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Un siglo del asesinato patronal de 'El Noi del Sucre', el sindicalista anarquista eclipsado por su leyenda

Salvador Seguí, 'El Noi del Sucre', en Madrid en 1919. Es el que sujeta el maletín en medio de la escena

Pau Rodríguez

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El 19 de diciembre de 1919, la plaza de toros de Las Arenas de Barcelona era un hervidero de 20.000 obreros que se oponían al fin de la histórica huelga general de La Canadiense. Solo Salvador Seguí Rubinat, el secretario general de la CNT recién salido de la cárcel, supo apaciguar a las masas y convencerlas de que debían aceptar la victoria y prepararse para el siguiente envite. Acababan de lograr, entre otras reivindicaciones, la jornada laboral de ocho horas. 

Aquel despliegue de oratoria y ascendencia frente a las masas de trabajadores, elogiado incluso por figuras conservadoras como Eugeni d’Ors, sirve para comprender la figura legendaria en que se convirtió el líder anarcosindicalista al que todo el mundo conocía como El Noi del Sucre. El otro episodio clave fue el de su asesinato el 10 de marzo de 1923, del que se cumplen ahora cien años. En plena guerra social entre patronal y sindicatos anarquistas en Barcelona, que dejó casi 400 muertos –la mayoría, obreros–, Seguí fue tiroteado junto a su compañero Francesc Comas Peronas en el barrio del Raval. 

Su asesinato paralizó la ciudad durante una semana. A sus 35 años, este pintor de paredes nacido en Tornabous, Lleida, era el carismático líder de una todopoderosa CNT con cerca de 800.000 afiliados –solo por comparar, la UGT tenía 240.000 en toda España–. Su entierro fue a escondidas, para evitar disturbios, pero esto no impidió que el de Paronas fuera masivo para despedir también a El Noi del Sucre.

“Su papel en la huelga de La Canadiense y su asesinato lo convierten en un mito, lo que a veces dificulta valorar el personaje histórico en toda su dimensión”, reflexiona el historiador y profesor Xavier Díez. Sus gestas más conocidas y su trágico final, apuntan quienes han indagado en su trayectoria, han eclipsado su faceta menos conocida de teórico del anarquismo y el sindicalismo. No ha ayudado tampoco que la historiografía oficial y las políticas de memoria histórica hayan tendido a “marginar” al anarcosindicalismo, dice Díez. “Le falta una gran biografía”, coincide el profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y exdiputado Xavier Domènech.

Nacido en 1887, El Noi del Sucre creció en la agitada Barcelona de principios del XX, formado a caballo entre los ateneos libertarios y sindicalistas y las barricadas de huelgas revolucionarias como la de 1902 y la Semana Trágica. Su carisma creció en un tiempo en que se premiaba el coraje para enfrentarse a la policía, pero también la habilidad oratoria en tertulias como la del Café Español del Paralelo. A los 30 años, en 1918, fue escogido secretario general de la CNT en la Asamblea de Sants, en una cúpula con otras jóvenes figuras como Ángel Pestaña o Joan Peiró. Luego vendría La Canadiense, su antagonismo con la burguesa Lliga Regionalista, varias etapas entre rejas y una gira de conferencias por toda España en 1922, antes de ser asesinado.

De revolucionario a estratega

Sobre la más desconocida faceta de Seguí como teórico, Domènech afirma: “El Noi del Sucre es un sindicalista, no un intelectual ni un escritor, y esto obliga a recopilar sus artículos e intervenciones sin que haya un archivo que lo facilite”. Pero dos libros lo han intentado recientemente: El pensament polític de Salvador Seguí (Virus Editorial), de Díez, y El colós de l’anarquisme (Lo Diable Gros), de Jordi Martí Font. 

Ambas publicaciones, sirven para comprender que Seguí, además de ser un hombre de acción, contribuyó decisivamente a los fundamentos del anarcosindicalismo, un movimiento que fue hegemónico entre la clase obrera catalana a principios del siglo XX, a diferencia de la mayoría de países europeos. Pese al aura revolucionaria que rodea a Seguí, en una violenta Barcelona apodada como La rosa de fuego, fue alguien que evolucionó hacia el pragmatismo. Abogó por la unidad sindical, por el sindicato como herramienta para reemplazar el Estado y por tejer alianzas con clases profesionales y campesinas.

“No vamos a asaltar Roma, como los bárbaros, sino a invadir las posiciones de la burguesía para irlos sustituyendo en ellas”, dejó escrito meses antes de morir, después de pasar año y medio encerrado en la cárcel menorquina de La Mola. “Él apuesta por la evolución y no la revolución. Para empoderarse, la clase obrera necesita ser lo suficientemente madura, y esa voluntad de construcción requiere calma, no agitación constante. Usar el sindicato como un ensayo para el futuro de la sociedad”, apunta Díez.

“Seguí es un dirigente obrero que piensa en términos estratégicos muy amplios”, abunda Domènech. En plena reacción conservadora posterior a la Primera Guerra Mundial, con la patronal catalana tratando de hacerse con el control de las calles mediante la violencia y el uso de fuerzas paramilitares, El Noi del Sucre buscó alianzas con la UGT, con los campesinos (los rabassaires de su amigo Lluís Companys) o con luchas por rebajas en el precio de los alquileres o de los alimentos. “Entiende que para cambiar la sociedad necesita la complicidad de todos aquellos que la hacen funcionar”, añade Díez.

