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El Paralelo y la burla de la marca BCN

Jordi Corominas i Julián

Cuando un Ayuntamiento no entiende su propia ciudad se crean modelos que alejan a sus habitantes de las instituciones y surgen tensiones fácilmente evitables mediante el diálogo y el arte de consultar desde la cercanía. El ejemplo más reciente lo hemos tenido con la semana de fuego e ira de Can Vies, pero si observamos el tejido urbano barcelonés comprobaremos que hay otros espacios que han forjado una identidad propia sin ayuda municipal, algo que las autoridades parecen no entender desde una más que preocupante cortedad de miras.

Hoy pasearemos por el Paralelo, símbolo de una construcción propia que durante la primera mitad del siglo XX se erigió en el Paseo de Gracia de los pobres, un enclave repleto de salas de espectáculos antes de la demoledora irrupción del cine y la televisión, sepultureros del varieté y de un modo de vida que ha dado pie a un sinfín de leyendas que aun jalonan la popular avenida.

La agonía empezó después de la Guerra Civil y se prolongó durante más de cuatro décadas. Hoy en día pasear por el antiguo esplendor cabaretero compone un mosaico esquizofrénico en quien conoce la historia de la zona. El Burger King ocupa el lugar del Teatro Cómico, cerrado en 1962, pero justo enfrente empiezan las sospechas con ese solar vacío desde 1988, cuando el Talía, durante años dirigido por Paco Martínez Soria, cerró sus puertas tras un misterioso incendio.

La gran pregunta que surge al ver ese hueco es conocer la identidad de los propietarios del terreno. Algunos vecinos dicen que es del Ayuntamiento y otros creen que los chinos se lo han llevado, como hicieron con el Arnau hasta que la administración Hereu lo compró pese a que después Trias quiso adjudicarse el tanto.

El Paralelo tuvo esa gloria, sí, pero querer resucitarla adaptada a nuestra centuria es un ridículo monumental. El muy publicitado BARTS ocupa el hueco que era del Teatro Español. Si cruzamos la calle llegaremos al Molino, del que más que su metamorfosis contemporánea destaca por sus problemas financieros. ¿No sería más fácil ser consecuentes y montar en su interior un Museo que rememorara lo que fue el barrio? La no tan lejana exposición que el CCCB dedicó a la zona demuestra que hay material de sobras para ofrecer al público un espectacular enclave para la memoria.

¿Memoria? Sí, algo que interesa poco o nada, como mucho para manipularla. Lo vimos cuando hace un par de años el Ayuntamiento cambió con premeditación, alevosía y nocturnidad el nombre del Pasaje de la Canadenca que conduce a las oficinas de FECSA, donde antes se hallaba la fábrica que provocó la histórica huelga de 1919. Por lo que se ve al consistorio no le interesaba que lo pretérito diera ideas al presente. Por suerte se paró el golpe, que asimismo sirvió para ver cómo la calle, digan lo que digan algunos, es política hasta en las placas.

Los mandamases de Barcelona siempre han tenido problemas con el Paralelo. La ley de 1883 que aspiraba a que la Avenida fuese un infinito pórtico que ensanchaba aun más su trazado. Esa idea fue escasamente seguida pese a que aun pueden observarse algunos ejemplos que recuerdan cómo nacieron en esos bajos muchas posibilidades de espectáculo que marcarían el devenir del barrio, que en sus instantes de máximo auge llegó a tener más de treinta salas en sus escasos seiscientos metros, a los que deberíamos añadir las alturas del Poble Sec. La unión actual de ambas fuerzas ha regenerado la zona gracias a la gente que ha aprovechado sus locales y plazas para dar nuevos bríos a lo que muchos consideraban imposible de recuperar. Es un placer pasear y dar con buenas bodegas, mejor ambiente y descubrir rincones como la calle Blai, donde el mestizaje entre barceloneses e inmigrantes ha propiciado un pequeño milagro del que deberíamos sentirnos orgullosos.

Al mismo tiempo muchos de los artífices de este renacimiento son jóvenes empresarios, como sucede con los impulsores del Teatro La Vilella, que de fabricar sifones se ha pasado a las tablas. Esta propuesta mezcla lo artístico con criterio y la idea de acercar la cultura a gente de toda clase y condición, lo mismo que acaece con bares y otros establecimientos, bien abiertos a una más que variada clientela que acepta lo ofrecido y nutre de energía el conjunto.

Eso, pueden imaginárselo, no es suficientemente para el señor Trias. El Paralelo, surrealista en su esencia de lo imprevisible, está situado entre dos puntos muy golosos: el puerto y la Fira de Barcelona. Eso implica que su renovación es idónea para generar otra combinación más entre gentrificación y el potenciar determinados aspectos para esos visitantes efímeros que son los turistas de los cruceros y los congresistas, breves pero intensos en su gasto.

El Plan destinado al Paralelo que se complementa basa su apuesta en gastar mucho dinero en la iluminación de la Avenida, algo que debería hacerse más en el muy oscuro centro de la ciudad, y en la creación de seis plazas en seis esquinas, como los toros del tópico pero con voluntad, es sencillo de imaginar si uno piensa en el auge hipster de bodegas cerca de Sant Antoni, de crear un nuevo terracismo ilustrado que quitará a la vía parte de su identidad. El único acierto, en una Barcelona que quiere presumir de sostenibilidad, es destinar el carril central a las bicicletas y no a un tranvía, opción apetecible pero que seguramente crearía un brutal caos circulatorio.

Se argumenta que la reforma aumentará el espacio para el peatón, aunque, ¡oh my god!, resulta que las seis futuras plazas están ubicadas al lado de restaurantes carísimos. ¿A qué juega el Ayuntamiento? Su discurso de cuento de hadas es interesante porque permite que contemplemos dos realidades. La primera, fruto de lo que quieren los de arriba, vende humo y engaña porque vende la moto de enlazar el pasado con el futuro desde una concepción que en realidad quiere prescindir siempre más del ciudadano para dar la ciudad al visitante con recursos. La segunda, la del pueblo, genera focos de resistencia que reclaman mantener la identidad y reclaman un punto y final a tanta acción soterrada que se anuncia como una panacea que no es. No sólo ocurre en el Paralelo, también se intenta con mayor o menor éxito en Gracia y otras zonas orgullosas de ser como son, hartas de aditivos que no benefician la convivencia y sólo encarecen el día a día.

En estos tiempos convulsos las personas quieren buen gobierno y este, venga de donde venga, debe ser transparente, honesto y con propuestas que beneficien a la población. De otro modo, y en esas estamos, el modelo de la marca BCN y la estructura de partidos tradicionales acelerarán su descomposición por hacer oídos sordos a un mundo que pone los pies en la tierra y se ha cansado de ser una atracción de una feria que ya no es divertida por mucho que nos insistan en su importancia en pos de una proyección internacional que entre todos podemos reformular para darle un color más válido y humano.

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