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KPN y la jerarquía de la opresión

Sara Berbel

Este artículo podría titularse también “La competencia entre los pobres por acceder a las migajas del poder”, porque esa es la lamentable situación a la que se ven abocados, con demasiada frecuencia, los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad.

Asistimos -en ocasiones con asombro, en otras con resignación- a las explicaciones de nuestros gobiernos conservadores sobre el reparto del presupuesto social: ahora más para los jóvenes y menos para inmigración; ahora menos para la discapacidad y más para el emprendimiento por ejemplo. La competencia entre los presupuestos de salud, educación y sercicios sociales es una constante a la que parecemos habernos acostumbrado. Y aún resulta más decepcionante cuando observamos que tal rivalidad se instala entre los propios afectados: los jóvenes versus los mayores de 45 años; las personas con discapacidad intelectual versus las que padecen trastornos mentales; los perceptores de RMI frente a quienes cobran el subsidio de paro. ¿Quién merece más recursos? ¿Quién lo necesita más? Esta competencia puede contemplarse en las conversaciones de sobremesa, en las cafeterías, en las cartas a los diarios y también, por supuesto, en las reuniones entre los representantes de colectivos afectados y en las reivindicaciones ante la administración.

Nuestro sistema de redistribución es tan perverso que conduce a los más débiles a competir por partidas económicas insuficientes, en una suerte de jerarquía de la opresión, como diría el filósofo Patrick Viveret, mientras nadie ataca las verdaderas partidas, las que son realmente sustanciosas y que no van dirigidas, desde luego, al área social.

Una muestra flagrante de esta jerarquía de la opresión la hallamos estos días en el anuncio de la empresa holandesa KPN de que suprimirá las cuotas femeninas para puestos directivos y primará, en su lugar, a varones de minorías étnicas. La argumentación del director general, Jasper Rynders causa poco menos que estupefacción: “Las cuotas femeninas no han causado el cambio de enfoque esperado. No se han cumplido las expectativas porque ellas actúan igual que los hombres, incluidos sus errores y carencias” (El Pais, 27-9-2014). Esta simple frase muestra el craso error en que a menudo se basan las políticas de igualdad cuando se desarrollan desde el desconocimiento y los estereotipos. ¿Qué pensaba el director general cuando implantó las cuotas femeninas? ¿Creía que las mujeres serían las salvadoras de la empresa? ¿Qué virtudes les atribuía para esperar tales cambios? Precisamente si algo muestra su aseveración es que las mujeres son seres humanos en la misma medida que los varones (afirmación que parece increible tener que repetir a estas alturas), tan lejanas o cercanas a la virtud y a la perfección como ellos mismos.

La exigencia de mujeres en puestos de dirección no se realiza en base a que ellas sean mejores y vayan a solucionar las posibles disfuncionalidades empresariales, sino al derecho de la mitad de la población a compartir el poder en igualdad de condiciones. Los estudios que muestran que incorporar mujeres da buenos resultados en las organizaciones (como los realizados por Catalyst, McKensey o más recientemente, Credit Suisse) se deben a que los equipos mixtos funcionan mejor que los de un solo sexo: son más eficaces, más creativos y más estimulantes. Y, por supuesto, al hecho de que se aprovecha el talento de todas las personas de la empresa, sean varones o mujeres.

A partir de ahora, KPN va a priorizar las minorías étnicas con la formación suficiente porque se están perdiendo su conocimiento. ¿Realmente hay que escoger entre mujeres y varones de minorías étnicas? ¿Acaso no hay mujeres con titulaciones y experiencia en el colectivo de minorías étnicas? Resulta lamentable y desolador comprobar, de nuevo, que la necesaria igualdad de todas las personas queda constantemente sepultada por la crueldad de la jerarquía de la opresión.

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