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Cada 31 de mayo, en Castilla-La Mancha conmemoramos la constitución de nuestro primer Parlamento Autonómico, surgido de la voluntad de los ciudadanos libremente expresada, y con la misión de convertir en una realidad fecunda una Comunidad Autónoma de rica historia y una creciente conciencia identitaria.
Con el correr de los años, Castilla-La Mancha ha conseguido demostrar a propios y extraños que la gestión cercana a los ciudadanos, que la asunción creciente y ordenada de nuevas competencias, que el uso racional de la capacidad legislativa que la Constitución y las leyes otorgan, es un instrumento fundamental para que el desarrollo económico, el progreso social, y el esfuerzo inversor se distribuyan de una forma más equitativa por toda la Nación.
No ha sido fácil. Nacimos como una comunidad nueva que reunía a cinco provincias con una marcada identidad que jamás se habían sentido incómodas en su pertenencia a España. Permanente cruce de caminos y encuentro de viajeros, si en algo nos sentíamos uno era en la realidad secular de abandono. Tremendamente afectados por la emigración brutal de los años cincuenta y sesenta, anegadas nuestras tierras por embalses administrados en, por y para otros territorios, condenados al secano y a que nuestros mostos produjeran vinos de calidad en otras regiones, ni siquiera teníamos una lengua diferencial que nos permitiera exigir privilegios o velocidades de crucero en el desarrollo del autogobierno. Tampoco acumulábamos una masa de votantes decisoria en la formación del gobierno en Madrid.
Pero teníamos determinación, convicción de nuestro papel, y esa capacidad del hombre pegado a la naturaleza para apretar los dientes frente a la dificultad y seguir adelante. Siempre adelante. Sabíamos que para conseguir que un ciudadano de Molina de Aragón, otro de Puertollano, una ciudadana de Talavera, un joven de La Mancha, un conquense o una toledana se sintieran castellano-manchegos y castellano-manchegas debíamos conseguir que la Autonomía fuera, sobre todo, un instrumento de solidaridad, desarrollo económico y vertebración del territorio. Que para decenas de miles de ciudadanos, lo principal no era una bandera sino que la luz, el agua, el teléfono o la señal de televisión llegaran a sus pueblos. Y he dicho decenas de miles...
Que había que dotarse de una sanidad pública eficiente y de calidad que se adaptara a las características de nuestra tierra; que necesitábamos una Universidad Pública para que estudiar una carrera no fuera un privilegio, o supusiera un tremendo esfuerzo económico para la familia. Que debíamos empezar a producir nuestros propios vinos de calidad, defender el nombre de nuestros quesos manchegos, de nuestra artesanía, de nuestros productos... y así, paso a paso, fuimos construyendo una Comunidad Autónoma homogénea en servicios públicos de calidad, con importantes núcleos industriales, importantes reclamos turísticos, y una fuerte industria agroalimentaria que va más allá del vino para hacer valer una gran marca de calidad: alimentos de Castilla-La Mancha.
Hoy seguimos teniendo importantes retos ante nosotros. Reconstruir el entramado de servicios públicos esenciales, recuperar la esperanza y la gestión para los ciudadanos, nunca más en contra de ellos, y volver a ofrecernos como una tierra de estabilidad social, de consenso, cuyo afán es avanzar sumando, sin dejar a nadie tirado en la cuneta. Ser ese territorio social y humano propicio a la cultura, al emprendimiento y a la integración, donde el talento se cultive, se reconozca y se conserve cerca.
Ese es el sentido de las medallas y reconocimientos que, como cada año, recaen en personas y entidades cuya trayectoria vital es un ejemplo para España, y un orgullo para nosotros: Aurora Egido, Raúl del Pozo, Antonio Pérez, Francisco Luzón, Alberto de Pinto, Juan José Rodríguez Sendín, Terele Pávez, Carmen Hombrados, la familia Canto Muñoz y Alejandro de Miguel; también la fundación 'Ciudad de Sigüenza', colectivo “Los Guachis”, la Asociación de Daño Cerebral Sobrevenido, la Cooperativa Agrícola El Progreso, restaurante El Bodegón de Daimiel, y Basf España.
Personas y entidades que con su trabajo han hecho y aún hacen mejor a esta tierra nuestra, y a España entera. Solo desde el egoísmo se puede entender el hecho autonómico como herramienta para romper la unidad constitucional y anímica de la Nación. Castilla-La Mancha tiene la obligación de hacer valer el derecho de sus ciudadanos a la igualdad de oportunidades, a la misma consideración que cualquier otro español, resida donde resida. Y para ello, debe gestionar sus recursos públicos de manera racional, solidaria y útil; pero debe exigir que el Estado contemple un sistema de financiación que tenga en cuenta las diferencias a la hora de costear la atención sanitaria, la educación, el acceso a las comunicaciones según las características geográficas y demográficas de cada territorio.
Este año, además, lo celebramos en Cuenca. Cuenca representa en estos momentos todo lo que es y lo que mueve a Castilla-La Mancha: una ciudad con mucha historia, con un rico patrimonio cultural y natural, que aspira a vertebrar un territorio con población escasa, y que ha sufrido doblemente los efectos de la crisis: los económicos o los añadidos por una gestión de la misma sin corazón. Pero es una ciudad que aun así mantiene toda su potencialidad como foco de cultura, como eje turístico y como ciudad de servicios. Un lugar donde podemos aspirar a desarrollar una industria cultural, ligada a la educación, al turismo de calidad, al diseño y a la naturaleza, a los servicios públicos y a las industrias limpias y sostenibles. Una ciudad, que como Castilla-La Mancha, tiene un futuro sostenible que tan solo exige unidad de acción y amor a la tierra por encima de todo.
Castilla-La Mancha debe asumir el reto de ir siempre adelante, de avanzar de forma sostenida y solidaria, y de convertir el autogobierno en una herramienta que mejora el presente para ganar el futuro. Eso y no otra cosa significa Autonomía; eso y no otra cosa conmemoramos en un día como hoy.
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