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Sobre este blog

Blog dedicado a la crítica cinematográfica de películas de hoy y de siempre, de circuitos independientes o comerciales. También elaboramos críticas contrapuestas, homenajes y disecciones de obras emblemáticas del séptimo arte. Bienvenidos al planeta Cinetario.

A favor y en contra de ‘¡Ay, Carmela!’, de Carlos Saura

Ay, Carmela

Alicia Avilés Pozo / Dolores Sarto

A favor: si los curas supieran 

Hoy queremos viajar casi tres décadas en nuestra máquina del tiempo con motivo de las celebraciones relacionadas con la proclamación de la Segunda República Española. Lo hacemos para recordar una de las películas más premiadas de la historia de los Premios Goya. Consiguió en 1990 un total de trece estatuillas y fue la reina absoluta hasta que en 2004 ‘Mar adentro’ de Alejandro Amenábar la superó en el ranking con un galardón más. Pero por entonces, la gran fiesta del cine español tan sólo tenía cinco años de vida y esta tragicomedia del gran Carlos Saura se convirtió no sólo en una revisión totalmente novedosa de la Guerra Civil Española sino en uno de las mejores colaboraciones del realizador aragonés con Rafael Azcona.

‘¡Ay, Carmela!’ fue el resultado de la adaptación cinematográfica que ambos llevaron a cabo de la pieza teatral homónima de José Sanchis Sinisterra, y hace años también visitó los teatros españoles de la mano de José Bornás. Tanto en teatro como en la gran pantalla, la historia tomó el nombre de una de las canciones del folclore español más representativas de los tablaos milicianos y de los recuerdos del bando republicano, “El paso del Ebro”. Con ella también se bautizó al personaje femenino protagonista, interpretado por una grandiosa Carmen Maura, componente junto a su pareja Paulino (Andrés Pajares) y al mudo Gustavo (Gabino Diego) de un trío de cómicos que son hechos prisioneros por militares del lado nacional en plena contienda, viéndose obligados a actuar para ellos. 

Es importante recordar que si por algo se caracterizó el cine español de los años ochenta fue por una contestación a su realidad social dividida entre los estertores de la Movida y el continuo estudio tanto de nuestra Guerra Civil como de la dictadura de Franco. Todavía hoy puede apreciarse esa división. En 1990 aproximarse a los rincones de la guerra y el franquismo desde la comedia aún podía resultar arriesgado aunque curiosamente, tan sólo cuatro años antes, Fernando Fernán-Gómez ya había tejido esa relación con ‘El viaje a ninguna parte’. No obstante, ‘¡Ay, Carmela!’ fue engalanada con tanta frescura y buen gusto que superó todas las expectativas y dejó que la memoria histórica también se vistiera de gags, de astracanada, de vodevil, y enseñara al mismo tiempo el destino más trágico de los que únicamente buscaban hacer sonreír en medio de la desolación y la muerte. 

Puede ser un ejercicio vacuo, sin sentido, pero siempre nos gusta pensar qué hubiera pasado, como dice la canción con la que conocemos al trío de cómicos, si los curas y frailes de entonces hubieran sabido del uso del sentido del humor bajo las bombas. No sabemos si hubieran salido corriendo gritando “libertad, libertad, libertad”, pero estamos convencidos de hubieran reprimido más de una sonrisa en los numerosos trucos y engañifas que utilizan los protagonistas para poder salir bien parados de su aventura. Maura, Pajares y Diego conformaron una verdadera trinidad, en este caso terrenal, que supo transmitir la vitalidad de los que luchan sin saberlo. 

Sea como sea, no nos quitamos la percepción, como nos sucede con otras muchas películas, de que ‘¡Ay, Carmela!’ ha pasado a formar parte de un olvido injustificado. También desde aquí hemos mostrado alguna vez cierto empacho del continuo regreso del cine español a nuestras heridas de guerra, en ocasiones sin aportar algo que no sepamos ya. Pero eso no significa que debamos encerrar bajo cuatro llaves todo lo ya hecho y además esta película de Carlos Saura es algo mucho más que eso porque se asienta sobre una novedosa concepción teatral, unos diálogos que reflejan lo mejor de nuestro carácter como país, y una alegría de vivir que pocas veces más hemos visto en la gran pantalla. 

En contra: risas y costumbrismo bélico

Nadie puede cuestionar que las cicatrices de la Guerra Civil en la sociedad española han calado en el cine español desde que este comenzó a ejercer su libertad plena después de la muerte de Franco. Carlos Saura se subió a ese carro de forma más comprometida, al menos aparentemente, con ‘¡Ay, Carmela!’ y por culpa de ello le llegó un reconocimiento en forma de Premios Goya que bien pudo considerarse, ya entonces, todo un homenaje a su filmografía.

Esta tragicomedia con aires de costumbrismo bélico y sonatas de la tradición cómica española no fue (ni es) una mala película, pero situó en el punto de mira a un realizador que tenía en su haber un tesoro cinematográfico absolutamente espectacular incluso en tiempos en que parecía imposible que su visión cruda de la oscuridad social pudiera sobrepasar la censura. Fue como Luis Buñuel, el otro gran aragonés del séptimo arte (al que él mismo rindió homenaje en 2011), pero doliendo desde dentro del país, y fraguado su sobriedad en el realismo más grisáceo de la posguerra. 

Echando la vista atrás, basta con hacer parada en auténticas maravillas de su cine como fueron ‘Peppermint Frappé’ (1967), ‘Ana y los lobos’ (1972), ‘La prima Angélica’ (1973), ‘Cría cuervos’ (1975), ‘Mamá cumple cien años’ (1979), o ‘Deprisa, deprisa’ (1981) para confirmar que su comedia sobre la Guerra Civil no fue su mejor película, y que repasando la oscuridad de la condición humana y los instintos más naturales desplegó mejor que nadie esa función de exorcismo social que todo buen realizador apegado a la realidad debe ejercer. 

Es algo de lo que carece la historia protagonizada por Carmen Maura y Andrés Pájares. Deja que la crítica a la violencia, el fascismo y la vulneración de ciertos derechos humanos durante la guerra, sobrevuelen por encima de sus chisposos diálogos, sin que apenas podamos percibirlos entre una sucesión de pantomimas que huelen más a puro entretenimiento que a una trabajada recreación de los tablaos teatrales que se mantuvieron vivos durante la contienda.

‘¡Ay, Carmela!’ fue tan solo su canto personal a la libertad. Cubrió de risas junto con Azcona la superficie de la película para que aprendiéramos a mirar el pasado de otra manera, y dirigió a un trío protagonista en los mejores momentos de sus respectivas carreras. Merece por ello ser tenida en cuenta aunque años atrás, y compilando la inflada antología cinematográfica sobre la Guerra Civil, hoy resulte algo pasada de moda y otros cineastas hayan conseguido después que eso de la memoria histórica haya adquirido tintes de revolución cultural. Pese a todo, y como pieza de una parte de nuestro triste siglo XX, su valor no es cuestionable.

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