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El mundo “perfecto” de héroes y princesas de Disneyland Paris

Sandra Carrau

Intentando aterrizar después de la experiencia “mágica” inolvidable pero que desearíamos olvidar, os explicaré cómo te pueden maltratar con una sonrisa (eso sí) en el parque temático de Disneyland Paris.

Mi familia y unos amigos (cuatro adultos y tres niños de 1 año y medio, 3 y 5) llevábamos ya dos días por el parque, arriba y debajo de atracciones, con las colas habituales de 45 minutos a 1 hora de espera, cuando en una de las atracciones para los más pequeños, Small World, y después de hacer nuestra cola de 1 hora, nos retienen delante de la barca a la que ya nos tocaba subir y sin explicaciones claras nos dicen que no podemos subir, que nos esperemos (¡¿más?!) que tienen que pedir la opinión de la responsable (que todavía no sabemos quién era) porque vamos con nuestro hijo de 5 años con síndrome de Down y teníamos que haber entrado por el lado de las personas con discapacidad (y ahorrarnos la cola). Además de decirnos que por razones de seguridad debe haber una sola persona con discapacidad (sea del tipo que sea) por barca (¡pero si la más peligrosa es la pequeña de año y medio que no sabe nadar y no tiene consciencia del peligro!).

Nosotros agradecemos la posibilidad del acceso rápido que desconocíamos hasta el momento (aunque no le vemos la necesidad) pero igualmente una vez hecha la hora de espera nos da lo mismo y lo que queremos es subir a la barca que los niños tienen ya a tocar y que están deseando. Pero en lugar de esto nos hacen pasar al otro lado del acceso a las barcas, el de las personas con discapacidad y sus acompañantes (máximo 2), mientras imagino que toda la cola no estaba observando. Con todo ya llevamos otros 30 minutos más de espera (id sumando que llevábamos 1 hora).

Entre esperas, idas y venidas no sabemos qué explicar a nuestros hijos (el mayor y más consciente con síndrome de Down y los otros dos sin), y reclamamos ya con más firmeza que nos dejen entrar de una vez por todas a la barca desde el lado que consideren ellos “más conveniente”. Mientras pasan barcas y más barcas a nosotros todavía nos hacen esperar a la “próxima” barca con una sonrisa, hasta que amenazamos con llamar a la policía y entonces voilà, ¡ya podemos pasar…! ¿Ahora sí? No sabemos qué ha cambiado, nadie nos sabe explicar sus criterios internos de organización, pero ahora sí podemos pasar.

Todavía estamos intentando entender las razones racionales que movieron a las responsables de gestionar la atracción a hacernos vivir esta experiencia delante de nuestros hijos y de las 200 personas que estaban esperando. Una experiencia humillante, que se podría haber evitado con agilidad y buen trato, y que solo ha perjudicado la autoestima de nuestro hijo, haciéndole notar que es diferente al resto de niños que estaban en la cola y con los que había estado interaccionando durante aquella hora de espera (y todas las otras que llevábamos hechas). Y que además por ser “diferente” no podía entrar por el lado por donde habíamos entrado todos juntos.

Por supuesto que hicimos una queja formal a la Dirección (ya sabemos que si no se escribe no ha ocurrido), y que entonces sí nos quisieron atender como persones adultas con todas nuestras capacidades “aparentes” y que se disculparon, aunque sin querer saber quién ni por qué ocurrió lo que ocurrió.

Entonces nos hicieron la tarjeta para personas con discapacidad y tres acompañantes (¡Uaau!, 3, ¡gracias!) y la experiencia en el parque cambió. Ya no hacíamos colas pero ya no nos relacionábamos con nadie más, no había mucho tiempo de espera así que ni con las personas con discapacidad había interacción, entrábamos por la salida de las atracciones y yo diría que ni se nos veía desde el lado de los “normales” (creando la apariencia de un mundo perfecto, mágico, de princesas y héroes sin dificultades visibles), y claro está, si recordáis éramos siete pero con el pase “obligatorio” teníamos que dividirnos en tres y cuatro cada vez.

En definitiva, a pesar de que repitamos y repitamos y repitamos la riqueza de la diversidad, todavía hay personas y estructuras que de esta hacen un problema y castigan a los niños “diferentes” y a sus padres con la excusa, en este caso, de no haber estado informados de la obligación (no del derecho) de tener el pase de discapacidad para ir por el parque Disneyland Paris. Y en otros casos se decide dedicar menos recursos públicos para la escuela inclusiva, como si fuera una cuestión individual y no colectiva, pero este será otro escrito.

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