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Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

‘7 años’, de Roger Gual: retrato de miserias humanas

Cartel de '7 años', de Roger Gual

Dolores Sarto

Los títulos de crédito dejan paso a una obra de teatro. Una puesta en escena sobre un único escenario: cuatro socios de una empresa de informática se someten, durante una noche, a un extraño proceso de mediación para elegir a la persona que pasará los próximos siete años en prisión. Todos son culpables de haber cometido un fraude fiscal de altos vuelos y todos lo tienen muy claro: solamente uno expiará la culpa corporativa. ¿Pero quién? El director general (Alex Brendemühl); la directora financiera (Juana Acosta); el director comercial (Juan Pablo Raba) y el genio informático, que en su momento, hizo ricos a sus colegas (Paco León) son los personajes que están sobre el tablero de juego. Entre todos, han de encontrar una solución a contrarreloj. Más les vale. El fisco les está pisando  los talones.

'7 años' es una película de suspense cuya tensión se aventura a recorrer unos diálogos cercanos, reales, pero acerados y llenos de mala baba. Unos diálogos capaces de saltar, a degüello, de un tema sangrante a otro, para poner de relieve las miserias, las debilidades, las pasiones, los golpes bajos y las heridas abiertas de los cuatro socios. Este espectáculo, minuciosamente orquestado por el director Roger Gual ('Smoking Room'), cuenta con algunos buenos cómplices entre sus intérpretes protagonistas, aunque también con alguna puesta en escena, por momentos, irregular. Quizás sea este el único punto débil de una buena y esmerada producción.

La película comienza a funcionar porque ejerce un “efecto flechazo” sobre el espectador en los primeros minutos de metraje. El planteamiento resulta original y engancha. Genera intriga por el contraste que pone en escena: los protagonistas aceptan someterse a unas civilizadas reglas del juego, un proceso de mediación, para solucionar un asunto visceral, donde lo que prima es el instinto de supervivencia. Un conflicto repleto de asuntos pendientes, algún que otro recuerdo entrañable y un puñado de malentendidos, de esos que acaban ‘sucediendo’ en una vieja amistad.

Esta primera película original española de la plataforma de contenidos online Netflix se realizó en 17 días rodando planos secuencia de manera cronológica. Durante la última jornada, Gual volvió a grabarla al completo. Una forma de trabajar que ha contribuido a la creciente intensidad emocional que recorre el proceso de mediación. La película, además, se está emitiendo simultáneamente en 190 países. Un alcance  universal para un dilema ético que no entiende de fronteras. Se puede ver en lugares donde cualquier hijo de vecino puede reconocer el conflicto que mantienen los personajes así como la lacra social que evidencia. Una corrupción que es el signo de los tiempos y que, desgraciadamente, dejó en algún momento de escandalizarnos produciéndonos una recurrente melancolía.

La película ha escrito una nueva página en la historia de la distribución cinematográficaespañola. Sin embargo, la receta que la convierte en una buena y entretenida producción no deja de ser todo un clásico. Su fuerza reside en un  guion que está lleno de giros y golpes de efecto eficaces (hay cine del bueno concentrado en su ADN). Está firmado por José Cabeza y por Julia Fontana y tiene la virtud de convertirse en un eficaz bisturí que pone al descubierto las contradicciones y la vileza en las que puede llegar a enfangarse el ser humano en una situación límite.

Además, cuenta con el talento suficiente como para  provocar al espectador y obligarle tomar partido por uno u otro candidato a la trena. Le acompaña una cámara con una fuerte personalidad. En constante movimiento, como una fiera enjaulada, que imprime un ritmo nervioso, pero que no abandona una diplomática cadencia. Una cámara que señala a uno y a otro protagonista como si fuera un dedo acusador al que se le agota la paciencia.

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