Durante los últimos meses y semanas estamos asistiendo a un reguero continuo de movilizaciones sociales, no solo en los distintos barrios que conforman la ciudad de Barcelona, sino también a lo largo de su Área Metropolitana. A las protestas de este verano en la Barceloneta le han seguido manifestaciones y concentraciones en el entorno de la Sagrada Familia y el Paralelo, o más recientemente, en ciudades como Esplugues de Llobregat.
Presentadas por las instancias municipales como actividades desarrolladas por “grupos críticos al servicio de nuevas organizaciones políticas” o, desde algunos medios de comunicación como “problemas de convivencia”, escenifican, más bien, aquellos conflictos inherentes a todo espacio urbano y, en este caso, al modelo de ciudad promovido desde el Ayuntamiento durante las últimas décadas. Barcelona ha cambiado y mucho. De ciudad industrial ha pasado a metrópolis terciaria, verdadero epicentro de poder político y económico y eso conlleva, no solo transformaciones urbanísticas, sino verdaderos cambios en lo urbano, es decir, en aquellas formas en que se vive la ciudad.
Esta aparente intensificación de las movilizaciones trae consigo novedosas formas de participación y articulación social. Las nuevas plataformas son más horizontales, amplias y transversales que las clásicas asociaciones de vecinos que tan importante papel desarrollaron hace sólo unos años. Conllevan, además, un nuevo lenguaje, términos como smart cities, turistificación, resiliencia, etc., forman ya parte de nuestro lenguaje cotidiano, nuevos ropajes con los que se visten viejas luchas.
Entre estos nuevos conceptos encontramos la gentrificación, un anglicismo que proviene del sustantivo gentry y cuya traslación podría ser alta burguesía o clase alta. Según la definición clásica, la gentrificación sería aquel proceso cuyo resultado final comportaría el aburguesamiento, o elitización, de un área determinada debido a cambios ocurridos en el mercado inmobiliario. Aunque en el mundo académico no hay un consenso absoluto al respecto, los procesos de gentrificación supondrían, resumidamente, el desplazamiento de las clases populares y su sustitución por nuevas clases medias y altas, con mayor poder adquisitivo y distintas formas de vivir y consumir el espacio, lo que conllevaría una completa transformación del carácter de un barrio. En realidad, nos encontramos ante otra de las consecuencias de la conversión de la ciudad en un producto de consumo, y donde solo aquellos grupos sociales que pueden permitírselo sobreviven y son bienvenidos, al más puro estilo del darwinismo social. En Barcelona existen ejemplos sobrados y demostrados en el Born o Gracia, y procesos incipientes en el Poblenou o Poble Sec.
Sin embargo, soy de la opinión de que las dinámicas de gentrificación son por naturaleza heterogéneas y, aunque el desplazamiento puede estar presente, se encuentra operando paralelamente a otro tipo de cambios sociales más íntimos, sutiles y peligrosos. Según estos, serían las propias clases populares las que se gentrificarían, modificando sus pautas de vida y consumo, en una vana aspiración por convertirse en melifluas clases medias, aunque únicamente sea en el nivel superficial que engendran las apariencias.
Nos encontraríamos, así, ante un proceso de gentrificación donde el desplazamiento ya no es exterior, sino interior, y donde la gentrificación se estaría produciendo en nuestra propia esencia. Es ahí donde reside la verdadera lucha, quizás estas nuevas formas de organización política puedan alcanzar el poder de las instancias municipales, pero, ¿cómo podrán luchar contra la gentrificación de las almas?
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