Entre otras de sus aportaciones, está también la defensa del sindicato como espacio de formación. Seguí tenía mucha sintonía con la Escuela Moderna que fundó el pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia, ejecutado como chivo expiatorio por los hechos de la Semana Trágica.

Del apodo al entierro

Sin más fuentes documentales que sus artículos en prensa y sus conferencias, así como los testimonios orales de la época, lo cierto es que hay otros episodios de su vida que también han alimentado el mito. Empezando por su apodo, El Noi del Sucre, que tendría su origen en que se comía los terrones de azúcar de los cafés que servía cuando trabajaba de camarero. Pero hay otros: por haber trabajado en una fábrica de azúcar, por su precocidad al entrar en las reuniones obreras… Incluso él se reía de ello en las entrevistas: “¡Hombre! Es porque de tan dulce que soy atraigo a las moscas”. Esto último aparece en la biografía de Manuel Cruells de 1974.

De sus inicios en la actividad sindical, se ha escrito que participó en un grupo radical llamado Els fills de puta (“Los hijos de puta”) y su primer texto publicado que recoge El colós de l’anarquisme es ya una polémica. Se trata de una petición de rectificación de 1907 al diario El Progreso, del Partido Radical de Alejandro Lerroux, que aseguraba que Seguí tenía vínculos con terroristas. Ante la negativa a enmendarse, un Seguí de 20 años se planta en un mitin de Lerroux en Barcelona, pide sin éxito la palabra y todo acaba en una monumental trifulca con un asistente muerto por una bala perdida. 

Por último, su asesinato, nunca esclarecido pero siempre atribuido al Sindicato Libre de la patronal, es también una fuente de imprecisiones, alimentadas también por novelas como Escuela de Rebeldía, de 1923, atribuida originalmente al propio Seguí pero de autoría bastante cuestionada. O Apóstoles y asesinos, de Antonio Soler, en 2016. Se dijo que justo antes de ser asesinado había quedado con Lluís Companys en Plaça Universitat, o que un día antes había desafiado a pecho descubierto a unos pistoleros frente a su casa en el Eixample de Barcelona. 

Sobre el trágico final, un testimonio valioso fue el de su viuda, Teresa Muntaner, a la que el periodista Josep Maria Huertas Claveria entrevistó desde el exilio en Francia, en 1973, para la revista Triunfo. La anciana confirmó el suceso de la vigilia. Al salir del Teatro Cómico de Barcelona, en un acto para los presos políticos, sus compañeros –como Pestaña– quisieron acompañarle, pero él se negó. Al llegar en taxi a casa, un coche les había seguido. “Seguí salió [del taxi], no llevaba revólver ni nada, y se les acercó con las manos cruzadas y dijo: ‘Si tenéis valor, disparad’”. Pero no lo hicieron.

Al día siguiente, Muntaner, que en aquel momento estaba embarazada, asegura que Seguí estaba pintando un piso de Companys. “Me dijo que no le esperase para comer, pero sí para cenar, que tenía mucho sueño”, relató. “Pero no vino”. Ella se enteró del atentado por los vecinos. “Lo hicieron el Sindicato Libre pagado por la patronal, que les decía ‘tienes que matar a este hombre y a este otro’...”. Y proseguía en la entrevista: “Lo llevaron al Hospital Clínic y la gente quería asaltar el hospital. En un momento de despiste, lo sacaron a escondidas y lo enterraron para que no hubiese manifestaciones”. Fue en el Cementerio de Montjuïc, donde hoy tiene una lápida.

El sindicalista más influyente

“Resulta difícil encontrar a un dirigente sindical de su potencia y de su influencia. Él y toda su generación en la CNT”, resume Domènech. De la misma forma, no es fácil encontrar algo parecido en Europa a la capacidad de movilización de que gozó el anarcosindicalismo en España y especialmente en Barcelona. “[El historiador catalán] Vicens Vives, cuando se preguntaba por qué en Catalunya echó tantas raíces el anarquismo, llegó a la conclusión de que fue por culpa de la miopía de la burguesía. En otros países se canalizó institucionalmente la participación de los sindicatos”, aduce Díez. En Catalunya, lo que buscó la clase dirigente y la Lliga Regionalista en particular fue tomar el control de la calle con grupos paramilitares.

Debido a su muerte prematura y a los contactos que estableció con distintas orientaciones políticas –aunque siempre se negó a entrar en ningún partido–, Seguí ha sido reivindicado desde entonces por muchas tradiciones. Seis meses después de su asesinato llegó el golpe de Estado de Primo de Rivera. La CNT no volvería a alcanzar cotas parecidas de poder hasta la Guerra Civil. Desde entonces, El Noi del Sucre ha sido reivindicado por entornos como el del PSUC, ERC o legítimamente por el sindicalismo anarquista. 

“Hay varios Seguís. El sindicalista, el revolucionario, el frentepopulista… Existe la tentación de atribuirle muchas cosas. Pero merece la pena reivindicar su figura por sí misma”, resume Domènech. “Hay que leerlo por su propuesta de mejorar la sociedad que consiste en el empoderamiento de la clase trabajadora, por su apuesta por una cierta alianza de las clases medias y por sobreponerse a un Estado español de élites extractivas”, añade Díez.

O, como afirmó su compañero cenetista Josep Viadiu: “Desde luego, no vamos a hacer piruetas alrededor del cadáver de Seguí. Por respeto a él y a nosotros mismos [...]. No nos cabe profetizar cómo pensaría hoy ni cómo juzgaría el momento actual”.

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