Catalunya no puede vivir mucho tiempo con el corazón en un puño como lo está haciendo en los últimos meses. No puede ser que la seguridad del cobro de los salarios de los funcionarios, los ingresos correspondientes a los convenios con las entidades que ofrecen servicios sociales o el dinero de los conciertos sanitarios y escolares estén en el aire desde hace tiempo. No puede ser que aún se adeude a estas entidades los pagos del mes de agosto. No puede ser que se hayan congelado los pagos comprometidos con las personas “en teoría” beneficiarias de la Ley de la Dependencia. No puede ser que el gobierno catalán deba decenas de millones de euros a las organizaciones no gubernamentales para el desarrollo.
Lo entiende, claro, hasta el propio presidente de la Generalitat, que, en un ejercicio de funambulismo dialéctico de difícil comprensión, lo reconoce públicamente y lo considera un agravio contra Catalunya en lugar de un fracaso personal.
El conseller de Economía y Conocimiento (quien se inventaría tal título), Andreu Mas-Colell, debe ser una de las personas que más sufre en el mundo. No debe ser fácil conciliar el sueño cuando sabes que el sueldo de centenares de miles de persones, las ayudas a las escuelas y los hospitales peligran y dependen de unas transferencias que se retrasan.
Finalmente, los 560 millones de euros ansiados llegaron y se pudieron hacer los pagos comprometidos con solo unos días de retraso. Pero ¿qué pasará el mes que viene? ¿Estaremos de nuevo igual? ¿Cuantos meses se puede perpetuar esta agonía, antes de que se produzcan bajas laborales en el departamento de Economía de la Generalitat por ataques de angustia de sus gestores?
¡Es absurdo! Una administración pública no puede llegar a estas situaciones límite cada fin de mes. Y la apuesta por la independencia como solución nos lleva demasiado lejos. Hace falta una solución ya. O como mucho, en unos pocos meses. No se puede fijar el plazo para resolver esta angustiante situación en el año 2014, cuando se celebre (o no) un hipotético referéndum sobre la independencia de Catalunya
No está claro si la independencia puede resolver esas angustias. Unos economistas nos plantean un futuro soberano y feliz y lleno a rebosar de dinero. Otros nos alertan de una quiebra total y de la incapacidad para pagar a los pensionistas de la Catalunya independiente. Antes de ver, sin embargo, cual de los dos grupos lleva razón, hay que buscar remedios a la enfermedad que padecemos hoy.
Por tanto, llámese “pacto fiscal”, “nueva financiación autonómica” o “federalismo asimétrico”, pero dos años con esta taquicardia no la aguanta nadie. Ni Mas-Colell. Ni Catalunya.
Y entre los deberes urgentes, y ya empieza a ser inverosímil que no se adopte tal medida, hay que aumentar el impuesto de sucesiones y las tasas a los más ricos de esta Catalunya, futuro Estado de Europa. O no.
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