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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Nuestra salud, en riesgo por la pérdida de ecosistemas y biodiversidad

Mateo Aguado Caso / Fernando Valladares

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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Vivimos en un mundo en guerra. La primera gran batalla la libramos hace unos 50.000 años, cuando iniciamos con dramática eficacia la extinción de los grandes mamíferos. Durante décadas, los científicos han venido debatiendo a qué se debió la extinción o el veloz declive de los grandes mamíferos en los últimos cincuenta milenios. Por un lado, están los científicos que creen que las rápidas y graves fluctuaciones del clima son la principal explicación. Por ejemplo, creen que el mamut lanudo se extinguió porque la fría estepa de los mamuts desapareció en gran medida. En el lado opuesto hay un grupo de científicos que está encontrando cada vez más evidencias de que la expansión de los humanos modernos (Homo sapiens) es la principal explicación. Creen que nuestros antepasados cazaron a los animales hasta tal punto que se extinguieron por completo o quedaron gravemente diezmados. Un extenso estudio de la Universidad de Aarhus ha confirmado recientemente esta segunda explicación. El mundo tiembla una y otra vez con nuevas guerras como las derivadas de la invasión de Ucrania o Palestina, sin buscar el origen real de esta espiral de tensión geopolítica. Un origen que entronca con la limitación de recursos y con un alejamiento del mundo natural. Un origen –la crisis ambiental– que no solo nos amenaza, sino que nos entristece. Un origen, nuestra acelerada separación de la naturaleza, que nos enferma física y psíquicamente, y que se manifiesta en un largo número de desórdenes sociales, económicos y políticos que comienzan con problemas agudos o crónicos, individuales o colectivos, de salud.

El célebre biólogo estadounidense Edward O. Wilson sostuvo durante toda su vida que las personas tenemos la necesidad innata de asociarnos al resto de seres vivos, estando de este modo intrínsecamente ligados a la naturaleza. Esta idea, conocida como la “hipótesis de la biofilia”, sugiere que los seres humanos, por mucho que hayamos artificializado nuestro entorno y modos de vida en las últimas décadas, no podemos, en el fondo, vivir de espaldas a los ecosistemas, pues somos biodiversidad y dependemos de ella.

La biodiversidad contribuye a la calidad de vida de las personas de múltiples maneras. No solo nos suministra los alimentos que necesitamos para vivir, innumerables medicinas naturales que mejoran nuestra salud y esperanza de vida, y muchas materias primas esenciales en nuestro día a día como la madera, el papel, la lana o el algodón, sino que también participa indirectamente en numerosos procesos que son fundamentales para nuestra salud y bienestar, como el secuestro de carbono (primordial para la regulación climática), la purificación del aire, la depuración del agua, el control de la erosión, la regulación de inundaciones, la fertilidad de los suelos, el control de plagas y enfermedades, o la polinización (vital para la agricultura). Asimismo, la biodiversidad es fuente de bienestar psicológico y emocional a través de las diversas contribuciones intangibles que proporciona a las personas mediante, por ejemplo, la contemplación y el disfrute estético de los paisajes, la relación con otras especies, o los sentimientos de paz emocional, tranquilidad y relajación que produce en general interactuar con la naturaleza.