que había sido obligada por Felipe V a derruir sus propias casas. Tiene, pues, casi 300 años y en su momento fue un modelo urbanístico, con un trazado rectilíneo que se adelantó en cien años a Ildefons Cerdà. El proyecto fue realizado por el ingeniero militar Juan Martín Cermeño y establecía casas unifamiliares de planta baja y piso. Con el tiempo, el modelo se fue deteriorando: primero cada casa se convirtió en dos pisos y luego cada planta en otros dos. El resultado fue el “quart de casa”, con viviendas de apenas 25 metros cuadrados. Y la especulación acabó por rematar el barrio.

Durante muchos años convivieron en paz y armonía dos Barcelonetas: la Barceloneta de la infravivienda, la población envejecida y las clases humildes y la Barceloneta de postal, la de la ropa tenida al viento, los merenderos junto al mar y el único trozo de playa practicable en Barcelona.

Es cierto que los Ayuntamientos democráticos intentaron sanear el barrio con medidas que con el paso de los años han quedado en el olvido o paralizadas: la eliminación de los “quarts de casa” y la instalación de ascensores son dos de las más reconocibles. Pero no se puede decir que la Barceloneta sea hoy un barrio, desde el punto de vista urbanístico, notablemente mejorado.

El problema es que la Barceloneta de postal acabó por engullir a la Barceloneta auténtica: hoy ya es difícil reconocer a alguno de sus vecinos por las calles. De hecho, casi empieza a ser difícil reconocer a algún barcelonés. No se sabe qué extraño resorte lleva a muchos extranjeros –posiblemente sea la proximidad al mar- a buscar su residencia –temporal o estable- en el barrio marinero de Barcelona.

Decíamos que el Ayuntamiento siempre va un millón de pasos por detrás de la realidad. Cuando el deterioro de la Rambla era imparable, los responsables municipales sólo se movieron cuando apareció en la portada del diario El País (en la edición española, no sólo en Catalunya) una fotografía de Edu Bayer en la que se veía a una mujer subsahariana practicando sexo con un turista en los porches de la Boqueria. Entonces, desplegó todos sus medios para erradicar la prostitución de la Rambla. Una operación de maquillaje, en definitiva, que no ha acabado con los problemas de fondo. Ahora, cuando en las portadas aparecen turistas en pelotas haciendo la compra, se empeñarán en que nadie vaya desnudo por la calle.

Pero si creen que eso resuelve el problema, siguen estando muy equivocados, porque esos desnudos no dejan de ser una anécdota.

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