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La sorprendente negativa a los Acuerdos de Paz en Colombia

David Llistar

Quién lo iba a decir. Después de 52 años de guerra y violencia insoportable entre las FARC, el ELN, el Estado colombiano y los paramilitares, con las FARC dispuestas a dejar las armas y la selva, y el Gobierno ofrecerles garantías en Colombia... ¿Cómo puede ser que tanta población no votara (un 61% del censo)? Y del 39% que sí lo hizo, el 50,5% votó en contra de los acuerdos. Impensable horas antes.

Medellín ha sido la ‘capital del no’. ¿Por qué el no? Justo estos días estuvimos en Medellín en misión técnica en representación del Ayuntamiento de Barcelona, para actualizar los diversos proyectos de cooperación entre ambas ciudades, basadas en el acompañamiento técnico entre ayuntamientos y el apoyo vía ONG. Es una de las metrópolis de mundo con la que Barcelona mantiene una relación más estrecha. Medellín es la capital más dinámica de Colombia, a la vez que una de las urbes más desiguales y más violentas de América Latina. Medellín son tres medellines, tres planetas diferentes de un mismo sistema, cada uno con su órbita: los ricos y muy ricos, los muy pobres, y la clase media. La violencia, seguramente fruto de esta insoportable desigualdad pero también obviamente del martillo corrompido de la droga, y de la violencia armada, causaba en los años 90 cerca de 7000 muertes violentas al año en una ciudad del tamaño de Barcelona. Este año la violencia ha disminuido, disipando la sensación de guerra. Pero se mantenía espantosa en óptica europea, con 1.700 homicidios durante 2015: cerca de 5 asesinados o desaparecidos al día.

La guerra empezó con la represión del gobierno colombiano de unos primeros “campesinos comunistas” que se levantaron ante la extorsión latifundista y ante un Estado dominado por el bipartidismo liberal-conservador. Lo que llamaríamos resistir a la élite extractiva. Las FARC nacieron de esta revuelta y de la represión que sufrieron aquellos campesinos. Buscaban una reforma agraria. El movimiento militar y el conflicto escalaron a lo largo de los años y se expandió por el territorio colombiano. Las FARC actuales tienen poco que ver con aquel levantamiento armado, pese a que la propiedad de la tierra se mantiene apenas intacta, dominada por latifundistas como el expresidente Uribe y su esposa. Mientras guerreaba contra paramilitares y ejército, con el apoyo de EEUU, bajo una misión revolucionaria, esta guerrilla mataba, atemorizaba a gente, principalmente la de pequeñas comunidades rurales, producía y traficaba con droga, y secuestraba a ricos y a pobres para conseguir divisas y reforzarse militarmente.

La guerra, las FARC, las Autodefensas, la represión ilegítima del Estado con actuaciones como la de los falsos positivos (durante el mandato de Uribe y mientras Santos era su ministro de defensa), se habían de parar; debían terminar por el bien de todo el país. Después de varios intentos durante los 52 años de guerra escalofriante (con más de 250 mil personas asesinadas/desaparecidas), parecía que las FARC y el Estado accedían a firmar la paz. Por fin. Lo hacían a través de una larga negociación liderada por el presidente Santos y por el líder de las FARC, alias Timoshenko, y con la mediación internacional de Cuba y Noruega principalmente. Las encuestas apuntaban a un triunfo del sí por una mayoría de dos tercios. Los principales medios desplegaban toda su potencia por esta opción. Timoshenko había pedido perdón a las víctimas de las FARC. Todo indicaba que la gente votaría sí para dar paso a una nueva Colombia en paz, próspera y segura. ¿Por qué los colombianos votaron finalmente poco, y en contra de aquellos acuerdos?

Hay explicaciones que surgen a pesar de la poca perspectiva. Algunas las pude contrastar personalmente estando en el país durante aquellos días. Los seis millones y pico de votantes del no, representaban principalmente un voto urbano, de mayor edad, afín al partido de Uribe (Centro Democrático) y al Partido Conservador, y concentrado en Antioquia y en su capital Medellín (feudo del uribismo). Me encontraba, pues, en medio del ‘no’.

