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¡Es la plusvalía, estúpido!

José Mansilla

Miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU) —

Vaya por delante que el presente artículo no pretende insultar ni difamar a nadie. Y que, por si a estas alturas todavía alguien no lo sabe, el título del mismo no es de mi invención, sino que está tomado de la campaña electoral que, en el año 1992, enfrentó a George Bush padre contra Bill Clinton en la carrera por la Presidencia norteamericana. A lo largo de la misma, Clinton logró darle la vuelta a unas elecciones, que en principio parecía tener perdidas, centrando sus intervenciones, además de en la situación económica general del país, en la posibilidad de cambio tras los tres periodos de gobierno republicanos de Ronald Reagan y Bush, así como en la necesidad de reformar y mejorar el acceso a la salud de los estadounidenses.

Sin embargo, este texto no va de elecciones norteamericanas ni de campañas electorales, sino de ciertos discursos que buscan hacerse un hueco en el debate público y que, como el Guadiana, vuelven a aparecer cada cierto tiempo. Me estoy refiriendo a aquellos relativos a los problemas ocasionados por los agresivos procesos de turistificación que viven muchas ciudades a lo largo y ancho del Estado español y que cuentan con Barcelona como caso paradigmático.

Cuando hace dos años, la foto de unos turistas desnudos entrando en una tienda de la Barceloneta dio la vuelta al mundo mostrando la realidad cotidiana con la que vivían los vecinos y vecinas de ese popular barrio, ya hubo intentos de atajar el problema centrando la atención sobre la falta de civismo y de respeto que mostraban algunos de los visitantes de la ciudad y en la posibilidad de fomentar la convivencia y la tolerancia entre estos y los residentes. Así, determinados medios de comunicación se apresuraron en señalar los efectos, más que las causas, de la situación, algo que, de forma evidente, pararía por atajar el denominado turismo de borrachera, controlar los numerosos incidentes que se producían en las calles o disminuir el ruido nocturno que impedía el correcto descanso del vecindario, entre otras cuestiones. Y aunque también reconocían las consecuencias del elevado número de pisos dedicados ilegalmente a alojar turistas, este factor era tratado con gran superficialidad y quedaba restringido al ámbito de la Barceloneta. Afortunadamente, las manifestaciones y actos de protesta que se llevaron a cabo desde este mismo emplazamiento, y que posteriormente se han ampliado al resto de la ciudad, contribuyeron a poner en evidencia tal falacia y reclamaron a las instancias municipales medidas contundentes que contribuyeran a poner freno a la situación. La llegada al poder de Barcelona en comú en las elecciones del año siguiente no es ajena a tal circunstancia, como tampoco lo es el hecho de que esta fuerza política tenga entre sus prioridades la aprobación de un Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT) que ya se retrasa demasiado.

Estos días somos testigos de otro intento de centrar el debate en torno a los supuestos problemas ocasionados por la falta de civismo que muestran los turistas que se alojan, en esta ocasión, en apartamentos alquilados a través de la plataforma Airbnb. Más de dos docenas de propietarios de viviendas de la ciudad han emprendido una campaña con la intención de sabotear el sistema implementado por el ayuntamiento de cara a recoger denuncias sobre apartamentos turísticos que funcionan de forma irregular. De nuevo la falta de civismo, andar sin camiseta, el ruido o la celebración de fiestas son los motivos empleados para rechazar tal sistema, esgrimiendo que se trata de conflictos puntuales que ponen en peligro las hipotéticas bondades que aporta a los propietarios la citada plataforma online de economía colaborativa.

Los beneficios de un debate en torno al civismo son evidentes, pues las autoridades e instituciones suelen responder elaborando o endureciendo normativas de control y regulación del comportamiento en el espacio urbano -ordenanzas cívicas, leyes anti-botellón, etc.-, y desviando la mirada sobre el problema real, esto es, el constante avance hacia la conversión total de las ciudades en mercancías y, en este caso, en la transformación del papel social de la vivienda en un elemento más del proceso de acumulación del capital. Porque es la plusvalía, no el civismo, lo que aquí está en juego. La conversión de las ciudades en parques temáticos no solo utiliza a los vecinos y vecinas como extras de un paisaje urbano a explotar, sino que acaba por imposibilitar el desarrollo mismo de la vida urbana. Es la búsqueda de la maximización de las rentas monopolísticas lo que lleva a los propietarios de fincas urbanas a ponerlas al servicio, regular o irregular, de la industria turística, excluyendo a unas clases sociales depauperadas que se ven incapaces de afrontar el pago de las mismas. Y si no, que se lo digan a los venecianos, cuya ciudad, visitada cada año por más de 24 millones de turistas, pierde anualmente más de 1.000 habitantes. Es, por tanto, la posibilidad de extracción de plusvalías la que contribuye a agrandar el problema y no encontrarse turistas sin camiseta en los ascensores de nuestros edificios.

Para finalizar, y volviendo a las elecciones norteamericanas de 1992, el resultado es de sobras conocido: Clinton ganó, pero ni cambió nada ni el sistema de salud mejoró en absoluto. Eso sí, a lo largo de sus años al frente de la Casa Blanca vivimos el auge de internet y el estallido de las gran burbuja de las puntocom. Hace bien el Ajuntament de Barcelona en comú en reclamar insistentemente, a los poderes con competencia sobre ello, una regulación del alquiler, aunque no debe ni dejarse chantajear ni olvidar otras medidas, como las ya emprendidas de ampliación del parque de viviendas públicas, si quiere ser verdaderamente algo más que un cambio de siglas al mando del poder municipal y no dejar de ser una fuerza política con el apoyo de las clases populares.

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