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El giro a la izquierda de la política catalana arrincona a Convergència

El expresidente catalán y líder de CDC, Artur Mas, en el Consell Nacional de los convergentes

Arturo Puente

A Convergència se le amontonan los problemas. Si en el partido tradicional del nacionalismo catalán alguien se consolaba pensando que las malas perspectivas electorales podrían circunscribirse a las generales, todas las alarmas se encendieron este jueves con la publicación de la demoledora encuesta del GESOP en El Periódico de Catalunya. Según los pronósticos de la empresa demoscópica, el partido mayoritario en el Govern catalán caería al cuarto lugar en intención de voto al Parlament y compitiendo por el segundo lugar a 20-21 escaños con Ciutadans.

El hemiciclo que describe el GESOP es la fotografía fija de un escenario catalán que lleva en desarrollo varios años con casi solo dos pautas: la conversión del nacionalismo catalán en independentismo, que a estas alturas parece haberse completado, y el crecimiento de la izquierda en los márgenes del PSC, que no toca techo.

La pujanza de las izquierdas es una tendencia que se repite en las elecciones al menos desde 2014, cuando ERC ganó las elecciones europeas, quedando a penas dos puntos por delante de CiU. Desde entonces se han producido tres comicios más, municipales, al Parlament y generales. En todas ellas el equilibrio tradicional de la política catalana ha sido sacudido por las formaciones de izquierdas, representadas por ERC, por las confluencias de En Comú, Podemos e ICV-EUiA, por la CUP, o por combinaciones de estas.

Este giro del electorado hacia la izquierda ha llevado a Convergència a encadenar récords de malos resultados en todas las elecciones. En las pasadas municipales, CiU obtuvo un 21,5% del total de voto, un porcentaje que los convergentes no veían desde 1977. En las elecciones al Parlament del pasado 27 de septiembre la unión de varios partidos independentistas en la candidatura de Junts pel Sí, principalmente ERC, permitió disimular la crisis electoral de CDC aunque, con todo, los convergentes consiguieron meter unos 30 diputados en el Parlament, una de las cifras más bajas de la historia. En las generales del 20D, la marca de Convergència, DiL, volvió a cosechar sus peores frutos en décadas.

La refundación de CDC –o el impulso de una nueva fuerza si las bases aceptan lo que defienden sus máximos líderes– deberá llevarse a cabo en un momento en el que la formación ha quedado arrinconada entre los pujantes bloques de ERC y En Comú. Desde el partido de Artur Mas se continúa apostando por un pacto estable con ERC para formar un gran partido independentista, a imagen del Scottish National Party, pero la fuerza de Convergència en una negociación con los republicanos se desploma según pasa el tiempo.

El propio Mas ha mostrado sus deseos de que una coalición similar a Junts pel Sí se repita hasta que Catalunya sea independiente, algo que Esquerra rechaza. Mientras los planes de Mas no se cumplen, las diferentes corrientes Convergència debaten sobre el posicionamiento que debe tener el nuevo partido, que para algunos debe ser una fuerza de centro-derecha, ocupando todo el espacio independentista en estas coordenadas, mientras que para otros debe situarse en un centro amplio que ahora es disputado por ERC. Con estas opciones, sondeos como el del GESOP apuntan a que ninguna de las dos vías garantizan el fin de la sangría de CDC, pues mientras que el espacio derechista se achica, ERC ha ganado el centro.

Por si esto fuera poco, la evolución de los convergentes se asemeja a la de su histórico rival, el PSC, que en las últimas citas electorales ha dejado de caer con la fuerza del ciclo 2010-2014 pero que se mantiene desde entonces en el ese suelo, sin ser capaz de remontar. En el caso del PSC, la mala noticia es la aparición del heterogéneo mundo de En Comú/Podemos y, en menor medida, de Ciutadans. Los primeros le han robado algunos de sus bastiones principales, como es buena parte del poder local en el Área Metropolitana y ser la fuerza catalana más votada en el Congreso.

El escenario tradicional catalán, dominado por CiU y PSC, se transforma apuntando hacia un recambio en los espacios de aquellos por ERC y En Comú. Habría, sin embargo, una diferencia capital respecto a la etapa de equilibrio “sociovergente”: la fragmentación. El nuevo espectro político catalán está poblado por siete fuerzas, de peso no tan alejado, por lo que los gobiernos monocolor son una realidad que se aleja. Si la evolución observada hasta ahora se consolida, los partidos en crecimiento pueden verse en la situación de que pactar con las fuerzas a las que sustituyen no sea suficiente para formar gobierno, como ha pasado en las últimas elecciones en España.

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