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Camino al barranco, la amenaza es el mejor estímulo

Diada 2017.

Pere Rusiñol

La política catalana está tan acelerada, camino del referéndum del 1-O, que todos los códigos tradicionales han saltado por los aires. Ello dificulta mucho la comprensión de lo que está sucediendo más allá de las proclamas y la propaganda, y, por tanto, también complica la eficiencia de las respuestas que puedan darse. El Gobierno español parece no haberse dado cuenta de la voladura de los códigos tradicionales: está respondiendo justo como desea la coalición independentista.

En conflictos como este, la parte supuestamente fuerte puede amenazar a la otra con aplicarle todo el peso de la ley, con aplastarla o incluso advertirle que, de seguir así, se despeñará por el barranco. Y según los códigos tradicionales, la parte amenazada hará todo lo posible para evitar in extremis el desastre y ahí reside en buena medida la clave de la guerra de nervios habitual: ¿hasta dónde aguantar para evitar el castigo anunciado? Sin embargo, este comportamiento clásico aquí no rige: los principales actores que conducen el proceso en Catalunya no quieren evitar estos castigos, sino que en realidad parecen desearlos, cada uno con su propio motivo. De ahí que la respuesta del palo clásica no sólo no funcione, sino que incluso sea contraproducente, por mucho que tenga formalmente de su lado la ley, Bruselas y, si se tercia, hasta el Papa de Roma.

La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría, ha viajado mucho a Catalunya en los últimos meses, pero parece que no ha sido capaz de captar esta voladura de los códigos tradicionales y por ello el Gobierno responde según el manual legalista clásico. Y eso que la CUP ha reflejado la situación con toda crudeza en el impresionante vídeo del mambo, en el que sus principales dirigentes empujan el procés hacia el barranco y lo despeñan al vacío sin miramientos. Es evidente que si el Gobierno ha visto el vídeo no lo ha entendido, apegado como está a las tablas de la ley y a sus prejuicios, y debe de haber zanjado su incomodidad dejándolo como una excentricidad más de los “radicales”. Y ahí sigue: advirtiendo a los impulsores del referéndum que, de seguir así, se despeñarán por el barranco... ¡Justamente lo que estos quieren hacer!

¿Y por qué querrán despeñarse por el barranco? ¿Es una prueba más de que se han vuelto majaretas? En absoluto: a diferencia del Gobierno español, saben lo que hacen. Por mucho que se les ridiculice, las élites independentistas no esperan que el 3 de octubre llegue la independencia. Pero no porque lo impida la Constitución, sino porque son muy conscientes de que no les basta la mitad del país para lograrla ahora. El referéndum no es el instrumento para conseguir la independencia hoy, sino una oportunidad única para dar el salto de hegemonía que necesitan hacia una mayoría social incontestable. Y, evidentemente, cuanta más represión por parte del Estado, mejor para este objetivo: el sueño es una portada en The New York Times con la Guardia Civil retirando urnas y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, entrando en Soto del Real.

Este es el insólito frame que comparten el presidente de la Generalitat, Esquerra Republicana (ERC) y la CUP. Luego, cada uno de los actores que empuja tiene sus propias lógicas, pero todas acaban coincidiendo en la misma dirección: ahora mismo, cuanto peor, mejor.

Puigdemont es ciertamente el que menos motivos tendría para empujar hacia el vacío siendo militante del PDeCAT, el heredero de la histórica Convergència, que saldrá triturado de toda esta aventura. El partido es ya una sombra de lo que fue, pero aún no ha tocado fondo: ¿alguien cree que puede tener algún futuro como “partido de orden” después de semejante periodo de rauxa? Es probable que a Puigdemont le sepa mal la voladura de su propio partido, pero él ha sido siempre un militante por la independencia más que de Convergència. Siendo independentista se afilió a Convergència, que no lo era, hace más de 30 años simplemente porque era la casa común del nacionalismo y, por tanto, el lugar ideal para influir desde sus propias posiciones. Si ahora se dinamitan estas siglas para ayudar a dar un gran salto que acerque a la independencia y la casa común cambia de domicilio, ¿qué más da? Y para un creyente fervoroso como él, ¿existe mejor recompensa que la de convertirse en un mártir (político) y futuro Santo?

Esquerra Republicana y su líder, Oriol Junqueras, también ganan con el 1-O fuera de control. La responsabilidad recaerá en primer lugar sobre el partido que dirige el proceso (PDeCAT) y tras el referéndum se abrirá al fin una nueva etapa en la que la hegemonía del campo nacionalista-independentista pasará con toda seguridad a Esquerra Republicana (ERC), un vuelco largamente esperado por los estrategas del partido. En el caso de Junqueras, todas las amenazas de inhabilitación serán necesariamente papel mojado: pase lo que pase, tras el 1-O va a ser necesario negociar y es impensable que no sea Junqueras, líder ya del principal partido del sí, el que pilote la nueva fase del lado de la actual mayoría de gobierno en Catalunya. Eso sí lo sabe el Gobierno y, por raro que parezca, le supone un alivio: Junqueras es un político pragmático y dirige un partido independentista pata negra que, a diferencia del PDeCAT, no tiene que actuar con la fe del converso para hacer creíble su apuesta independentista. El horizonte para la independencia de Junqueras no es mañana, sino en una generación.

Finalmente, la CUP es una formación muy poco entendida en Madrid. Evidentemente es independentista, pero esta no es la prioridad de la facción que domina la coalición, vinculada a una tradición revolucionaria que bebe a la vez de Nin y de García Oliver, de Marx y de Bakunin. Como revolucionarios -por raro que les parezca a muchos, lo son- , su prioridad es la destrucción del “partido de la burguesía” y realmente están a punto de conseguirlo tras haber enviado ya a su líder, Artur Mas, a “la papelera de la historia” y a sus siglas históricas al museo. ¿Cómo no les va a llegar el mambo tras el 1-O si en Occidente hace décadas que ninguna vanguardia leninista lograba ni siquiera hacerle cosquillas al “partido de la burguesía”?

El 1-O es el momento perfecto para que Puigdemont se erija en el mártir que el independentismo anhela para dar el salto hacia una mayoría incontestable, Junqueras salte a la presidencia de la Generalitat y la CUP remate a lo que queda del histórico partido de la burguesía catalana. Todos ganan con la aplicación estricta de las tablas de la ley y la represión. Cuando se marcha camino al barranco, las amenazas avisando de que te vas a caer no hacen mella. Al contrario: son el estímulo necesario para sortear las dudas en el tramo final.

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