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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Un científico español está detrás de la nueva película de Johnny Depp

El actor Johnny Depp, con un dispositivo orientado por José Carmena en 'Transcendence'

Materia

Manuel Ansede —

Un chaval español de 19 años fue un día de 1991 a ver Terminator 2 con sus colegas. Antes de entrar al cine, no imaginaba hasta qué punto la película iba a cambiar su vida para siempre. Ver cómo el sistema de inteligencia artificial que dirige a un ejército de máquinas para exterminar a la especie humana, Skynet, cobraba conciencia de sí mismo le impactó. “Me dejó alucinado”, recuerda ahora.

Aquel chaval, José Carmena, hoy tiene 42 años y codirige el Centro de Neuroingeniería y Prótesis de la Universidad de California en Berkeley y San Francisco (EEUU). Es uno de los mayores expertos del mundo en conectar cerebros humanos a máquinas. Y, 23 años después del estreno de Terminator 2, es su trabajo llevado al cine el que puede inspirar a las nuevas generaciones de neurocientíficos.

El año pasado, el director de fotografía Wally Pfister entró en el despacho de Carmena para pedirle consejo. Pfister venía de ganar un premio Oscar por su trabajo en Origen y también había triunfado en Memento y en las últimas entregas de la saga de Batman, como El caballero oscuro. Y llegaba a Berkeley con un guión de ciencia ficción bajo el brazo para rodar su primera película como director.

Escarabajos ciborgs

“La primera vez que vi a Wally hubo magia, estuvo un par de horas en mi despacho”, recuerda Carmena. Pfister tenía un argumento imposible entre manos, pero quería que fuera lo más riguroso y verosímil posible. En el guión de su película, tituladaTranscendence, el profesor Will Caster, interpretado por el actor Johnny Depp, es el principal experto del mundo en inteligencia artificial. Busca crear un superordenador consciente que utilice la inteligencia colectiva global y sea capaz de sentir todas las emociones humanas.

Un día, un radical de un grupo antitecnología dispara al profesor con munición envenenada. A la desesperada, su mujer, también científica, descarga la conciencia de su marido moribundo y la instala en una máquina, que empieza a acumular cada vez más conocimiento y poder hasta convertirse casi en un dios.

“Es una película de mi área de trabajo, pero es ciencia ficción, dejemos eso claro”, subraya Carmena, que aparece en los títulos de crédito como consultor técnico junto a su colega Michel Maharbiz, un experto en nanotecnología conocido por haber desarrollado escarabajos ciborgs dirigidos por control remoto.

Leer la mente

Carmena recuerda que su colega Jack Gallant, neurocientífico de Berkeley, puede averiguar lo que está viendo una persona estudiando su actividad cerebral leída con un escáner. Cuando se publicó este avance, en 2008, se sugirió que la misma tecnología podría servir en el futuro para visualizar sueños o recuerdos de una persona, pero esto todavía no ha sucedido. “De reconstruir lo que estás viendo, como hace Gallant, a hacer un upload de tu conciencia a una máquina es como pasar de cero a infinito”, recalca Carmena.

“Si se lograra descargar la mente y la conciencia humana en un superordenador, que es algo que los científicos creen que podría ocurrir en un futuro cercano, ¿permanecerían los sentimientos? ¿Y el alma?”, se preguntó no obstante el director en la presentación de la película, que se estrena este viernes en EEUU.

Sin embargo, más allá de la ficción, hay mucha ciencia en Transcendence, una película con un presupuesto de 100 millones de dólares. O por lo menos hay verosimilitud. Tras aquella primera cita en Berkeley, la productora de la película pagó a los dos científicos un viaje a Los Ángeles, para visitar el despacho del director de cine. “Fue una pasada. Estuvimos 10 horas encerrados en el despacho de Wally, repasando el guión página a página, línea a línea. Comimos encima de su mesa. Estaba obsesionado con hacer una película lo más precisa posible. Iba a la coma”, rememora Carmena.

“¿Qué es la conciencia humana?”

Durante aquellas 10 horas, los técnicos entraban y salían de la sala sin parar. “Nos preguntaban que cómo imaginábamos algo del guión. Les decíamos cuatro cosas y volvían al rato con bocetos alucinantes”, recuerda el español, que hace un cameo en la película al aparecer entre el público en una charla de Johnny Depp. Una de las aportaciones más visibles de Carmena es el dispositivo que colocan en el cráneo de Depp para descargar su conciencia. “Habían pensado en una especie de gorrito con sensores, pero yo dije que tenía que quedar claro que estaba leyendo neuronas, tenía que ser algo bastante invasivo”, apunta. El resultado es desasosegante.

El equipo de Wally Pfister tomó fotografías de los despachos de Carmena y Maharbiz, de sus estudios científicos e incluso se llevó copias de sus presentaciones en PowerPoint. Dos de las diapositivas que aparecen en el filme procedente de los trabajos en el laboratorio de Carmena. El español, que estudió ingeniería electrónica en la Universidad Politécnica de Valencia, trabaja con macacos, a los que enseña a manipular brazos robóticos o a mover el cursor de una pantalla sólo mediante el pensamiento, gracias a interfaces cerebro-máquina. Estos dispositivos utilizan tecnologías capaces de leer la actividad cerebral e interpretarla con un ordenador para convertirla en una acción real, como mover una mano biónica.

“Para poder hacer un upload de una conciencia humana a una máquina, como ocurre en la película, primero tendríamos que entender qué es la conciencia humana”, matiza Carmena, trazando una línea roja entre la ciencia actual y la ficción. “A mí me interesa mucho el estudio de la conciencia humana, el qué nos hace humanos. Si no hay Dios, si no existe el alma, que es lo que yo creo, tenemos un número finito de neuronas y la solución tiene que estar ahí”, opina.

El pasado 9 de abril, ese número finito de neuronas de Carmena trabajó a tope. Wally Pfister acudió a Berkeley para hacer un pase exclusivo de la película. Por primera vez, tras un año de trabajo, el ingeniero español vio el largometraje completo y sintió orgullo. “En realidad, es una historia de amor”, reflexiona.

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