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¿Y si además de feminizar, despatriarcalizamos la política?

Lourdes Benería / Sonia Ruiz / Noelia Bail

Profesora Emérita de Universidad de Cornell / Doctora en ciencias políticas y activista feminista / Secretaria de Feminismos de Podem Catalunya y activista feminista —

La política está dominada por la cultura de la masculinidad, en palabras de Joni Lovenduski. Tanto la vida cotidiana como los procesos de la administración pública, y los espacios de representación y participación no son neutros respecto al género, reproducen estereotipos y dan cabida a múltiples formas de dominación/subordinación y violencias.

Aquí nos referimos específicamente a la nueva política que, a pesar de su carácter ciudadanista y por su interés por las cuestiones de género, no está haciendo esfuerzos para “despatriarcalizar”, eliminar o cambiar los discursos, normas y dinámicas que alimentan las desigualdades de género. Con este artículo queremos contribuir a los debates actuales en torno a la feminización de la política y profundizar en aspectos señalados por mujeres como Carmen Castro, entre otras.

La política formal, la de las instituciones y los partidos políticos, presenta una subestimación de lo que pueden aportar las mujeres y una sobrerepresentación masculina. Los discursos de esta política demasiado a menudo no tienen presente temas que sitúan en el centro a las personas y la vida cotidiana, que siempre han estado en las raíces de las vindicaciones feministas.

Además, la forma de hacer política como las asambleas reproduce privilegios masculinos y maneras de hacer patriarcales, como la toma de palabras, obstáculos para la plena participación de las mujeres y para su empoderamiento individual y colectivo.

Queremos que más mujeres participen en la política pero también pensamos en garantizar nuevas formas de hacer que permitan la participación directa, incluyan demandas hasta ahora no legitimadas como políticas, incorporen dinámicas que rechacen las dominaciones machistas, trabajen por espacios sin discriminaciones hacia todas las personas y no ignoren cómo las desigualdades de género se reproducen a muchos niveles.

Entendemos que tanto la feminización de la política como su despatriarcalización son claves para alcanzar estos retos. Ambas deben conjugarse para no caer en visiones esencialistas, binarias y estereotipadas del género, por el hecho de ser mujer u hombre. El género es un concepto en construcción, cambiante y flexible, y los valores que se van construyendo no deben ser adjudicados de forma determinista al sexo de las personas.

Nuestra visión del género debe ser útil para incorporar a todos y todas en la participación política, la toma de decisiones y la construcción de la sociedad que queremos. Además debe ligarse siempre a las experiencias múltiples de mujeres y hombres, integrando las desigualdades con sus raíces de clase, etnia, identidad y orientación sexual, ciclos de vida o diversidades funcionales. También poniendo de manifiesto la vertiente estructural de éstas intersecciones.

Es decir, la política feminista pasa también por remover los sistemas de opresión donde se encuentra inserida la política de hoy en día: el heteropatriarcado, el racismo, insostenibilidad ambiental, y la tremenda desigualdad y pobreza económica fruto del neoliberalismo.

En cuanto a la feminización, debemos tener cuidado para no caer en determinismos biológicos y pensar que la sociedad constituye un fiel reflejo de la biología, otorgando a las mujeres conductas universales a todas las personas para legitimar discriminaciones y exclusiones. Por ejemplo, cuando se habla de la ética del cuidado.

Feminizar significa incrementar el número de mujeres en la participación política formal, y de los hombres que no han tenido cabida en el modelo de masculinidad prevalente. Significa incorporar aquellas en las que el binarismo de género impide su existencia plena, como las personas trans. Y es que la acción positiva, la paridad o cuotas son imprescindibles, pero no suficientes.

Por lo tanto, tenemos que ir un paso más allá del incremento de la participación femenina o los liderazgos femeninos, y despatriarcalizar la política. Que las mujeres no hayan sido visibilizadas en la política formal tiene muchas explicaciones y consecuencias. Pero sobre todo no quiere decir que no hayan hecho política. La acción política de las mujeres viene de largo y sitúa en el centro problemas de la vida de todas las personas que requieren de una actuación conjunta de la sociedad.

Además, también han tratado temáticas que siempre se han entendido dentro de la política convencional: globalización, economía, pobreza, vivienda, educación o cultura. Las luchas feministas han logrado introducir en la agenda política cuestiones sociales como el cuidado, el trabajo doméstico, la reorganización del tiempo, o las políticas que tratan las intimidades y los cuerpos. Esto se ha llevado a cabo con alianzas con otros movimientos como el ecologista, las luchas en torno a la reproducción social o el pacifismo.

Las movilizaciones feministas han producido formas de acción comunitaria que dan sentido a la soberanía de las personas: los comedores colectivos, las redes de solidaridad y apoyo mutuo y el aprovisionamiento de productos de primera necesidad. Las estructuras políticas –de las instituciones y de los partidos, también de Podemos –deben ser despatriarcalizadas para garantizar un funcionamiento equitativo para todas y todos.

Esto significa trabajar por espacios libres de todas las formas de manifestaciones machistas, una reorganización del tiempo que haga posible la corresponsabilidad de la organización y la conciliación de todas y todos, el reparto igualitario de tareas –y no sólo de la toma de decisiones–, el uso de un lenguaje inclusivo y de los mecanismos adecuados para obtener espacios de acción política solidarios que garanticen el apoyo, el aprendizaje y el cuidado de todas las personas.

Creemos que hay que feminizar, y sobre todo, despatriarcalizar. Esto significa que las construcciones de género deben cambiar las normas y las formas patriarcales que estructuran nuestro discurso de una manera tan profunda que a menudo no las notamos. Esto significa eliminar las opresiones de género, tanto las tradicionales como las que aparecen de nuevo o reaparecen, las de carácter inmaterial y material, los privilegios masculinos, la explotación laboral relativa al género y la sexual, la educación machista, así como la falta de voz de mujeres y niñas en los ámbitos económico, cultural, social y político.

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