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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Llegó la primavera: ¿puede explicar la ciencia lo que nos pasa?

primavera

Fernando Valladares & Ana Rey

Si eres de esos que se han enterado de que la primavera está aquí sólo por los anuncios del Corte Inglés es posible que este artículo no te resulte de gran utilidad. Hoy escribimos para aquellos que se preguntan, como los científicos, si la ciencia nos puede ayudar a entender lo que nos ocurre con la llegada de la primavera. Si la ciencia progresa es por hacerse preguntas sin prejuicios y sin temor a las respuestas y, lo que es habitual y más desafiante, sin temor a que no siempre las haya. ¿Tiene la ciencia respuestas para lo que nos ocurre cuando los días se hacen más largos, cálidos y soleados? Pues parece que sí tiene algo que decir aunque lo útil que resulten depende de lo que el lector quiera saber en realidad.

Hoy en día todo el mundo está familiarizado con la revolución bioquímica (sobre todo la de las famosas hormonas) que la primavera causa en todos los seres vivos incluyendo a la especie humana. La primavera ha generado multitud de reacciones colectivas a lo largo de la historia de la humanidad y es responsable de muchos enamoramientos. En primavera mucha gente quiere estar guapa y respirar hondo el perfume de las flores. Las aves, los caballos, las plantas, los abejorros, todos parecen “volverse locos” durante unos días, semanas o meses. La primavera es en sí misma una de las manifestaciones más intensas de la vida, y para muchos de nosotros, científicos o no, algunas primaveras no han sido una excepción. Bajo ese incontestable cúmulo de eventos que se precipitan en primavera se encuentran tanto la más sublime expresión artística como el instinto de reproducción, y posiblemente estas cosas tan dispares tienen una base biológica común y compartida con muchos otros organismos. Y la base parece apoyarse una vez más en las hormonas.

Al igual que del colesterol de alta y baja densidad todo el mundo ha oído hablar, por ejemplo, de la oxitocina. A muchas personas les suena porque la oxitocina se les aplica a las mujeres embarazadas para provocar el parto. Quizá menos personas sepan que es la “molécula del amor” o la “hormona de los mimosos”. La oxitocina está relacionada con los patrones sexuales y con la conducta maternal y paternal que actúa también como neurotransmisor en el cerebro. Muchos padres (y no sólo las madres) sienten una ternura indescriptible por sus hijos recién nacidos cuando siempre hasta entonces habían despotricado de los llantos y las penurias asociadas con los bebés. Es un clásico efecto de la oxitocina. Los hombres también tienen. Aunque no se saben muchos de los detalles, se cree que la oxitocina está asociada con el contacto físico y el orgasmo. Y se dispara en primavera.

Algunos científicos, como Helen Fisher antropóloga de la universidad de Rutgers, creen que en cuestión de amor y “efectos de la primavera” estamos a merced de nuestra bioquímica. Hay muchas sustancias químicas rondando nuestro cerebro y nuestro cuerpo cuando estamos enamorados. Los científicos cada vez entienden más el papel que juegan tanto cuando estamos enamorados como cuando nos permiten establecer relaciones estables a largo plazo. Por supuesto los estrógenos y la testosterona juegan un papel importante en las relaciones sexuales, sin ellos, nunca nos embarcaríamos en ese apasionante mundo.

Los síntomas inequívocos cuando nos sentimos enamorados van desde un aumento de los latidos del corazón, hasta el enrojecimiento de la piel o las manos sudorosas. Los científicos aseguran que tales reacciones se deben a un aumento en los niveles de sustancias como la dopamina, norepinefrina y feniletilamina. Estas sustancias son responsables de que nos sintamos cargados de energía, de la falta de sueño, de la sensación de euforia o de obsesión, de la pérdida de apetito o de la falta de atención que sufrimos cuando nos sentimos enamorados.

Según la Dra. Fisher existen tres estados en el enamoramiento, y cada uno está controlado por diferentes hormonas: el estado de lujuria, dominado por la testosterona y los estrógenos (la testosterona es muy importante, no sólo la tienen y expresan los hombres y estimula “buscar”), el estado de atracción, dominado por la dopamina, la norepinefrina y la serotonina que permiten enamorarse profundamente y conlleva hasta dejar de dormir y de comer, y el estado de vinculación, dominado por la oxitocina y la vasopresina y que permiten seguir la relación sin morir de hambre y sueño e incluso trabajar y recobrar la concentración para hacer otras cosas. Este ciclo se dispara y se acelera en primavera.

Pero el amor y la primavera no son sólo una simple cuestión de hormonas. Hay mucho de pautas de comportamiento que disparan y son a su vez disparadas por hormonas y estados fisiológicos en una interdependencia compleja. Estudios con los topillos de las praderas, que han mostrado por ejemplo la importancia de la vasopresina para la fase última de vinculación duradera, han mostrado también qué practican mucho más sexo del que hace falta estrictamente para reproducirse. Parece ser que contribuye a establecer lazos más profundos y a la consolidación social de los grupos. A los topillos de las praderas se les disparan las mismas hormonas y padecen los mismos síntomas de “enamoramiento” que a los seres humanos. Sin embargo, la actitud social ante el sexo es claramente diferente. Es difícil establecer qué tipo de sociedad es más estable y eficiente y sobre qué parámetro podríamos cuantificarlo.

La descripción de Helen Fisher y los estudios con topillos de las praderas parecen capaces de explicar lo que nos ocurre cuando se siente esa atracción física que se dispara con más frecuencia en primavera. Aunque parece una banalización de algo superlativo e incluso místico como es el amor, parece que la bioquímica y la fisiología pueden explicar bastante de lo que ocurre. Resulta de todas formas poco verosímil que la manipulación o suministro de esas sustancias a voluntad pudiera provocar enamoramientos controlados o dirigidos hacia cierta persona. Sería un experimento divertido para el que seguro no faltarían voluntarios, pero no tenemos constancia de que se haya realizado ninguno. La ciencia permite entender algunos mecanismos de la vida, incluso lo que nos ocurre a algunos al llegar la primavera pero ¿realmente podemos explicar todo lo que nos pasa con la llegada de la primavera? La respuesta está en el aire…

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