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Las omisiones del relato

Una mujer rellena la papeleta para votar en el local de La Salle de Gracia, en Barcelona. /ENRIC CATALÀ

Jordi Corominas i Julián

Una de mis grandes aficiones consiste en pasear por Barcelona. Me gusta tanto que le dedico tiempo e incluso, en alguna que otra ocasión, la explico a quienes así lo deseen. Lo curioso es que no son turistas, les cuento la ciudad a ciudadanos catalanes con ansías de saber más de las calles que suelen caminar durante su día a día.

La semana pasada quedé con un grupo y cubrimos la Barcelona obrera y anarquista. Hace años se organizó una ruta similar con motivo de los setenta años del estallido de la Guerra Civil, pero cayó en el olvido, como sucede con la Semana Trágica en el mapa urbano. La gran revuelta de 1909 no figura en el mapa, ha desaparecido casi como si nadie se hubiera levantado contra una guerra injusta y un poder opresor. Quedan testimonios, que en la mayoría de casos son de autores extranjeros, hombres y mujeres que consideraron claves esas jornadas de un verano incendiario para entender cómo respiraba la España de por aquel entonces. Lo desesperante es que la calle, sus nombres y placas, son pura política, y está claro que el Ayuntamiento nunca se ha preocupado por potenciar el recuerdo de los acontecimientos capitales de una Barcelona que fue conocida en todo el mundo mucho antes de las Olimpiadas y la eclosión de su odiosa marca.

Hombre Jordi, dicen algunos alumnos, faltaría que insistiéramos en lo malo que hemos dado, en luchas que dividían. Esa actitud se parece a la de Prat de la Riba con el artículo La ciutat del perdó de Joan Maragall, censurado por La Veu de Catalunya porque pedía la concordia como modus operandi para sanar los males de la Ciudad Condal. No se trata de mostrar lo negativo, más bien de enseñar que, como en la novela de Dickens, la nuestra es la historia de dos ciudades donde los protagonistas de la segunda quedan eclipsados. Ferrer i Guàrdia, quizá el catalán más decisivo del primer tercio del siglo XX por su labor pedagógica, tiene un triste monumento mediu oculto en Montjuic. Sí, Salvador Seguí tiene una plaza y una inscripción donde le acribillaron a tiros en el lejano 1923, pero de huelgas y otros hitos del obrerismo catalán, español y mundial no queda rastro, ni siquiera en plaça Catalunya, un espacio central que el 15m recuperó pero que otrora había sido punto de colisión y conflicto de protestas feministas, anarquistas y ciudadanas.

A principios de la pasada centuria las grandes manifestaciones eran en el Saló de Sant Joan, actual paseo Lluís Companys. Este presidente es recordado en el relato del proceso soberanista, y lo mismo sucede con Francesc Macià y en menor grado con Prat de la Riba. Los dos dignatarios de ERC fueron políticos de pasión y poca razón, malos gobernantes que, sin embargo, pertenecieron al único partido que supo vincular a varias clases sociales y sensibilidades durante la Segunda República. No se les incluye en la loa por eso. Son la rauxa propia del momento que vivimos, uno desde su militarismo y carisma de octogenario, el otro desde la inconsciencia de proclamar el Estado Catalán dentro de la República Federal Española, algo inexistente, y por desgracia morir fusilado por los fascistas victoriosos en octubre de 1940. El martirio oculta vergüenzas de gestión y genera un mito.

Prat de la Riba fue un estupendo gobernante porque fue el pionero en dar a Catalunya, mediante la Mancomunitat, estructuras descentralizadas de mucha enjundia, y lo hizo con tino tras unos tiempos difíciles que su mano derecha no supo capear bien. El gran ausente, junto a los previsibles federalistas Almirall y Maragall y el desterrado Pujol, del panteón de ejemplos a seguir en todo el sainete actual es Francesc Cambó, y es algo paradójico hasta cierto punto. El magnate y mecenas cultural fue un hombre de claroscuros que destacó por ser el gran hombre de acción del catalanismo naciente, capaz de poner en apuros al Rey Alfonso XIII con un simple discurso para luego integrarse en lugares imprescindibles de algunos de sus gobiernos. Sin su capacidad de movimiento, sin su don para movilizar, actuar y entender el catalanismo de ayer y hoy sería otro hasta el punto que casi no podríamos concebirlo. Como es comprensible esta opinión puede rebatirse, aunque sólo de modo muy relativo. Cambó manejó los hilos en 1918 de la primera propuesta de Estatut, caída en desgracia, pese al fervor de la libertad de los pueblos para autodeterminarse de Wilson tras la Gran Guerra, por la situación político-social española y barcelonesa, con la huelga de la Canadenca y el surgimiento del pistolerismo que hizo irrespirable el ambiente.

La placa que recuerda la huelga de la Canadenca, un paradigma de cómo los trabajadores pueden paralizar toda una ciudad con buena organización sindical y valentía, fue eliminada un tiempo del nomenclátor. Al pobre, es un decir, Cambó siempre le quedará la horrenda estatua de Vía Laietana donde parece que esté en trance. Lo que no tendrá es su dosis reivindicativa entre los figurantes históricos que conducen a la presente situación. Su colaboración de primera hora con las tropas nacionales lo excluye del gran tinglado, no vaya a ser que los trapos sucios emerjan y manchen el conjunto.

Ya que hablamos de ropa no está de más pensar en las banderas que cubren los balcones de medio país. Quizá si las sumáramos tendríamos los votos del SÍ-SÍ del pasado 9 de noviembre. Lo interesante sería contar los huecos y lanzar la hipótesis que su conjunción equivalga a un gran número de la abstención en las urnas. Es otro hueco de otro relato. Me sorprende que el resultado se venda como un gran éxito, sobre todo si se considera el extraño censo con votantes de 16 años y los extranjeros residentes en Catalunya, que normalmente, no al menos en todos los casos, no pueden depositar su papeleta, más que nada porque así lo dice la ley.

Sería interesante ver cuánto influyeron en el escrutinio definitivo. No creo que fueran cifras determinantes, aunque sí puede ser que hincharan el porcentaje. Dejémosles. El vacío del 65% que se quedó en casa, el temor que fueran los mismos que prescinden de decorar sus viviendas con símbolos nacionales, es el relevante, y no lo juzgo como un canto de victoria para los que siguen empecinados en un discurso único capitalizador de la opinión pública. Para terminar con la tortura y salir de dudas, lo mejor sería votar de una vez, todos, pero…

Pero resulta que hasta noviembre de 2015 no habrá elecciones legislativas. Mas y Rajoy lo saben. Lo dicen poco, casi entre susurros. El actual estado de las cosas les interesa. Al catalán para mantener la poltrona mientras esconde su demencial gobierno de la nada y el hundimiento de su coalición. Al español el tema le nutre la esperanza de cosechar votos para una reelección que se antoja, aunque nada podemos anticipar, improbable. El panorama será otro y el batiburrillo de siglas que conformarán el nuevo arco parlamentario deberán acostumbrarse a una nueva cultura del pacto que, esperemos, propicie reformas constitucionales y un nuevo encaje de Catalunya dentro del Estado. Hasta esa fecha cualquier tipo de pacto es una quimera. ¿Por qué no lo dicen muchos medios?

Las omisiones de todos estos relatos no son casuales, obedecen a intereses que enfocan la realidad hacia un interés concreto. No hay más. Destaparlas es un ejercicio de honestidad. Su utilidad dependerá del uso que usted, estimado lector, quiera darle. Así concluye nuestro paseo de hoy.

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