Hace no tanto, en uno de esos viajes al extranjero en los que sin saberlo ondeábamos la bandera de la libertad, una amiga me dijo una frase que ha vuelto a rondar mi cabeza al decidir escribir un artículo con motivo del Día del Libro. “No te puedes enamorar de alguien sin ver que libros hay en su estantería”, afirmó en una de esas típicas conversaciones en las que te pones al día sobre ligues con tus amigas. Esta charla fue especialmente bonita porque supuso un reencuentro de amistades con Escocia como telón de fondo. Desconozco los motivos que han llevado a mi mente a recordar este gran dogma. Quizá ha vuelto debido a esa ansiedad, microinfarto y angustia que siento cada vez que soy consciente de que no se ni cuando volveré a viajar, ni cuando volveré a moverme con libertad.
Lo que sí que es cierto es que estoy pasando esta cuarentena sola. Decidí quedarme en mi lugar de trabajo, en vez de volver al pueblo donde reside mi familia, con el objetivo de continuar con mi profesión y de disfrutar de una soledad iluminadora que cada día pesa más. Disfruto de mi espacio y, como diría mi hermana para calmarme, también disfruto de tiempo para conocerme mejor y para consolidar esa independencia que me hará más fuerte. Porque si paso esta “crisis” sola confirmaré que no necesito a nadie y que mi vida no depende de la presencia de otro ser, aunque éste lea libros que coincidan con mis gustos. Al menos esta es la teoría que, por el momento, cumplo satisfecha gracias, en gran parte, a mi madurada conciencia feminista.
El feminismo se presentó en mi vida hace más de diez años y, desde entonces, han sido muchos los libros que he leído acerca del movimiento o simplemente escritos con perspectiva de género, sin necesidad de ser libros sobre feminismo. Mis estanterías podrían estar repletas de estos ejemplares y, sin embargo, mi bajo poder adquisitivo ha derivado en un alto consumo de los préstamos bibliotecarios. Este hecho podría confundir a mis posibles pretendientes, teniendo en cuenta el dogma que me ha traído hasta aquí. Sin embargo, un cincuenta por ciento de los libros que ocupan mi hogar me representan, mientras que la otra mitad reflejan otros aspectos de la ideología de izquierdas que también me define.
Leer es una de mis actividades favoritas, de hecho otra de ellas es desayunar y siempre disfruto de mi ingesta matutina con un buen libro. Además, me gustaría destacar que un buen libro llega a ocupar en mi vida la misma rutina que las series que me enganchan. Teniendo en cuenta estos hábitos de lectura, soy una lectora con los gustos muy claros: para mi es importante el tiempo que paso con un libro y no puedo desperdiciarlo con cualquiera. Esta es una de las razones por las que no me gusta que la gente me recomiende o me regale libros, prefiero elegirlos yo misma porque solo así estoy segura de que se trata de una buena elección y de que invertiré correctamente mi tiempo. Solo aquellas personas que me conocen bien han conseguido acertar con sus obsequios literarios y son estos los que actualmente ocupan mis estanterías.
En este panorama, cuando parece que tu personalidad está definida, irrumpe una cuarentena que lo cambia todo: los viajes, la libertad, las quedadas con amigas, por no hablar del ligoteo y, por supuesto, los hábitos de lectura.
Cualquier persona amante de los libros, independientemente del estilo, la temática o el soporte, se extraña al conocer seres que no comparten esta afición. Creo que se trata de excepciones, por lo que me atrevería a decir que la mayoría de personas han cogido algún libro durante el confinamiento. Pocos eran los títulos pendientes de mi lectura en mi hogar y, ante el cierre de las bibliotecas, me aventuraba a una nueva crisis. Y sin quererlo apareció uno de esos “recomendadores de libros” cuya oferta acepté, ante la incipiente escasez de lecturas. Lo hice no sin ese miedo a desaprovechar mi tiempo que, incluso en cuarentena, invierto correctamente. Cual fue mi sorpresa al encontrarme, escondido tras un título y una portada del montón, un relato cuanto menos interesante. El término “enganchada” no consigue definir mi relación con esta lectura, que ha resultado ser una saga enmascarada bajo un aparente estilo biográfico.
Me gusta leer al lado de una ventana, y sí, incluso antes del confinamiento, ya que leer con luz natural y con vistas a un espacio abierto no tiene precio, por lo que ambos aspectos siempre han sido un requisito indispensable para mis alojamientos. Hoy, más que nunca, me enorgullezco de este criterio. Desde las ventanas de mi vivienda leo, aplaudo, conozco a mis vecinas, pillo infraganti a la abuelita que se salta la cuarentena para dar de comer a los gatos, respiro y, de vez en cuando, presencio redadas policiales. Sea como fuere, la cuarentena ha sido uno de esos hechos necesarios para apreciar la importancia vital de los pequeños detalles, entre los que me gustaría destacar tres. En primer lugar, he descubierto que hay personas que me conocen, a pesar de que no soy precisamente un libro abierto, y por lo tanto puedo confiar en sus recomendaciones literarias. En segundo lugar, he aprendido que los libros también pueden dar sorpresas, sobre todo cuando de repente me encuentro con esa perspectiva de género que tanto me gusta. Y, en tercer lugar, verifico la reflexión de mi amiga: los libros nos definen. Hay estanterías muy distintas, el mero hecho de su presencia ya dice mucho, pero su contenido es aún más importante.
0