Es obvio que Jordi Pujol ha decidido enfrentarse ahora y no más adelante a la mierda que le llenaba el armario. Suponemos que es para no perjudicar a la opción soberanista ya que el asunto, destapado en otro momento, habría sido mucho peor en términos políticos. Esto no le exime de nada. Nos pide perdón y no se lo pensamos dar. Por lo menos quien firma, que no ha votado nunca Convergencia pero creía en el valor carismático de Pujol.
Vivimos en un país donde una cantidad altísima de herencias no se declaran para no pagar impuestos. Es del Tercer Mundo, pero todos sabemos o conocemos a alguien que, simplemente, ante el hecho de que las administraciones implicadas no tienen los datos intercomunicados, espera que pase el tiempo y prescriba la falta. A los cinco años o los que sean, regularizas la herencia y ya está, todo el mundo contento, con la complicidad implícita -o explícita- de abogados y notarios. Somos un país, pues, todavía demasiado acostumbrado a ver al Estado como enemigo.
Pero hablamos de Jordi Pujol, que esquizofrénicamente, orwellianamente, curiosamente, indignamente, decidió comportarse así también. Él era el Estado y a la vez el enemigo del Estado. Muy bien, tu padre te deja un dinero de herencia y lo coloca en el extranjero para evadir el pago de impuestos. Es una herencia multimillonaria, pero el procedimiento no difiere del pequeño ciudadano que dilata el proceso de escriturar la herencia recibida de su padre muerto. Automáticamente, Jordi Pujol, tenía que haber declarado la existencia de este patrimonio. Sus hijos, pues, se habrían encontrado con un dinero limpio procedente de su abuelo. Mermado por los impuestos, pero limpio.
No hay excusa, pues. Y, en el fondo, sin saber la cantidad defraudada, nos vuelve a dejar boquiabiertos la ambición pequeña y a la vez desmesurada de algunos personajes públicos, su avaricia. Urdangarín es el ejemplo más patético: Provoca un estruendo político, casi derriba la monarquía él solito, por unas ganancias brutas de risa. Oriol Pujol está imputado por haber aceptado sobornos que ascienden a unos misérrimos treinta mil euros. ¡Qué panda de desgraciados! Cuando descubres cómo van las cosas de verdad (dé un vistazo a las triquiñuelas de los grandes bancos, con cientos y miles de millones circulando opacamente por los paraísos fiscales) te das cuenta de la poca calidad de estos personajes: No siquiera sirven para delincuentes. Dejadme ser cínico, pero es lo mínimo que se puede hacer: a los hijos de Pujol, con la influencia que su familia llegó a tener, no les hacía falta esconder dinero en el extranjero para ahorrarse unos pocos impuestos. Esto es el chocolate del loro. Igualmente habrían ganado mucho -como así ha sido- dejándose llevar por las ganancias derivadas de la inercia de ser quienes eran.
En fin. El alma de pequeño defraudador que todos llevamos dentro me gana-y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra- y en el fondo, me decepciona que Jordi Pujol fuera tan torpe, tan inútil -o tan prepotente- de pensar que podía ser presidente de Catalunya y al mismo tiempo, ser un defraudador de pega.
O sea, que cuando Javier de la Rosa la amenazaba,¿lo hacía con conocimiento de causa?
O sea, ¿que todo un presidente de Catalunya dependía del posible chantaje que podía hacerle un individuo como Javier de la Rosa?
Me da mucha vergüenza ajena.
Ah, y que no me digan que esto, por lo menos, no es corrupción. Sí, vale, por lo que dice, Pujol no se metió directamente en el bolsillo dinero público. Es cierto. Pero sí se lo metió indirectamente, a través de la evasión de impuestos. No le llames corrupción, llámale estafa. Bárcenas es un chorizo, un particular, una criada que decidió sisar unos dineritos a su señora. Pujol, gracias a millones de catalanes que se fiaron de él, llegó a ser el 126º presidente de la Generalitat de Catalunya. Y esto es muy serio.
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