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Un juego de pitonisos: mayor o menor participación el 21D, día laboral

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Miguel Alhambra Delgado / José Mansilla

La mayoría de las encuestas señalan que la participación en las elecciones catalanas del 21D será más alta que en las anteriores elecciones, así como de las más altas de la historia. Sin embargo, es probable que esto no suceda y finalmente la participación no llegue a los niveles de la anterior convocatoria, la más alta hasta el momento en cualquier elección en territorio catalán, el 77,44%.

¿Qué fomenta este error generalizado en todos los sondeos?, o dicho de otra forma, ¿qué nos induce a pensar que habrá menor participación pese a lo que afirman las encuestas? Respondamos a la segunda pregunta primero: el hecho que las elecciones se celebren en un día laborable tendería a marcar más aún el sesgo de clase social –conceptualizada la clase social bajo la perspectiva de Pierre Bourdieu-, tanto en términos de abstención, como en términos de tipos de voto.

Según el autor francés, la relación con lo político en general, y con el campo político en particular, estaría mediada por una composición de capitales –culturales y económicos- que definirían las diferentes posiciones relativas de clase. De este modo, esto se produciría en la medida en que habría posiciones que se sientan inclinadas a participar, e incluso obligadas a hacerlo, considerando lo político como un ámbito noble de acción; mientras que otras serían más proclives a la indiferencia, a una atención intermitente y provisional o a considerar ese ámbito como “algo que no es para gente como yo”, autoexcluyéndose de un ámbito que le excluye socio-históricamente.

Este hecho desbarata la ilusión democraticista de una persona, un voto, pues socialmente esta simetría no existe más que sobre el papel y en lo formal -no hay más que ver la representación por oficios entre los diputados y compararla con la composición por oficio en el conjunto de sociedad, o diferenciar a los diputados electos por la gruesa dicotomía de trabajo manual/trabajo no manual-. Así, el campo político sería un mecanismo de desigualdad social más -la cual se une a la desigualdad en el campo económico, en la escuela, en lo cultural, etc.-.

Bajo esta consideración, aunque la abstención es un fenómeno que no se deje interpretar bajo una única lógica, sí que está fuertemente orientada por la posición relativa de clase, encontrándose más abstencionistas -gente que no tiene nada que hacer con la política “eso no es para mí”, para los que “todos son iguales”, “todos van a lo suyo, a robar”, etc.-, a medida que se desciende en la jerarquía o escala social.

Por ello, nos podemos aventurar a afirmar que el hecho de que las elecciones sean en día laboral hará descender más la participación en aquellas posiciones que son más distantes a las apuestas específicas del juego político -aquellos que no están tan al día con la realidad mediático-política que controla el tertuliano medio-. Si nos centramos en la dicotomía gruesa entre trabajo manual y no manual -dicotomía que encierra lógicas muy heterogéneas, pero con elementos de clase social-, tendrán una abstención mayor aquellas posiciones que tras una jornada de trabajo físico, se les interpele a ir a un colegio electoral para algo que casi “ni les va ni les viene.

Algo que podría reducir esta tendencia sería el hecho de que, legalmente, se puede solicitar parte de la jornada laboral para ejercer el derecho de voto. Sin embargo, en estas estimaciones no se tiene en cuenta la cantidad de ilegalismos y alegalismos bajo los que trabaja una buena porción de las clases sociales más bajas. Este derecho de poder ausentarse de la empresa para votar será efectivo allí donde se den las condiciones sociales favorables para que se haga efectivo, esto es, en las posiciones más reguladas y/o con menos precarizadas (funcionarios, profesiones liberales, élite obrera, etc.).

En cuanto a la primera pregunta, si este error o sesgo generalizado se confirma, lo que es nuestra apuesta interpretativa -que habrá menor participación a pesar de lo que digan las encuestas-, es porque, aunque parezca paradójico, los “encuestólogos no son proclives a captar lo social, su variabilidad y sus distribuciones desigualitarias.

En lugar de ello proyectan una posición particular –su propia posición- sobre el resto del cuerpo social; una posición que, si no es percibida como tal, es debido a que se trata de la posición más legitimada. Dicho con otras palabras, bajo la apariencia de cientificidad -a través de la matematización y una supuesta neutralidad axiológica- los profesionales encargados de hacer las encuestas, proyectan inconscientemente un marco cognitivo y evaluativo que no es más que el suyo propio: el de un conjunto de fracciones de clase proyectadas sobre la totalidad del espacio social global bajo la entelequia del “votante medio”. Un votante medio que tal vez contiene muchos más elementos de medias aritméticas que de realidades sociales (un ejemplo de ello sería la “escala ideológica” que presupone una distancia similar de todos los votantes al campo político).

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