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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Yo soy andorrano, andorrano, andorrano

Javier Caro

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Espero tranquilo la cola en la carnicería Halal del barrio, es más barata que el resto y el pan que venden me gusta más para untar. Delante de mí hay una mujer que dice no trabajar, su marido es el sustentador familiar. El dependiente, un joven moreno con perilla la atiende con educación, habla de su situación en España. No sé cómo surge en mitad de la rutinaria conversación el motivo que ha traído al chico a éste ingrato país. Éste habla un perfecto castellano y está muy contento de regentar una tienda, y de estar legal aquí. Sus hijos, de los que no recuerdo sus nombres, van al colegio y su mujer está mala en el hospital. En un momento de la distendida charla, el chico del mostrador dice que paga muchos impuestos, pero no frunce el ceño, lo ve normal, porque sus hijos van al colegio y su mujer tiene salud. Sonríe, y me atiende.

Pagar impuestos es algo odioso, sobre todo para los ricos, o al menos, es lo que se desprende por la cantidad de nuevos ricos o famosos que han decidido que sólo llevarán la bandera española en el casco, en la muñeca o en las botas, pero no en el corazón, porque puede estar cerca de la cartera. Vibramos, los que lo hagan, con los triunfos de los deportistas españoles, tanto que hablamos en un absurdo plural mayestático, es cierto que un triunfo de uno puede ser el de todos. Y también que en las vidas grises a veces es necesario un concepto psicológico como brillar con luz ajena. Mucha gente se hace de los equipos grandes, o de los deportistas que no saben más que batir récords por un motivo que excede a los emocional: la necesidad de pertenencia a algo o alguien ganador, para sentirse también ganador.

En realidad cuando un equipo grande gana, parece que toda la ciudad, autonomía o afición ganas con ellos, son las sombras anónimas que levantas victoriosos las copas o que beben el champán. Los aficionados no dudarán en defender cuestiones deportivas, se erigirán como verdaderos valedores de los clubes o deportistas que aportan a las simbólicas vitrinas españolas, más éxito y gloria. Esos mismos pagarán sus entradas con los recargos del impopular IVA, y sublimarán gritando algún cantico, que a modo de mantra les haga tener una mayor unión con lo que defienden. Poco valdrá si lo que gana uno solo de los del césped es más que lo que ganan casi todos en las gradas.

Son nuestros guerreros, nuestros valientes, los que salen a partirse la cara por nosotros, no son bomberos o policías, no son médicos ni enfermeras, son deportistas que defienden algún color, algún escudo, pero que no salvan vidas. Ellos cubren de brillantina un país asolado por los casos de corrupción, hoy y siempre, ellos en su amor por los colores dibujan sonrisas en los jubilados que ven recortadas sus pensiones, por ejemplo en Catalunya hay 27.100 personas mayores de 65 años que todavía trabajan, algo lamentable, y algunos de ellos, como de otras partes, seguirán sus partidos o carreras, desde cualquier lugar, incluida la sala de espera de un ambulatorio o la marquesina del autobús. Los deportistas son los hijos que desea mucha gente tener, parece que la fama y el dinero lo hacen todo, claro, quién querría a un joven formado, que se tiene que ir de España, sin llevar la bandera pintada en el casco a buscarse la vida. Según el INE de 2013, en el primer semestre de 2013 tuvieron que coger las maletas, no para volar a jugar en algún campo de fútbol europeo o disputar alguna carrera, un total 268.578 españoles. ¿Dónde fueron?. Eso no lo sabemos, pero sí que sabemos que hay jóvenes luchando por mantener viva la llama de la bandera española, o de algún club por el mundo, aunque en realidad lo hagan para empresas privadas. Siendo ellos los que sostienen nuestra ilusión, aunque claro, lo que no sostienen son nuestras pensiones o nuestro sistema de sanidad. Luís Figo fue uno de esos casos sonados por su salida del Barça al Madrid, decían de él que era un chaquetero y mil barbaridades más. Desconozco si su corazón latía por uno u otro equipo, pero su chequera no se dejaba ver mucho por Hacienda, tanto es así que el Tribunal Supremo le obligó a pagar 2,5 millones. En eso los futbolistas se suelen llevar los honores y los premios, sus aficiones pocas veces reconocen que actitud ante el fisco es bastante escurridiza. Sólo se valoran por cómo juegan, y eso es un error. Xabi Alonso, jugador del R. Madrid, también se subió al tren de los paraísos fiscales, de hecho tampoco se fue muy lejos, ya que se quedó en Portugal, sus verdaderos colores eran los del país luso.

Seguro que muchos han disfrutado más con los triunfos apoteósicos de Marc Márquez que jugando con sus hijos o con sus amigos, y ahora al ver que su ídolo es humano, y quiere quedarse la mayor cantidad de dinero para sí mismo, se sentirá defraudado. Un pastel tan grande para compartirlo con el Estado español, no le parecería un buen negocio. Sin vivir en Andorra, ni tan si quiera tener un trabajo allí, fiscaliza en el pequeño país, donde son un poco más laxos con esos espinosos temas. ¿Debería entonces llevar la bandera de Andorra en el casco o le parece poco glamuroso?.

Pero es normal, los aupamos a olimpos de cartón, los convertimos en dioses como Zeus, y al final, sólo son humanos, y ellos ya tienen la pensión asegurada y la sanidad también.

Hace poco que volví a la tienda Halal, estaba cerrada. De camino a casa vi al chico, estaba mirando por la ventana de un bar una carrera de motos, sus impuestos no le habían salvado de tener que bajar la persiana, pero sus hijos seguro que iban al colegio y su mujer también podría tener derecho a una sanidad gratuita.

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