Puede que ya conozcáis un chiste en catalán. Un hombre baja a toda pastilla, descontrolado, por una pista de esquí, y dando grandes voces: “Un que em pari, un que em pari!” (¡Uno que me pare! ¡Uno que me pare!). Y otros se lo miran con extrañeza: “¡Mira, aquel loco! ¡Está a punto de matarse y todavía va pidiendo Campari” (se pronuncia igual que 'un que em pari'). Al final, resulta que no pedía una bebida sino que alguien lo parara en su arriesgado descenso.
Artur Mas es este esquiador. Su entorno, encabezado por Francesc Homs, le ha empujado montaña abajo y ahora no sabe cómo frenar o controlar la vía hacia la independencia de Cataluña en la que le han metido. Cada vez hay más gente interesada en saber cómo acabará todo esto. Si pudiera como un programa de televisión en directo, seguro que se llevaría la audiencia de calle.
CDC i PP continúan el mismo juego de siempre. Se dicen de todo (más que nunca) públicamente, pero continuan pactando cuando se juegan cargos o negocios. La continuidad de la XAL (Red Audiovisual de la Diputación de Barcelona) en manos convergentes gracias a un pacto CiU-PP de hace dos años y que podría quebrarse con un simple chasquear de dedos de los diputados populares, por ejemplo. O los reiterados acuerdos en el Ayuntamiento de Barcelona y otros consistorios.
Pero Mas continua pendiente abajo perdiendo en su descenso compañeros de viaje de toda la vía (Duran Lleida ni tan siquiera se puso la ropa de esquí) y ve como al pie de la montaña cada vez hay más gente de Esquerra Republicana esperándole y jaleándole.
Como piensan Juan Carlos Rodríguez Ibarra o Javier Pérez Royo, todo apunta a que el presidente de la Generalitat confía en que alguien le pare por las bravas. Sería su salvación personal y política. “Yo he hecho todo lo que estaba en mis manos pero ‘esa gente’ (expresión habitual en círculos convergentes) no me ha dejado llegar al final”, sería la explicación preparada para la negativa del Gobierno español a la convocatoria de una consulta sobre la independencia o la intervención de la autonomía después de una declaración unilateral de independencia.
¿Y si no lo paran? ¿Y si le dejan que se empotre solito contra algún árbol o que atraviese las filas de ERC y se precipite por el acantilado?
El último que ha fruncido el ceño al ver como CiU se hunde gracias a la vía independentista es el actual alcalde censor de Barcelona, que ve como los sondeos le confieren solo 11 de los 41 concejales que tiene la ciudad en unos próximos comicios municipales.
“Alguien que lo pare”, debe pensar Xavier Trias, mientras pasea bajo la gran bandera catalana mustia del Centro Cultural del Born.
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