Las primeras dos posibles causas: primero, muchos votantes se tomaron el plebiscito como una capitulación injusta en la cual se bonificaba a los miembros de las FARC. Y segundo, a estos votantes el ‘sí’ les parecía una ratificación de Santos, un personaje con una aceptación decadente, e impopular entre el 20-30% de la opinión pública colombiana (salvo el Caribe). Los acuerdos de paz implicaban la derrota de los objetivos de las FARC, pero evitaban su humillación. Trataban de disuadir el miedo de los guerrilleros a empezar una vida “civil” en la ciudad, en un ambiente hostil y sin recursos. Los acuerdos postulaban por ejemplo la amnistía para los combatientes rasos, les asignaban una renta de 300 dólares, les garantizaban seguridad, y reservaban cinco escaños en el parlamento para el partido que naciera de las FARC. Todo ello mientras las víctimas no están recibiendo apenas apoyo económico en concepto de reparación de sus vidas, ni restitución de tierras, ni apoyo a la identificación de sus desaparecidos. Las víctimas de clase urbana, muchas de ellas de los estratos socioeconómicos más bajos, también votaron ‘no’, como comprobé en la Comuna 13, donde la colaboración de Medellín y Barcelona ha contribuido a dar a luz un nuevo barrio de unos 40.000 habitantes, Moravia, donde antes hubo un vertedero humeante lleno de barracas. Las víctimas del conflicto colombiano (más de 8 millones) son muy diversas, y ciertamente han votado diferente según el eje campo/ciudad.

Por tanto, en clave territorial conviene señalar la divergencia en torno a este eje. Las FARC nacieron del conflicto por la tierra fértil no por el asfalto. Y es en las poblaciones rurales donde están más implantadas, y sobre las que ha caído el gran peso de la guerra. Son las mismas comunidades que paradójicamente votaron más por el sí. Posiblemente para poner fin a más dolor y la falta de futuro. Sirva como ilustración: el icono de una de las masacres más cruentas acometidas por las FARC, la comunidad afrodescendiente de Bojayá, votó en un 96% de su censo por el sí. Mientras tanto en la gran ciudad de Bogotá ganaba ligeramente el sí, y en Medellín arrasó el no con una proporción de dos a uno. Es decir, la gente más afectada por la guerra, la del mundo rural, se inclinó mayoritariamente por el sí, mientras la población urbana (con la paz instalada de facto en las ciudades durante los últimos años) votó dividida inclinándose por el no, con una postura más cercana a aplastar las FARC sin perdón, en lugar de hacer tabla rasa y pensar en el futuro.

Una vez asimilado el fiasco del referéndum y la derrota de Santos, lo que también parece claro es que la desmovilización de las FARC ha venido para quedarse, como anunciaba poco después el propio Timoshenko. Lo que ha quedado perturbada es la correlación de fuerzas entre el expresidente Uribe, y su sucesor Santos. A pesar del apoyo externo que ha supuesto para este último el premio Nobel de la Paz. Polémico si se quiere. Un premio que en procesos de paz similares solía otorgarse en tándem (en este caso tocaría Santos-Timoshenko), pero que la academia sueca ha preferido conceder sólo a Santos, ante una opinión pública que rechazaría un reconocimiento a las FARC. Las instituciones como la Unión Europea irán saliendo del estado de shock y resituándose. También actores colombianos como Uribe que tampoco lo esperaban. Es probable que políticamente se impongan condiciones más duras hacia las FARC, hasta el límite que se crea que estas pueden soportar. Que haya momentos tensos de violencia en un sentido y en otro, pasos adelante y atrás. Que el proceso se alargue más de lo necesario. Habrá que apoyarlo, y desde la ciudad de Barcelona lo haremos, y seguro que desde muchas otras ciudades europeas. Sobre todo intentando dirigir los esfuerzos hacia las raíces de la violencia, que en mayor parte son las desigualdades. Libraremos estos esfuerzos desde la convicción de que lo mejor para nuestros hermanos y hermanas colombianas es la paz y un escenario progresivo de justicia transicional. Esperamos que se consiga.

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