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Emergencia de las identidades y los nuevos 'regionalismos': ¿Europa es la solución?

Jordi Borja

El auge del independentismo catalán no es ajeno a las reacciones sociales identitarias de base territorial que se producen en un mundo en crisis, globalizado y sin democracia, que acentúa las desigualdades y las exclusiones. Pero nunca se puede deducir un fenómeno social concreto de unas causas generales. Éstas intervienen, facilitan más o menos el desarrollo del acontecimiento o del proceso, pero no son determinantes. Pueden incidir en situaciones concretas con mayor o menor intensidad.

El caso catalán es una prueba. Si aducimos causas generales como los agravios históricos -que quien más o menos los tiene- y las causas presentes como los efectos de la crisis económica o la afirmación de la identidad como reacción ante la globalización y sus incertidumbres, no podemos entender como en pocos años el independentismo se ha multiplicado casi por tres, de menos del 20% a más del 50%. Y si hace una década la mayoría de la población aceptaba como marco la autonomía, ahora más del 80% no acepta que se mantenga el actual estatus.

Las causas específicas son suficientemente conocidas: el fracaso del Estatut provocado por el Tribunal Constitucional, los efectos de la crisis confrontados con la dependencia fiscal (el llamado déficit fiscal) las políticas públicas de los gobiernos españoles que son sentidas como especialmente discriminatorias (especialmente en relación con Europa), la convicción o la habilidad de los gobernantes de Catalunya confrontándose con el gobierno español planteando una consulta a los catalanes (que contribuye a disimular sus políticas neoliberales), y last but not least, el aberrante comportamiento del gobierno del PP, que ha multiplicado menosprecios, amenazas, provocaciones, medidas recentralizadoras, rechazos a cualquier forma de negociación bilateral, agresiones a la lengua y al modelo de enseñanza y la desconsideración hacia el pueblo catalán al que no se reconoce ni tan solo capacidad para opinar sobre su futuro.

Sin embargo la existencia de factores más generales hay que tenerlos en cuenta, pues a la larga pueden ser decisivos y muy influyentes. No nos referiremos a los que son propios de Cataluña, que han sido y son muy publicitados: la historia conflictiva con el Estado español desde 1714, cuando se instala la Monarquía borbónica muy centralista, la defensa de la lengua y la cultura, la afirmación de la identidad como pueblo y como país en relación a España y ante los efectos de la globalización... Este tipo de factores tienden a derivar en un esencialismo que es la otra cara de la mala idea de España. Es cuando se confunde al pueblo o pueblos de España con el tipo de Estado y la casta política que lo gobierna. El debate político aparece como una relación de amigo-enemigo con el exterior o puede llevar a caer en un ensimismamiento y un encierro sobre si mismo, que estimula brotes de xenofobia y comportamientos excluyentes.

Creemos que si bien hay manifestaciones de este catalanismo rancio no es precisamente la característica dominante del movimiento que actualmente se expresa en forma de reivindicación independentista. La composición social del movimiento es urbana y popular, incluyendo gran parte de los sectores medios. Es la representación de una sociedad moderna y heterogénea. Más del 90% de la población vive en regiones altamente urbanizadas. Si bien en núcleos de población reducida emerge un independentismo más emocional e historicista, en las ciudades y áreas metropolitanas es en muchos casos un independentismo racional, instrumental, para forzar un nuevo pacto con el Estado español o para conseguir un estado propio más sensible a las demandas sociales y económicas, sin menopreciar obviamente los aspectos políticos y culturales.

No todos pero una parte importante del empresariado pequeño y medio, europeísta, se ha hecho independentista por razones muy prácticas. Algo similar ocurre con familias trabajadoras originarias de distintas regiones españolas que por una parte se han irritado por las campañas anticatalanas que encuentran ecos cuando viajan a sus lugares de nacimiento y por otra creen más viables que avancen sus reivindicaciones de clase si tienen en frente un gobierno catalán independiente aunque sea de centro derecha, pero que no será el PP.

Hay un aspecto que raramente se tiene en cuenta a la hora de analizar las tendencias autonomistas en territorios que tienen una base histórica o socio-cultural. ¿Cúal es la razón de que reclamen poder político ahora y no tanto en un pasado reciente? Nos referimos a la base económica del territorio, a la integración de sus actividades y recursos, a su mercado. Los mercados nacionales en Europa ya no existen, los capitales no invierten en función del Estado si no tienen más en cuenta las carácterísticas de la región, sus infraestructuras y sus recursos humanos, la existencia de una gran ciudad, sus conexiones con el continente y con el mundo, las relaciones sociales y la calidad de vida.

La economía nacional es en gran parte una ficción, las economías regionales son más reales. Las áreas o regiones económicas integradas en países relativamente grandes como España son territorios que aun formando parte del Estado pero tienen una oferta específica, distinta de otras partes del marco estatal, y responden a demandas de mercados de venta y de atracción de capitales de una zona mucho más extensa más allá del Estado, en nuestro caso Europa y otras zonas del mundo, como por ejemplo China, a lo que hay que añadir la existencia de las multinacionales y el sistema financiero globalizado. Estos territorios, que poseen una base económica específica, si en ellos además se da una personalidad histórica-cultural y lingüística propia, unas elites políticas y sociales diferenciadas (por ejemplo el sistema de partidos) y una sociedad que se siente más o menos maltratada por el Estado en el que está (mal) integrado, lógicamente se mobilizará para obtener un alto nivel de autogobierno.

La relación con Europa y la viabilidad de una Cataluña independiente dentro o fuera de la Unión Europea es por lo tanto una cuestión decisiva y un problema de fácil solución si no hubiera un uso perverso de las instituciones europeas y una injustificada amenaza de veto del gobierno español. El gobierno utiliza esta amenaza contra Cataluña que si tuviera éxito podría representar la exclusión por muchos años de Cataluña de la Unión.

¿Pero esta amenaza perversa puede realmente convertirse en veto efectivo? Hay opiniones diversas entre expertos, exresponsables y altos funcionarios europeos. Algunos defienden que la separación de una parte de un Estado de la Unión no está prevista en los tratados y consideran que Cataluña podría quedar integrada automáticamente por formar parte ya de la Unión dentro de un Estado europeo. Son numerosos los que opinan que debería solicitar el ingreso pero en el caso de Cataluña consideran que la reintegración podría hacerse muy rápidamente en la medida que cumple todos los requisitos para formar parte de la UE y le sería muy complicado a un gobierno español oponerse a ello, pues debería poder argumentar que este nuevo estado no es aceptable por razones internas pasadas a pesar de su idoneidad para reintegrarse a la Unión.

En caso de que la oposición del Estado español retrasara su ingreso, Cataluña podría mantenerse en la zona euro y establecer tratados bilaterales que la mantuvieran en el marco económico europeo. En todo caso utilizar la amenaza de exclusión de Europa es un argumento muy deshonesto. Los gobernantes españoles no explicitan como argumentarían su veto pero sí dejan entrever que si esta exclusión se produjera sería por su presión, pública y secreta, sobre los gobiernos europeos. Aunque Cataluña satisficiera todos los requisitos y las condiciones para ser con todo derecho miembro completo de la Unión.

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