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Pol Galofre: “No soy el primer hombre que se queda embarazado y como sociedad tenemos que entenderlo”

Pol Galofre, embarazado de ocho meses, en un parque en Badalona

Pau Rodríguez

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“No soy el primer hombre o persona masculina que se queda embarazado”. Pol Galofre, badalonés de 33 años, luce una barriga de ocho meses y habla con la ilusión de quien está a punto de adentrarse en la aventura de la crianza. Este joven trans siempre tuvo claro que quería gestar, explica, y cuando se quedó preñado decidió anunciarlo a los cuatro vientos. “Como sociedad tenemos que empezar a entender que esta es una realidad”, defiende. 

Galofre, sonidista de profesión y actualmente dinamizador en el Centro LGTBI de Barcelona, reivindica como un “acto político” el haber hecho público su embarazo. Quiere poner en la agenda los derechos reproductivos de las personas trans, y de todas aquellas identidades que no encajan en las categorías masculina o femenina. Pero a la vez habla con la tranquilidad de quien no necesita convencer a nadie para culminar un embarazo que hasta ahora ha sido feliz.

En una charla en el parque La Bòbila de Badalona, a pocos minutos del Hospital Germans Trias i Pujol donde tiene previsto dar a luz, Galofre se considera “afortunado”. En ocho meses de gestación asegura no haber tenido “problemas graves” por el hecho de ser un hombre. “Es obvio que en Twitter hay gente que insulta, pero esto simplemente no lo miro. Solo una señora me ha dicho a la cara que yo soy una mujer por estar embarazado”.

A nivel sanitario tampoco le han puesto pegas. La existencia en Catalunya del Servei Trànsit, de atención a la salud de las personas trans, le han facilitado las cosas. Su ginecóloga es Rosa Almirall, fundadora de este programa. Esto hace que sus interacciones en las visitas médicas sean con sanitarios “a los que ella ya ha comido la oreja antes”, ríe. “Me dan una sensación de protección que ojalá tuviera todo el mundo”. 

Galofre sabe que no es tan sencillo para todos los hombres trans. A su favor ha jugado también el hecho de no haberse cambiado la mención de sexo en el DNI, donde sigue constando como mujer. “Los hombres trans que constan como tales legalmente pueden tener más problemas porque el sistema no les permite ser derivados a ginecología”, expone. Es lo que le ocurrió en 2016 al joven activista madrileño Rubén Castro, el primero que dio la batalla para poder congelarse los óvulos por la Seguridad Social, algo que por ley ya estaba reconocido. 

El reconocimiento administrativo es fundamental para que todos aquellos hombres trans que desean quedarse embarazados puedan hacerlo, pero no es suficiente. Para Galofre, son también importantes los referentes. “Yo he tenido la grandísima suerte de conocer a hombres embarazados”, comenta. Es una “realidad palpable” en cuanto que existe, razona, pero a la vez lamenta que no forma parte del “imaginario” del colectivo trans.

Durante años, el relato más extendido de la realidad trans la ha reducido prácticamente al llamado “cambio de sexo”, a un camino cerrado que concluye cuando la persona completa físicamente el proceso de pasar de un cuerpo considerado de hombre a mujer –o viceversa– y que incluye casi siempre hormonaciones y operaciones. En el caso de los hombres trans, muchos se someten a la mastectomía –extraer el tejido mamario– y algunos a una histerectomía –la extirpación del útero–.

Galofre, como cada vez más personas dentro del colectivo trans, defienden que el tránsito no siempre tiene que ser un proceso “de A a B”. Él lo tuvo claro desde que decidió emprenderlo a los 18 años. “Yo no creo que la letra f o la m me representen del todo. Si he de escoger… Diría que ocupo un espacio de tránsito. Tengo claro que no soy mujer, y que estoy en el mundo como masculino, pero tampoco estoy seguro de que es ser o sentirse hombre”, razona. 

Romper el binarismo de género, en definitiva, es algo que dentro del feminismo y los colectivos trans se viene debatiendo desde hace años. Igual que hay mujeres con pene “hay hombres que menstrúan, que tienen coño y que están embarazados”, reivindica. Un proceso “tan significado en lo femenino” –el que más, probablemente–, llevado a cabo por un chico. “El género es la base sobre la que asentamos muchas cosas, y cuando esto se tambalea, se tambalea el suelo que pisas. Yo entiendo que haya mucha gente a la que le pueda costar entenderlo, pero estar embarazado no me convierte en una mujer”, resume.

En un colectivo, el trans, donde la relación con el cuerpo de nacimiento suele ser conflictiva, Galofre defiende que no en todos los casos tiene por que ser así. “Mi cuerpo es un cuerpo que funciona, que me lleva de un sitio a otro, me cuida, me permite estar vivo y me da inmensos placeres. Y ahora hace esta maravilla de estar creando a una persona”. ¿Por qué iba a renunciar a ello? se pregunta.

A pocos días de dar a luz, Galofre se ha pedido la baja y se va tomando la vida con más calma. La habitación ya está pintada y las estanterías llenas de algunos cuentos. En cuanto a la ropa, se ríe, sabe que se van a tener que lidiar con el dilema del azul y el rosa. “Por suerte, mi pareja [la escritora y traductora Bel Olid] ha aprendido a coser durante el confinamiento”, celebra. O con la clásica pregunta de si es niño o niña. “Nos la han hecho alguna vez, claro. De momento contestamos que no lo sabemos porque todavía no habla”, remata. 

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