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Negociaciones en tiempos de incertidumbre

EFE

Diana Asín Olano

Abogada y politóloga —

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Primero fue el Brexit, después la falta de acuerdo sobre cuáles debían ser las nuevas prioridades. Y ahora, el coronavirus. A resultas de todo ello, llegamos al mes de marzo sin una base común para aprobar el próximo Marco Financiero Plurianual (MFP), la herramienta económica que establece las prioridades presupuestarias de toda la Unión Europea durante los próximos siete años.

Podría parecer que en el actual momento, con la situación de alarma que vivimos debido al coronavirus, esta es una cuestión secundaria. Pero nada más lejos de la realidad.

El MFP es la base de todo el sistema comunitario, de nuestros presupuestos en común y, en este momento también, de las medidas económicas que hayan de adoptarse para afrontar la crisis del coronavirus y la irremediable trascendencia económica que tendrá en el sistema mundial a medio y largo plazo.

El MFP es, en suma, el escudo de nuestro modelo de vida actual. Los ejes sociales, económicos y políticos que finalmente se elijan serán los medios vertebradores del sistema durante más de un lustro y determinarán cuáles son las prioridades en las que los Estados se han de concentrar lo que, a la larga, conformará nuestra forma de vida de manera esencial.

A pesar de ello, a día de hoy entre la Comisión Europea y el Parlamento no solo existe un abismo económico e ideológico, sino, sobre todo, una clara divergencia en cuanto a la visión del futuro de la Unión.

Mientras que un amplio sector de los miembros comunitarios aboga por mantener inmutables los principales ejes que tradicionalmente adoptaba el presupuesto, con los mismos objetivos básicos que ya se acogían en el anterior, otra pequeña parte lucha por introducir novedades que consideran necesarias para que la UE entre de lleno en el siglo XXI: tecnología e innovación, a cambio de recortes en agricultura, fondos de cohesión y demás políticas tradicionales de la UE.

Entre medias, se diluyen las promesas de introducir presupuestos acordes con los nuevos retos mundiales: la mejora del sistema de asilo, el cambio climático, la lucha contra el ciber terrorismo o la renovación de la PAC para adaptarla a los actuales mercados y necesidades medioambientales.

El papel de España está siendo muy importante en esta negociación, hasta el punto de que en los últimos tiempos hemos pasado de tener un gobierno que claramente ignoraba la UE a otro que desea ponerse a la altura de Francia y Alemania y liderar el cambio de rumbo europeo.

El acercamiento con Francia es trascendental para llegar a convertirse en un país que influya verdaderamente en las políticas europeas, dotando de una pátina social al modelo, tan deterioriado tras más de 10 años de hegemonía merkeliana.

El presidente de Francia, Emanuel Macron, que mantiene una política conservadora de puertas adentro, es, por contra, un gran europeísta, que en los tres años de gobierno que lleva ha demostrado tener una idea sólida de lo que Europa debe ser y cómo conseguirlo.

Sin duda, la clave pasa por aportar más fondos desde cada Estado para poder llevar a cabo no solo las tradicionales políticas de la UE, sino también los nuevos retos tecnológicos, de seguridad o de cambio climático. Ese dinero, imprescindible paa cubrir el vacío que nos ha dejado el Brexit, revertirá después en los propios Estados miembro mediante programas, medidas y acciones concretas de la UE. No lo olvidemos: es dinero que luego se nos devuelen por tripilicado para desarrollar nuestras políticas nacionales y comunitarias, precisamente aquellas que nos han convertido, en muchos aspectos, en la vanguardia del mundo.

A pesar de ello, en el fondo, lo que se ha escenificado en los últimos meses en el seno de la UE no es más que el tradicional enfrentamiento entre ricos y pobres. Los que quieren mantener el presupuesto comunitario en sus mímimos, y reducirlo a programas puntuales, en concreto, aquellos que solo les benefician a sí mismos, por encontrarse en la cabeza del grupo; y aquellos que viven como indispensable las políticas de la PAC o los fondos de cohesión, elementos transformadores esenciales, que han ayudado a convertir a Europa, en general, y a España y otros Estados en particular, en el continente de mayor bienestar social y económico del mundo.

La solución, como ya nos advirtieron, entre otros, Joseph Stiglitz hace más de una década, pasa por la inversión y el crecimiento, las ayudas, ahora para los efectos sanitarios y económicos que está suponiendo el coronavirus, y mañana para la recuperación social y coyuntural del sistema, y jamás por la austeridad y los recortes.

A ello hay que sumar la urgencia de la creación de un verdadero sistema fiscal comunitario, con fondos de ayuda comunes para situaciones de emergencia.

Por último, es necesario que todos los Estados miembros aboguen (como ya o hace España actualmente) por un aumento de la aportación nacional al presupuesto común, como una medida imprescindible no solo para paliar los efectos de la salida de Reino Unido, sino para lograr abarcar un mayor número de políticas comunes y reforzar las ya existentes.

Estoy convencida de que, si se consultase formalmente a los ciudadanos europeos, la mayoría estaría dispuesta a aumentar su contribución para ayudar a las personas refugiadas que tratan de acceder a una vida digna en Europa, a adoptar medidas específicas para el cambio climático, a destinar más fondos de cohesión para nuevas carreteras, colegios, hospitales, a dotar, por fin, a la investigación, científica y social de los medios que se merecen.

De no ser así, el único efecto que producirá una segunda vida de la rigidez alemana (que gustosamente aplicaban en Grecia y España, entre otros, pero no para sí mismos, motivo por el cual alcanzaron el superávit gracias, entre otras cosas, a poder financiarse a coste cero gracias a la situación de miseria ajena) es un agravamiento de la situación y una nueva recesión, cuando aún no nos hemos recuperado de la anterior.

Por todo ello, la próxima reunión, todavía sin fecha, será decisiva para determinar qué bando gana la partida, si el conservadurismo o el progresismo. Igual que algunos españoles se han dado cuenta en pleno 2020 de la importancia de los servicios públicos, con el gran trabajo que médicos y enfermeros están realizando en esta crisis, sería un triunfo que también los europeos se dieran cuenta de una vez de que la UE lo es todo para los europeos. Y que aportar más dinero y medios es una inversión para toda la vida. Y una herencia que le hacemos a las futuras generaciones.

Ya lo dijo uno de los padres de la UE, Robert Schuman, en los albores de la Unión, cuando la esperanza se convirtió en la base de lo que queríamos ser: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto. Se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”.

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