Los aforados y la coraza de la marea republicana

Ayer, en las páginas de opinión de La Tribuna, Enrique Belda escribió un artículo llamado “Aforamiento. Otro falso debate”. El autor, frente a los ríos de tinta que se han desatado recientemente en cuanto a la decisión de aforar por las prisas a media familia real, incluidos el rey saliente y su consorte, nos explica en qué consiste este peliagudo asunto y defiende que no es un privilegio sino todo lo contrario, pues al sustraer a los tribunales ordinarios los asuntos de representantes y altos cargos, nos aseguramos un mejor conocimiento de sus casos y de paso se protege al pueblo y a sus instituciones porque los encausados tienen menos posibilidades de revisión de sus causas y se evitan gastos superfluos. Ya. Vale. Gracias.

Vamos, que los ciudadanos/as no nos enteramos de nada, que nos envenenan el entendimiento con cosas como estas del aforamiento, que no tienen importancia alguna, para desviar la atención de lo que sí la tiene, que los aforados no están más protegidos que cualquiera ni por asomo, y que en todo caso se encuentran más expuestos a los medios de comunicación que un ciudadano vulgar, etcétera. Menos mal que artículos como el de don Enrique ayudan a despejar las dudas, porque si no, andaríamos aún entre tinieblas.

Pues cuando este articulista me tenía del todo convencido en cuanto a las ignotas pero múltiples ventajas de nuestro querido aforamiento, voy y leo el penúltimo párrafo de su columna, y el muy tuno me hizo una “larga cambiá” que me dejó la cintura destrozada: “lo que yo haría para no dar más coraza a la marea republicana es suprimir gradualmente cualquier tipo de aforamiento...”

Pero....entonces, ¿el aforamiento es malo o bueno?, ¿es necesario o da igual?, ¿es un privilegio o no lo es?, ¿resulta fundamental su existencia en el ordenamiento jurídico o es sacrificable con tal de acallar a los republicanos agrupados en marea?, ¿ser republicano es una condición necesaria para estar en contra del aforamiento?, ¿todos los monárquicos, por lógica, están a favor del mismo?, ¿hay repúblicas con aforados?, ¿existen reinos sin ellos?, ¿tienen algo que ver el culo y las témporas... o no?

Pero sin duda lo mejor es el final del texto. El señor Belda retorna al argumento de que se ponen ante la opinión pública cortinas de humo para despistar, y corona diciendo que lo que “la sociedad debe reclamar en todas estas escandaleras republicanas es la solución a problemas reales”.

Además de la obsesión que tiene este señor con los republicanos, hemos detectado que se trata de uno de esos pocos ejemplares dotados de la capacidad de definir qué es un problema de verdad y marginarlo del que tan sólo lo es de forma secundaria. En todo tiempo personas como él, afortunadamente, han dado a la civilización doradas épocas de esplendor que como consecuencia han permitido el avance, la modernidad, el cambio, y todo gracias a sus dones, a su clarividencia y a una altura de miras incuestionable. Me imagino a don Enrique, escribiendo artículos a principios del siglo XX en algún periódico de Washington diciendo... “no, si esto de las sufragistas es un tema menor; hay que resolver lo que verdaderamente preocupa a la gente”. O tal vez en un tabloide londinense en el XIX, argumentando que eso de los sindicatos, trabajar ocho horas, y tener seguro de enfermedad para los obreros, es una mandanga que ahora mismo no resulta fundamental. O en alguna cabecera netamente española de finales de los setenta, preguntándose ¿verdaderamente en este país resulta clave una ley del divorcio ahora, con la que está cayendo gracias a la crisis del petróleo? Yo creo que hay que centrarse en las claves y dejar lo accesorio para otro día.

Amén, pero por si acaso, yo me pido ser aforado.