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La declaración de Mas, una cuestión de fe

Josep Carles Rius

Después de casi cinco horas de comparecencia, Artur Mas es una cuestión de fe. El President de la Generalitat reconoce que es el hijo político de Jordi Pujol, pero nunca supo nada de su evasión fiscal, ni de la fortuna amasada, y exhibida, por algunos de sus hijos. Ni del tráfico de influencias de uno de ellos, Oriol Pujol, imputado por el caso del ITV. Los indicios sobre la implicación de CDC en el caso Palau son abrumadores, pero el hombre que tuvo, y tiene, todo el poder en el partido tampoco sabe nada. Lluís Prenafeta y Macià Alavedra hacían negocios a la sombra de la Generalitat. Artur Mas los conocía a ellos, pero no sus obras. “No lo sabía” repitió de forma recurrente ante la comisión del Parlament que investiga el caso Pujol. Esta fue la respuesta del político clave de gobiernos de Jordi Pujol y de CDC.

Artur Mas construyó ayer ante los diputados el relato de un político, de un President, dedicado al país, ajeno a los casos de corrupción, al tráfico de influencias, a la financiación ilegal de su partido. Artur Mas llevó a menudo sus respuestas al terreno personal, al de la honestidad individual. Los partidos de la oposición, ERC incluida, escribieron el reverso del relato a través de sus preguntas. Emergió una época de sombras en la era del pujolismo, con una retahíla de casos y nombres cargados de sospechas. El contraste de estos dos mundos, llevó a los diputados a preguntarse si estaban ante un caso de connivencia o de negligencia a la hora de no detectar la corrupción del entorno.

Una vez más el President dio muestras de una habilidad e inteligencia política muy notable y superó las que fueron posiblemente las cinco horas más difíciles de su carrera. Cuesta imaginar que un político de semejante talla no descubriera lo que ocurría en su entorno. Creer o no creer a Artur Mas es, pues, una cuestión de fe. Y el tiempo cifrará el número de catalanes que siguen abrazando la fe en el President. Pero más allá del contenido de la comparecencia, el Parlament vivió ayer casi cinco horas de ejercicio democrático, con un presidente de Gobierno respondiendo ante los parlamentarios sobre posibles casos de corrupción.

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